/ domingo 22 de abril de 2018

¡Regresa Orfeo! ¡Sálvanos de la catábasis! (I)

Dentro de la mitología griega, es Orfeo, el poeta cantor, el aeda del alma, uno de sus más antiguos, emblemáticos y simbólicos personajes y a quien Occidente ha evocado a través de las distintas épocas como el más famoso músico poeta, inmortalizado por ser aquél cuyo arte sublime producía la magia de encantar, a través del tañer de su lira, lo mismo a los árboles que a las sirenas, a las rocas que a las más feroces bestias, al grado de conmover a los propios dioses del Olimpo. Y es que aún cuando su naturaleza humana no quede clara, la consistencia de su mito es asombrosa y su mayor legado el origen de una de las más antiguas corrientes filosóficas, hundida en las sombras de los tiempos como su propio inspirador, el orfismo.

Reconstruyendo el credo órfico, se advierte cómo éste interpreta al hombre integrado por un cuerpo y un alma. Alma, atributo esencial, que habrá de sobrevivirle, siendo castigada o premiada tras la muerte. Cuerpo, mero receptáculo, prisión, tumba del alma, cautiverio del que solo al morir podrá desprenderse. Derivado de ello, el sujeto órfico será un ser apartado del entorno político, un asceta errante que rechazará el consumo de carne y sangre animales. Demiurgo que promoverá como vía de salvación la lectura de textos sagrados, sabedor que estará destinado a reencarnar hasta lograr su purificación en aras de poder reintegrarse en el seno divino, esto es, una vez que al fin hubiera logrado trascender la catábasis por haber alcanzado la inmortalidad en la anábasis. De ahí una de sus recomendaciones principales al momento del tránsito hacia el inframundo: no beber de la fuente del olvido, sino de la fuente de la memoria para asumirse y decirse “inmortal”. Paralelo a ello, para los órficos, existe una búsqueda permanente de la verdad, de lo verdadero que se encuentra oculto, de ahí su concepto de verdad o aletheia. Vocablo del que probablemente derivará teatro, de Thea, diosa, lugar donde se ve a la diosa y a los dioses, es decir, donde se ve en lo oculto, participando de los misterios, a fin de poder penetrar en lo divino. Por eso el teatro griego nacerá de los rituales religiosos, concretamente órficos. Rito que pasa al mito y luego, a través de la mímesis, a la tragedia y la comedia, en tanto el teatro es didáctico y catártico. Espacio en el que el culto a Dionisos (representación del alma), es fundamental y el sacrificio del macho cabrío, excepción culmen del culto órfico, que conduce al paso del placer hacia el éxtasis.

De Orfeo se habla ya en la obra del poeta lírico Íbico en el siglo VI a.C., pero será Platón quien de modo especial referirá de él y sus ideas, tales como la de la inmortalidad del alma o de su destino tras la muerte, en varios de sus diálogos. Virgilio, por su parte, aludirá a los poderes extraordinarios del originario de Tracia, en tanto que Cicerón y Plutarco confirmarán que a él acuden los estoicos para elaborar sus teogonías y Galeno para inspirarse en la secrecía de sus teorías (esotéricon). Con el paso del tiempo, judíos y cristianos asumirán que el alma es inmortal, pero cuando el gnosticismo conciba al hombre autónomo para salvarse, será declarado herético y con ello el orfismo milenariamente sepultado, al grado de llegar a dudarse por siglos su existencia. Solo hasta el hallazgo en 1962 del Papiro de Derveni en Salónica el orfismo será recuperado y con ello la confirmación de su influencia en el neoplatonismo, neopitagorismo, judaísmo y cristianismo primitivo hasta pervivir en el gnosticismo. Por cuanto al origen de su nombre, éste es tan antiguo que nos conduce al periodo prehelénico, lo que dificulta su etimología. Para algunos procede de montes y rocas, para otros de obscuridad y voz, pero yo me inclino por la versión que lo hace derivar de ornéon edifonias: “el dulce canto de los pájaros”, ya que no solo destacó por su bello canto, que en palabras de Simónides hacía a los pájaros sobrevolar su cabeza y a los peces saltar en el mar. Su poesía, el poder de su palabra, su logos era igualmente poderoso, tanto que en el discurso se le identificó con un extremo poder persuasivo, lo que registra Eurípides en Ifigenia en Áulide: “Si tuviese la palabra (logos) de Orfeo, oh padre, persuadiría, encantándolas, a las rocas para que me acompañasen y seduciría con palabras a quien quisiese” y Esquilo en Agamenón: “Él, con su voz, conduce cada cosa a la felicidad”.

Orfeo, probablemente el primer sofista, fue figura omnipresente del arte a lo largo de la historia, lo mismo en la literatura con Garcilaso, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Goethe, Rilke y Tennessee Williams, que en la pintura con Giambellino, Rubens, Tintoretto, Delacroix y Moreau. ¡Qué decir en la música, cuyo mito está ligado al nacimiento de la ópera en la Italia renacentista con Peri, Rinuccini y el divino Monteverdi, y su instrumento desde entonces símbolo del género lírico por excelencia!

