/ miércoles 6 de diciembre de 2017

¿Quién ilumina al mesías?

En referencia, por supuesto, a quien el historiador, Enrique Krauze, nombró el “mesías tropical” (Andrés Manuel López Obrador). Su declaración en Guerrero, sobre el que habría que estudiar la posibilidad de “amnistiar a los líderes de las bandas criminales”, resonó hasta las quimbambas y prendió focos rojos de alerta.

Inaudito, el que alguien convencido de que ya ganó en el 2018, ignore la realidad del país, que ha recorrido setecientas veces. Cualquiera, con escasa información, sabe de los calibres de violencia que se viven en esa entidad.

Por la tragedia de los normalistas de Ayotzinapa, ha oído de las bandas que asolan el territorio y que tienen a los pobladores en estado de terror.

Su aseveración la fue a hacer a uno de los municipios guerrerenses, más agredidos por el crimen organizado. Quechultenango es uno de los 14 bajo el dominio de la banda de Los Ardillos, malhechores reconocidos por su barbarie y su salvajismo.

Una de las quejas, de quienes formaron parte de su grupúsculo de allegados y acabaron alejándose, es la de que no escucha a nadie. Para él, sólo sus ideas son válidas. Al paso del tiempo su único cambio ha sido el de incluir a sus hijos, trío de jóvenes que es difícil que tengan idea de lo que supone ni gobernarse a sí mismos.

Como si hubiera carencia de expertos en seguridad, suelta una ocurrencia y se cree que ha descubierto el hilo negro. Le bastaría con leer a Héctor de Mauleón, Alejandro Hope y algunos más, para enterarse de los dramas de tantos seres humanos. Podría escuchar a académicos, a penalistas, a miembros del Poder Judicial, de las Fuerzas Armadas y de las policiacas.

Lo que dijo fue una aberración y un insulto a los deudos de las víctimas (A las que, por cierto, ya no puede consultar porque están en el otro mundo).

Ir a una zona de franca guerra y hablar de “amnistía” a los malditos y perdón, para conseguir la “paz y la tranquilidad”, es un agravio a quienes encontraron al hijo, destazado, desfigurado e irreconocible. Encima, el silencio ante la atrocidad, a sabiendas de la complicidad de las autoridades o su incompetencia para resolver un homicidio.

Son miles las familias que han tenido que desplazarse y empezar de cero, por la amenaza de estos sociópatas.

Frente al repudio, aparecieron sus acólitos. Hablaron de una similitud con la tregua colombiana con las FARC. La diferencia es que se firmó un acuerdo de paz, con un grupo guerrillero que luchaba por imponer una ideología. Si en parte se sostuvieron mediante el tráfico de drogas, éste lo ejerció un pequeño sector de los miles de combatientes, imbuidos por un adoctrinamiento de Izquierda radical.

Los capos autóctonos asesinan por ganancias millonarias, que los colocan, como al Chapo, en la lista de los ricos del mundo. La comparación es absurda y busca disculpar el fatal error.

Durante su gestión capitalina, la inseguridad creció a niveles exorbitantes. La sociedad civil organizó una inmensa manifestación para exigir un alto y su repuesta fue calificarla como la marcha de los Pirrurris. Tampoco condena a aquellos de sus elegidos, a quienes agarran con las manos en la masa, como al Delegado de Tláhuac, Rigoberto Salgado, ciego a la impresionante red de narcomenudistas, que operaba en sus dominios. Y lo de exigirle a Estados Unidos que baje su consumo, de carcajada.

Si esa es la propuesta contra la inseguridad, sálvese el que pueda. Con creces ha demostrado que, un tema prioritario para los mexicanos, ¡le pasa de noche, en sus dichos y en sus hechos!

 

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

En referencia, por supuesto, a quien el historiador, Enrique Krauze, nombró el “mesías tropical” (Andrés Manuel López Obrador). Su declaración en Guerrero, sobre el que habría que estudiar la posibilidad de “amnistiar a los líderes de las bandas criminales”, resonó hasta las quimbambas y prendió focos rojos de alerta.

Inaudito, el que alguien convencido de que ya ganó en el 2018, ignore la realidad del país, que ha recorrido setecientas veces. Cualquiera, con escasa información, sabe de los calibres de violencia que se viven en esa entidad.

Por la tragedia de los normalistas de Ayotzinapa, ha oído de las bandas que asolan el territorio y que tienen a los pobladores en estado de terror.

Su aseveración la fue a hacer a uno de los municipios guerrerenses, más agredidos por el crimen organizado. Quechultenango es uno de los 14 bajo el dominio de la banda de Los Ardillos, malhechores reconocidos por su barbarie y su salvajismo.

Una de las quejas, de quienes formaron parte de su grupúsculo de allegados y acabaron alejándose, es la de que no escucha a nadie. Para él, sólo sus ideas son válidas. Al paso del tiempo su único cambio ha sido el de incluir a sus hijos, trío de jóvenes que es difícil que tengan idea de lo que supone ni gobernarse a sí mismos.

Como si hubiera carencia de expertos en seguridad, suelta una ocurrencia y se cree que ha descubierto el hilo negro. Le bastaría con leer a Héctor de Mauleón, Alejandro Hope y algunos más, para enterarse de los dramas de tantos seres humanos. Podría escuchar a académicos, a penalistas, a miembros del Poder Judicial, de las Fuerzas Armadas y de las policiacas.

Lo que dijo fue una aberración y un insulto a los deudos de las víctimas (A las que, por cierto, ya no puede consultar porque están en el otro mundo).

Ir a una zona de franca guerra y hablar de “amnistía” a los malditos y perdón, para conseguir la “paz y la tranquilidad”, es un agravio a quienes encontraron al hijo, destazado, desfigurado e irreconocible. Encima, el silencio ante la atrocidad, a sabiendas de la complicidad de las autoridades o su incompetencia para resolver un homicidio.

Son miles las familias que han tenido que desplazarse y empezar de cero, por la amenaza de estos sociópatas.

Frente al repudio, aparecieron sus acólitos. Hablaron de una similitud con la tregua colombiana con las FARC. La diferencia es que se firmó un acuerdo de paz, con un grupo guerrillero que luchaba por imponer una ideología. Si en parte se sostuvieron mediante el tráfico de drogas, éste lo ejerció un pequeño sector de los miles de combatientes, imbuidos por un adoctrinamiento de Izquierda radical.

Los capos autóctonos asesinan por ganancias millonarias, que los colocan, como al Chapo, en la lista de los ricos del mundo. La comparación es absurda y busca disculpar el fatal error.

Durante su gestión capitalina, la inseguridad creció a niveles exorbitantes. La sociedad civil organizó una inmensa manifestación para exigir un alto y su repuesta fue calificarla como la marcha de los Pirrurris. Tampoco condena a aquellos de sus elegidos, a quienes agarran con las manos en la masa, como al Delegado de Tláhuac, Rigoberto Salgado, ciego a la impresionante red de narcomenudistas, que operaba en sus dominios. Y lo de exigirle a Estados Unidos que baje su consumo, de carcajada.

Si esa es la propuesta contra la inseguridad, sálvese el que pueda. Con creces ha demostrado que, un tema prioritario para los mexicanos, ¡le pasa de noche, en sus dichos y en sus hechos!

 

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq