/ jueves 24 de mayo de 2018

¿Qué pasa en Europa?

Europa está en graves problemas. Estados Unidos también, por supuesto. Muchos de los problemas de Europa provienen de la decisión desastrosa tomada hace una generación de adoptar una moneda única. La creación del euro condujo a una ola temporal de euforia, con vastas cantidades de dinero que fluyeron a naciones como España y Grecia; después, la burbuja reventó. Mientras países como Islandia, que conservaron su propia moneda, pudieron recuperar competitividad al devaluarla, las naciones de la eurozona se vieron obligadas a entrar en una depresión extendida, con un desempleo extremadamente elevado, mientras luchaban para reducir sus costos.

Entonces, ¿qué pasó con el “proyecto europeo”: la larga marcha hacia la paz, la democracia y la prosperidad, apuntalada por la integración económica y política cada vez más estrecha? Como apunté antes, el enorme error del euro tuvo un peso enorme. Sin embargo, Polonia, que nunca se unió al euro, sorteó la crisis económica bastante ilesa; a pesar de ello, ahí la democracia también está colapsando.

No obstante, sugeriría que hay una historia más profunda detrás de todo esto. Siempre ha habido fuerzas oscuras en Europa (como las hay en Estados Unidos). Cuando cayó el Muro de Berlín, un politólogo que conozco bromeó: “Ahora que Europa del Este está libre de la ideología extranjera del comunismo, puede regresar a su verdadero camino: el fascismo”. Ambos sabíamos que tenía algo de razón.

Lo que mantuvo a estas fuerzas oscuras a raya fue el prestigio de una élite europea comprometida con los valores democráticos. No obstante, despilfarraron ese prestigio con malos manejos y el daño estuvo compuesto por una indisposición a enfrentar lo que ocurría. El gobierno de Hungría le ha dado la espalda a todo lo que Europa representa, pero todavía obtiene ayuda a gran escala de Bruselas.

Ahí, me parece, es donde veo un paralelo con los acontecimientos en Estados Unidos.

Es cierto, en Estados Unidos no sufrimos un desastre al estilo del euro (sí, tenemos una moneda para todo el continente, pero contamos con las instituciones fiscales y bancarias federalizadas que hacen que esa moneda funcione). Sin embargo, el mal juicio de nuestras élites “centristas” ha competido con el de sus contrapartes europeas. Recuerden que en 2010-11, cuando Estados Unidos todavía padecía un desempleo masivo, la mayoría de la “gente muy seria” de Washington estaba obsesionada con... la reforma de los subsidios.

Mientras tanto, los centristas estadounidenses, junto con buena parte de los medios noticiosos, pasaron años negando la radicalización del Partido Republicano, empeñándose en una equivalencia falsa casi patológica y ahora Estados Unidos se encuentra gobernado por un partido con tan poco respeto por las normas democráticas o el Estado de derecho como la Hungría de Fidesz.

El punto es que lo que está mal en Europa es, en el fondo, lo mismo que está mal en Estados Unidos. Y, en ambos casos, el camino a la redención será extremadamente difícil.

Europa está en graves problemas. Estados Unidos también, por supuesto. Muchos de los problemas de Europa provienen de la decisión desastrosa tomada hace una generación de adoptar una moneda única. La creación del euro condujo a una ola temporal de euforia, con vastas cantidades de dinero que fluyeron a naciones como España y Grecia; después, la burbuja reventó. Mientras países como Islandia, que conservaron su propia moneda, pudieron recuperar competitividad al devaluarla, las naciones de la eurozona se vieron obligadas a entrar en una depresión extendida, con un desempleo extremadamente elevado, mientras luchaban para reducir sus costos.

Entonces, ¿qué pasó con el “proyecto europeo”: la larga marcha hacia la paz, la democracia y la prosperidad, apuntalada por la integración económica y política cada vez más estrecha? Como apunté antes, el enorme error del euro tuvo un peso enorme. Sin embargo, Polonia, que nunca se unió al euro, sorteó la crisis económica bastante ilesa; a pesar de ello, ahí la democracia también está colapsando.

No obstante, sugeriría que hay una historia más profunda detrás de todo esto. Siempre ha habido fuerzas oscuras en Europa (como las hay en Estados Unidos). Cuando cayó el Muro de Berlín, un politólogo que conozco bromeó: “Ahora que Europa del Este está libre de la ideología extranjera del comunismo, puede regresar a su verdadero camino: el fascismo”. Ambos sabíamos que tenía algo de razón.

Lo que mantuvo a estas fuerzas oscuras a raya fue el prestigio de una élite europea comprometida con los valores democráticos. No obstante, despilfarraron ese prestigio con malos manejos y el daño estuvo compuesto por una indisposición a enfrentar lo que ocurría. El gobierno de Hungría le ha dado la espalda a todo lo que Europa representa, pero todavía obtiene ayuda a gran escala de Bruselas.

Ahí, me parece, es donde veo un paralelo con los acontecimientos en Estados Unidos.

Es cierto, en Estados Unidos no sufrimos un desastre al estilo del euro (sí, tenemos una moneda para todo el continente, pero contamos con las instituciones fiscales y bancarias federalizadas que hacen que esa moneda funcione). Sin embargo, el mal juicio de nuestras élites “centristas” ha competido con el de sus contrapartes europeas. Recuerden que en 2010-11, cuando Estados Unidos todavía padecía un desempleo masivo, la mayoría de la “gente muy seria” de Washington estaba obsesionada con... la reforma de los subsidios.

Mientras tanto, los centristas estadounidenses, junto con buena parte de los medios noticiosos, pasaron años negando la radicalización del Partido Republicano, empeñándose en una equivalencia falsa casi patológica y ahora Estados Unidos se encuentra gobernado por un partido con tan poco respeto por las normas democráticas o el Estado de derecho como la Hungría de Fidesz.

El punto es que lo que está mal en Europa es, en el fondo, lo mismo que está mal en Estados Unidos. Y, en ambos casos, el camino a la redención será extremadamente difícil.