/ viernes 16 de diciembre de 2022

Reflexiones de fin de año

Por Irelyd Soto

El 2022 ha significado un año de muchos reveses, donde lo que parecía que debía de haber terminado (como la pandemia) simplemente no acabó, y que aquellas formas de represión y de concebir el equilibrio de poder, han vuelto a brotar, como la operación para “desnazificar Ucrania” por parte de Rusia, que se ha convertido en una guerra prolongada donde no hay vencedores, sino personas que están sacrificando sus vidas por ideales de expansión que a la mayoría de los combatientes no les representa.

Por otro lado, tenemos el Mundial de futbol en Qatar que termina de una manera controvertida, poniendo en entredicho las políticas de la FIFA al organizar un mundial en un país bajo régimen autoritario que sanciona la libertad de expresión y donde han ocurrido ya tres muertes de periodistas, algunas cuando cubrían partidos en terreno de juego, producto de causas misteriosas que reafirman lo que ya era mundialmente conocido sobre el no respeto a los derechos humanos en dicha nación.

Siguiendo por esta misma línea en el futbol, tenemos la condena a muerte del futbolista iraní Amir Nasr-Azadani, por el delito de “enemistad con Dios”, (Aristegui, 2022) por sumarse a las protestas en Irán, derivadas del asesinato de Mahsa Amini a manos de la policía de la moral por no llevar bien colocado el velo y que despertó la ira del pueblo iraní que aclama libertad a un régimen teocrático que no para de reprimirles, pero que hoy día todo indica que eso ya no es motivo para detener a la población para decir “¡basta!” a un régimen que lacera el bienestar de su sociedad.

Finalmente, en nuestro hemisferio, tenemos las protestas en Perú donde ya se ha declarado un estado de emergencia por parte del gobierno de Dina Boluarte tras la destitución de Pedro Castillo, mismo que ha generado un número considerable de víctimas y en donde nuestro país ha marcado un posicionamiento que pone en entredicho sus principios de política exterior, principalmente el relativo a la no intervención.

Mucho se ha dicho sobre lo que es paz y lo que no es, y en este año que termina es crucial para reflexionar sobre cómo hemos avanzado o retrocedido para alcanzarla. Hoy día nos enfrentamos a rebrotes de violencia en distintas partes del mundo y a contradicciones sobre lo que se presume como inaceptable, pero que al final se permite. Esto nos lleva a repensar la forma en la que construimos paz y a replantear en 2023 la firme promesa de generar entornos más seguros en nuestras sociedades y de construir una comunidad internacional con directrices asertivas y determinantes para defenderla en terreno, de mano de la gente y no solo en los foros multilaterales.

Por Irelyd Soto

El 2022 ha significado un año de muchos reveses, donde lo que parecía que debía de haber terminado (como la pandemia) simplemente no acabó, y que aquellas formas de represión y de concebir el equilibrio de poder, han vuelto a brotar, como la operación para “desnazificar Ucrania” por parte de Rusia, que se ha convertido en una guerra prolongada donde no hay vencedores, sino personas que están sacrificando sus vidas por ideales de expansión que a la mayoría de los combatientes no les representa.

Por otro lado, tenemos el Mundial de futbol en Qatar que termina de una manera controvertida, poniendo en entredicho las políticas de la FIFA al organizar un mundial en un país bajo régimen autoritario que sanciona la libertad de expresión y donde han ocurrido ya tres muertes de periodistas, algunas cuando cubrían partidos en terreno de juego, producto de causas misteriosas que reafirman lo que ya era mundialmente conocido sobre el no respeto a los derechos humanos en dicha nación.

Siguiendo por esta misma línea en el futbol, tenemos la condena a muerte del futbolista iraní Amir Nasr-Azadani, por el delito de “enemistad con Dios”, (Aristegui, 2022) por sumarse a las protestas en Irán, derivadas del asesinato de Mahsa Amini a manos de la policía de la moral por no llevar bien colocado el velo y que despertó la ira del pueblo iraní que aclama libertad a un régimen teocrático que no para de reprimirles, pero que hoy día todo indica que eso ya no es motivo para detener a la población para decir “¡basta!” a un régimen que lacera el bienestar de su sociedad.

Finalmente, en nuestro hemisferio, tenemos las protestas en Perú donde ya se ha declarado un estado de emergencia por parte del gobierno de Dina Boluarte tras la destitución de Pedro Castillo, mismo que ha generado un número considerable de víctimas y en donde nuestro país ha marcado un posicionamiento que pone en entredicho sus principios de política exterior, principalmente el relativo a la no intervención.

Mucho se ha dicho sobre lo que es paz y lo que no es, y en este año que termina es crucial para reflexionar sobre cómo hemos avanzado o retrocedido para alcanzarla. Hoy día nos enfrentamos a rebrotes de violencia en distintas partes del mundo y a contradicciones sobre lo que se presume como inaceptable, pero que al final se permite. Esto nos lleva a repensar la forma en la que construimos paz y a replantear en 2023 la firme promesa de generar entornos más seguros en nuestras sociedades y de construir una comunidad internacional con directrices asertivas y determinantes para defenderla en terreno, de mano de la gente y no solo en los foros multilaterales.