Ahora bien ¿por qué hablar hoy de Orfeo y del orfismo? Porque como nunca antes se siente su ausencia en el devenir de nuestra vida diaria y, sobre todo, en la execrable arena política, donde impera el silencio desgarrador de su logos y de su música para calmar a esa bestia cancerbérica que llevamos todos dentro en nuestro ser.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli

Dentro de la mitología griega, es Orfeo, el poeta cantor, el aeda del alma, uno de sus más antiguos, emblemáticos y simbólicos personajes y a quien Occidente ha evocado a través de las distintas épocas como el más famoso músico poeta, inmortalizado por ser aquél cuyo arte sublime producía la magia de encantar, a través del tañer de su lira, lo mismo a los árboles que a las sirenas, a las rocas que a las más feroces bestias, al grado de conmover a los propios dioses del Olimpo. Y es que aún cuando su naturaleza humana no quede clara, la consistencia de su mito es asombrosa y su mayor legado el origen de una de las más antiguas corrientes filosóficas, hundida en las sombras de los tiempos como su propio inspirador, el orfismo.

Reconstruyendo el credo órfico, se advierte cómo éste interpreta al hombre integrado por un cuerpo y un alma. Alma, atributo esencial, que habrá de sobrevivirle, siendo castigada o premiada tras la muerte. Cuerpo, mero receptáculo, prisión, tumba del alma, cautiverio del que solo al morir podrá desprenderse. Derivado de ello, el sujeto órfico será un ser apartado del entorno político, un asceta errante que rechazará el consumo de carne y sangre animales. Demiurgo que promoverá como vía de salvación la lectura de textos sagrados, sabedor que estará destinado a reencarnar hasta lograr su purificación en aras de poder reintegrarse en el seno divino, esto es, una vez que al fin hubiera logrado trascender la catábasis por haber alcanzado la inmortalidad en la anábasis. De ahí una de sus recomendaciones principales al momento del tránsito hacia el inframundo: no beber de la fuente del olvido, sino de la fuente de la memoria para asumirse y decirse “inmortal”. Paralelo a ello, para los órficos, existe una búsqueda permanente de la verdad, de lo verdadero que se encuentra oculto, de ahí su concepto de verdad o aletheia. Vocablo del que probablemente derivará teatro, de Thea, diosa, lugar donde se ve a la diosa y a los dioses, es decir, donde se ve en lo oculto, participando de los misterios, a fin de poder penetrar en lo divino. Por eso el teatro griego nacerá de los rituales religiosos, concretamente órficos. Rito que pasa al mito y luego, a través de la mímesis, a la tragedia y la comedia, en tanto el teatro es didáctico y catártico. Espacio en el que el culto a Dionisos (representación del alma), es fundamental y el sacrificio del macho cabrío, excepción culmen del culto órfico, que conduce al paso del placer hacia el éxtasis.

De Orfeo se habla ya en la obra del poeta lírico Íbico en el siglo VI a.C., pero será Platón quien de modo especial referirá de él y sus ideas, tales como la de la inmortalidad del alma o de su destino tras la muerte, en varios de sus diálogos. Virgilio, por su parte, aludirá a los poderes extraordinarios del originario de Tracia, en tanto que Cicerón y Plutarco confirmarán que a él acuden los estoicos para elaborar sus teogonías y Galeno para inspirarse en la secrecía de sus teorías (esotéricon). Con el paso del tiempo, judíos y cristianos asumirán que el alma es inmortal, pero cuando el gnosticismo conciba al hombre autónomo para salvarse, será declarado herético y con ello el orfismo milenariamente sepultado, al grado de llegar a dudarse por siglos su existencia. Solo hasta el hallazgo en 1962 del Papiro de Derveni en Salónica el orfismo será recuperado y con ello la confirmación de su influencia en el neoplatonismo, neopitagorismo, judaísmo y cristianismo primitivo hasta pervivir en el gnosticismo. Por cuanto al origen de su nombre, éste es tan antiguo que nos conduce al periodo prehelénico, lo que dificulta su etimología. Para algunos procede de montes y rocas, para otros de obscuridad y voz, pero yo me inclino por la versión que lo hace derivar de ornéon edifonias: “el dulce canto de los pájaros”, ya que no solo destacó por su bello canto, que en palabras de Simónides hacía a los pájaros sobrevolar su cabeza y a los peces saltar en el mar. Su poesía, el poder de su palabra, su logos era igualmente poderoso, tanto que en el discurso se le identificó con un extremo poder persuasivo, lo que registra Eurípides en Ifigenia en Áulide: “Si tuviese la palabra (logos) de Orfeo, oh padre, persuadiría, encantándolas, a las rocas para que me acompañasen y seduciría con palabras a quien quisiese” y Esquilo en Agamenón: “Él, con su voz, conduce cada cosa a la felicidad”.

Orfeo, probablemente el primer sofista, fue figura omnipresente del arte a lo largo de la historia, lo mismo en la literatura con Garcilaso, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Goethe, Rilke y Tennessee Williams, que en la pintura con Giambellino, Rubens, Tintoretto, Delacroix y Moreau. ¡Qué decir en la música, cuyo mito está ligado al nacimiento de la ópera en la Italia renacentista con Peri, Rinuccini y el divino Monteverdi, y su instrumento desde entonces símbolo del género lírico por excelencia!

Ahora bien ¿por qué hablar hoy de Orfeo y del orfismo? Porque como nunca antes se siente su ausencia en el devenir de nuestra vida diaria y, sobre todo, en la execrable arena política, donde impera el silencio desgarrador de su logos y de su música para calmar a esa bestia cancerbérica que llevamos todos dentro en nuestro ser.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli