/ martes 24 de noviembre de 2020

Queremos que el agua deje de ser tragedia

Tabasco es tierra de agua: una tercera parte de los ríos superficiales del país la recorren y todo lo que vive y pasa por aquí rezuma humedad. Tenemos, sin embargo, una relación disfuncional con nuestra agua porque la hemos contaminado: pasamos continuamente de tener problemas para suministrar agua potable a la población a tenerla agua en abundancia y difícil de controlar.

Tanta agua pasa por este territorio que la temporada de lluvias es constantemente temporada de inundaciones. Así ha sido desde hace mucho tiempo... los abuelos y las abuelas -sobre todo en las zonas rurales- cuando se acercaba la temporada de nortes, en septiembre, preparaban sus cosas y animales para subirlos al tapanco, y alistaban el cayuco para poder surcar las lagunas en las que se convertían sus terrenos. De agua hermosa es nuestro abolengo, diría Pellicer.

Que se inunde este territorio, pues, no es extraño. Que las inundaciones sean trágicas sí lo es y, en resumen, es fruto de un manejo torpe -por negligencia o ignorancia- de las cuencas que recorren el territorio desde el siglo XVII; del crecimiento desordenado de los asentamientos humanos; de la corrupción; del desarrollo depredador de la naturaleza, y de políticas públicas insuficientes, por decir lo menos.

Así, desde hace más de 20 días, en Tabasco han caído intensas lluvias que han provocado el desborde de ríos y, como consecuencia, la inundación de calles, comercios, patios, casas y talleres de muchas personas que vivimos aquí.

En Santiago Pajonal y San Simón, comunidades del municipio de Nacajuca, el nivel del agua no deja de subir y, una vez que deje de hacerlo, se estancará y tardará mucho tiempo en bajar. A las artesanas y artesanos que viven ahí, la pandemia de COVID-19 ya les había puesto en apuros: sus obras las venden sobre todo en ferias y para eventos sociales. Lo que ha durado la contingencia es lo que ha durado la crisis para ellas y ellos, al igual que a muchas otras personas en el país. Sumado a eso, la inundación ha significado un alto brusco a la vida: hay que salir de casa o quedarse para cuidar que no se roben las cosas que se han salvado. Las materias primas, algunas herramientas y maquinaria necesarias para su trabajo se han perdido. Los cultivos de cañita, fibra que utilizan para elaborar sus artesanías, tardarán tres años en recuperarse. Aquí, la ayuda oficial tardó dos semanas en llegar a cuentagotas.

Igual que en Nacajuca, hay otros escenarios de urgencia en el estado, y la organización comunitaria y la solidaridad han sido fundamentales como respuesta: se han abierto albergues y cientos de centros de acopio. En internet se viraliza la frase “sólo el pueblo salva al pueblo”, y esto seguirá siendo cierto a largo plazo porque se necesitarán manos para resembrar cultivos, fumigar, descacharrizar, reactivar la economía y la vida cotidiana.

La política es, de manera simple y radical, la organización de los pueblos, parte de la organización colectiva y esto quiere decir que nos necesitamos, que entre todxs podemos resolver lo que unx solx no puede. En nuestro caso, abrir el camino hacia una nueva democracia participativa será, quizá, lo que permita generar cambios en nuestra dinámica de convivencia con las aguas de Tabasco.

Para no esperar resignados la llegada de la tragedia cada octubre, necesitamos tomar en nuestras manos las acciones y los derechos que nos corresponden en dos tiempos: frente a la urgencia, la solidaridad; frente a los problemas estructurales, democracia y gobierno abierto. Es importante recordar a nuestros gobiernos que somos parte del Estado, que somos parte de la solución y que exigimos que se atienda integralmente esta parte de nuestra vida y nuestra historia y que, lamentablemente hasta hoy, sigue siendo un problema público.

Queremos que el agua deje de ser tragedia.

Tabasco es tierra de agua: una tercera parte de los ríos superficiales del país la recorren y todo lo que vive y pasa por aquí rezuma humedad. Tenemos, sin embargo, una relación disfuncional con nuestra agua porque la hemos contaminado: pasamos continuamente de tener problemas para suministrar agua potable a la población a tenerla agua en abundancia y difícil de controlar.

Tanta agua pasa por este territorio que la temporada de lluvias es constantemente temporada de inundaciones. Así ha sido desde hace mucho tiempo... los abuelos y las abuelas -sobre todo en las zonas rurales- cuando se acercaba la temporada de nortes, en septiembre, preparaban sus cosas y animales para subirlos al tapanco, y alistaban el cayuco para poder surcar las lagunas en las que se convertían sus terrenos. De agua hermosa es nuestro abolengo, diría Pellicer.

Que se inunde este territorio, pues, no es extraño. Que las inundaciones sean trágicas sí lo es y, en resumen, es fruto de un manejo torpe -por negligencia o ignorancia- de las cuencas que recorren el territorio desde el siglo XVII; del crecimiento desordenado de los asentamientos humanos; de la corrupción; del desarrollo depredador de la naturaleza, y de políticas públicas insuficientes, por decir lo menos.

Así, desde hace más de 20 días, en Tabasco han caído intensas lluvias que han provocado el desborde de ríos y, como consecuencia, la inundación de calles, comercios, patios, casas y talleres de muchas personas que vivimos aquí.

En Santiago Pajonal y San Simón, comunidades del municipio de Nacajuca, el nivel del agua no deja de subir y, una vez que deje de hacerlo, se estancará y tardará mucho tiempo en bajar. A las artesanas y artesanos que viven ahí, la pandemia de COVID-19 ya les había puesto en apuros: sus obras las venden sobre todo en ferias y para eventos sociales. Lo que ha durado la contingencia es lo que ha durado la crisis para ellas y ellos, al igual que a muchas otras personas en el país. Sumado a eso, la inundación ha significado un alto brusco a la vida: hay que salir de casa o quedarse para cuidar que no se roben las cosas que se han salvado. Las materias primas, algunas herramientas y maquinaria necesarias para su trabajo se han perdido. Los cultivos de cañita, fibra que utilizan para elaborar sus artesanías, tardarán tres años en recuperarse. Aquí, la ayuda oficial tardó dos semanas en llegar a cuentagotas.

Igual que en Nacajuca, hay otros escenarios de urgencia en el estado, y la organización comunitaria y la solidaridad han sido fundamentales como respuesta: se han abierto albergues y cientos de centros de acopio. En internet se viraliza la frase “sólo el pueblo salva al pueblo”, y esto seguirá siendo cierto a largo plazo porque se necesitarán manos para resembrar cultivos, fumigar, descacharrizar, reactivar la economía y la vida cotidiana.

La política es, de manera simple y radical, la organización de los pueblos, parte de la organización colectiva y esto quiere decir que nos necesitamos, que entre todxs podemos resolver lo que unx solx no puede. En nuestro caso, abrir el camino hacia una nueva democracia participativa será, quizá, lo que permita generar cambios en nuestra dinámica de convivencia con las aguas de Tabasco.

Para no esperar resignados la llegada de la tragedia cada octubre, necesitamos tomar en nuestras manos las acciones y los derechos que nos corresponden en dos tiempos: frente a la urgencia, la solidaridad; frente a los problemas estructurales, democracia y gobierno abierto. Es importante recordar a nuestros gobiernos que somos parte del Estado, que somos parte de la solución y que exigimos que se atienda integralmente esta parte de nuestra vida y nuestra historia y que, lamentablemente hasta hoy, sigue siendo un problema público.

Queremos que el agua deje de ser tragedia.