/ miércoles 15 de noviembre de 2017

Realidad y ficción en la sucesión

En la novela inédita En cualquier milenio, el político de larga trayectoria vive lo que él llama el momento estelar de su carrera: la noche anterior al anuncio que debe hacer sobre el nombre del candidato a la presidencia de la República decide desobedecer la designación comunicada por la máxima voluntad del partido y proclamar el nombre del aspirante al que él considera el mejor, el más dotado para contender en las elecciones por la primera magistratura. Los sectores del partido, la “cargada”, no tienen más remedio que plegarse, ignorantes hasta ese momento de la decisión que solo el depositario de ese secreto comunicó en la hora final. No hay posibilidad de rectificación.

Los tiempos han cambiado, pero en la democracia mexicana la incertidumbre es el signo que acompaña, ineludiblemente, el desenlace final de las designaciones de los candidatos a la presidencia de la República, y con ellos todo el enramado de las campañas que en el momento actual harán contender a más de tres mil quinientos aspirantes a puestos de elección popular en la Federación y en once estados de la República.

Alianzas, coaliciones, frentes, pretendidamente ciudadanos, partidos políticos no se salvan del sometimiento a las incógnitas que deberán resolverse muy probablemente en los últimos días de noviembre o a mediados de diciembre. El Frente Amplio llamado ciudadano mantendrá el triángulo amoroso PAN-PRD-MC, un ménage a trois, hasta que la candidatura los separe. Como en sus mejores tiempos el PRI mantiene en suspenso el nombre del candidato, que antaño era el seguro ganador en las elecciones, en espera del esclarecimiento de quién o quiénes aparecerán en la oposición para delinear su estrategia de campaña.

En el Frente Amplio Ciudadano la incógnita a resolver es una candidatura única en la que la derecha panista o la supuesta izquierda perredista tendrían que renunciar a sus principios históricos y aceptar la postulación de un candidato común contrario a ellos, a su ideología y a sus principios, si es que éstos existen.

En el Partido Revolucionario Institucional la disyuntiva se presenta de manera muy similar a la de años y sexenios anteriores: la designación de un político tradicional o la de un candidato alejado de la clase política, conforme lo demanden las circunstancias del país, la economía o la pertenencia a modelos pasados en la conducción de los destinos del país. José Antonio Mead, reconocido como un funcionario de grandes capacidades, personal y familiarmente intachable, apartidista en su origen dentro de la administración pública, reuniría las condiciones para ser el candidato con mayores posibilidades de ganar la contienda frente a una oposición en la que hasta ahora el único que escapa a la incertidumbre es Andrés Manuel López Obrador, indiscutible abanderado de Morena.

Pero la incertidumbre existe. Como en la novela no publicada, especulación de una clásica política ficción, la moneda para la sucesión presidencial está en el aire. Su caída depende de la aceptación, del cálculo, esperemos acertado, consciente, del momento histórico que se vive; surgirá de una sola voluntad, pero también de la capacidad de cada uno de los actores de la oposición para llevar adelante una campaña en la que, por encima de ambiciones personales, de pugnas partidistas, se piense en el beneficio del país. Habrá tres, cuatro candidatos de partidos con registro en la papeleta electoral; algún probable candidato independiente alcanzará tal vez la meta de ver su nombre en la boleta. Se integrará así un mosaico electoral en el que hasta el momento prevale la incertidumbre, la ecuación a despejar que determinará el rumbo del país en los próximos seis años.

Srio28@prodigy.net.mx

En la novela inédita En cualquier milenio, el político de larga trayectoria vive lo que él llama el momento estelar de su carrera: la noche anterior al anuncio que debe hacer sobre el nombre del candidato a la presidencia de la República decide desobedecer la designación comunicada por la máxima voluntad del partido y proclamar el nombre del aspirante al que él considera el mejor, el más dotado para contender en las elecciones por la primera magistratura. Los sectores del partido, la “cargada”, no tienen más remedio que plegarse, ignorantes hasta ese momento de la decisión que solo el depositario de ese secreto comunicó en la hora final. No hay posibilidad de rectificación.

Los tiempos han cambiado, pero en la democracia mexicana la incertidumbre es el signo que acompaña, ineludiblemente, el desenlace final de las designaciones de los candidatos a la presidencia de la República, y con ellos todo el enramado de las campañas que en el momento actual harán contender a más de tres mil quinientos aspirantes a puestos de elección popular en la Federación y en once estados de la República.

Alianzas, coaliciones, frentes, pretendidamente ciudadanos, partidos políticos no se salvan del sometimiento a las incógnitas que deberán resolverse muy probablemente en los últimos días de noviembre o a mediados de diciembre. El Frente Amplio llamado ciudadano mantendrá el triángulo amoroso PAN-PRD-MC, un ménage a trois, hasta que la candidatura los separe. Como en sus mejores tiempos el PRI mantiene en suspenso el nombre del candidato, que antaño era el seguro ganador en las elecciones, en espera del esclarecimiento de quién o quiénes aparecerán en la oposición para delinear su estrategia de campaña.

En el Frente Amplio Ciudadano la incógnita a resolver es una candidatura única en la que la derecha panista o la supuesta izquierda perredista tendrían que renunciar a sus principios históricos y aceptar la postulación de un candidato común contrario a ellos, a su ideología y a sus principios, si es que éstos existen.

En el Partido Revolucionario Institucional la disyuntiva se presenta de manera muy similar a la de años y sexenios anteriores: la designación de un político tradicional o la de un candidato alejado de la clase política, conforme lo demanden las circunstancias del país, la economía o la pertenencia a modelos pasados en la conducción de los destinos del país. José Antonio Mead, reconocido como un funcionario de grandes capacidades, personal y familiarmente intachable, apartidista en su origen dentro de la administración pública, reuniría las condiciones para ser el candidato con mayores posibilidades de ganar la contienda frente a una oposición en la que hasta ahora el único que escapa a la incertidumbre es Andrés Manuel López Obrador, indiscutible abanderado de Morena.

Pero la incertidumbre existe. Como en la novela no publicada, especulación de una clásica política ficción, la moneda para la sucesión presidencial está en el aire. Su caída depende de la aceptación, del cálculo, esperemos acertado, consciente, del momento histórico que se vive; surgirá de una sola voluntad, pero también de la capacidad de cada uno de los actores de la oposición para llevar adelante una campaña en la que, por encima de ambiciones personales, de pugnas partidistas, se piense en el beneficio del país. Habrá tres, cuatro candidatos de partidos con registro en la papeleta electoral; algún probable candidato independiente alcanzará tal vez la meta de ver su nombre en la boleta. Se integrará así un mosaico electoral en el que hasta el momento prevale la incertidumbre, la ecuación a despejar que determinará el rumbo del país en los próximos seis años.

Srio28@prodigy.net.mx