/ lunes 18 de diciembre de 2017

Regresiones electorales a la vista

Aunque aún no inician formalmente las campañas, el país se encuentra en plena efervescencia electoral. Durante décadas, los comicios en México pululaban entre el desdén y la tragedia. Desdén porque a muy pocos interesaban. Y tragedia porque cuando algún interés generaban, concluían en atracos, violencia y fraude. El peor día era precisamente el de la jornada electoral, es decir, el domingo de las votaciones.

Hace alrededor de tres décadas tuve oportunidad de observar un par de elecciones en Costa Rica. ¡Qué diferencia tan marcada entre lo que aquí y allá sucedía un día de comicios! Empezando por la víspera. Aquí las campañas de partidos y candidatos se deben suspender tres días antes, quizá es una disposición prudente para serenar los ánimos y propiciar la reflexión de los electores.

Pero allá, en Costa Rica, no. Todavía la noche anterior, en un gran ambiente de fiesta, los partidos y candidatos llevan a cabo marchas con música y cánticos por las principales calles de San José y otras poblaciones, todo ello en santa paz y casi hasta la medianoche. Pero a las cinco de la mañana del día siguiente, sí, a las cinco de la mañana, ya están en los centros de votación para dar inicio a la jornada electoral.

Esos centros de votación, instalados por lo general en edificios escolares, albergan entre 20 y 30 mesas receptoras. Antes de iniciar los trabajos, quien preside cada mesa enciende un cirio y pide a los presentes hacer una oración para cumplir bien su responsabilidad. Y tomados todos de la mano, funcionarios electorales y representantes de partidos y candidatos, con evidente sinceridad y fervor, elevan una oración.

En modo alguno se está sugiriendo que lo mismo o algo parecido se haga en nuestro país. No, y menos ahora que constitucionalmente es una República laica. Pero sería deseable que al menos el desarrollo de los trabajos en la casilla electoral se llevara a cabo de manera cordial, digna. Lo cual es imposible porque para unos mexicanos  las elecciones constituyen la oportunidad que tienen, por los peores métodos si es necesario, de continuar explotando, saqueando al país, como lo han venido haciendo durante décadas; en tanto que para otros los comicios son vistos con la esperanza de que las cosas cambien en México. Como se advierte, con ópticas y posiciones tan diametralmente opuestas, resulta de plano imposible conciliar ambas visiones.

Causa la impresión de que el IFE, hoy INE, ya dio lo más que pudo dar. Y no puede ir más lejos no solo porque esa institución, tan cuidadosamente diseñada, hoy por hoy está secuestrada. No, no solo por eso. Sino porque el entusiasmo democrático que claramente se vio despuntar hace alrededor de dos décadas, hoy parece ya no existir, aunque se advierten leves signos esperanzadores en algunos integrantes de su consejo general, que en ocasiones hacen mayoría.

La mejor prueba de lo anterior es que cada vez menos ciudadanos aceptan formar parte de las casillas, cuando por el mecanismo aleatorio son designados para integrar sus mesas directivas, situación que el priismo, como ya se vio en las recientes elecciones locales, aprovecha en su beneficio el mecanismo previsto por la ley para suplir a los ciudadanos desertores. Y de continuar esta infortunada tendencia, que nadie se extrañe, que como sucedía en el pasado, las mesas de casilla se integren con el comité seccional priista en pleno. No es posible tan enorme regresión.

Aunque aún no inician formalmente las campañas, el país se encuentra en plena efervescencia electoral. Durante décadas, los comicios en México pululaban entre el desdén y la tragedia. Desdén porque a muy pocos interesaban. Y tragedia porque cuando algún interés generaban, concluían en atracos, violencia y fraude. El peor día era precisamente el de la jornada electoral, es decir, el domingo de las votaciones.

Hace alrededor de tres décadas tuve oportunidad de observar un par de elecciones en Costa Rica. ¡Qué diferencia tan marcada entre lo que aquí y allá sucedía un día de comicios! Empezando por la víspera. Aquí las campañas de partidos y candidatos se deben suspender tres días antes, quizá es una disposición prudente para serenar los ánimos y propiciar la reflexión de los electores.

Pero allá, en Costa Rica, no. Todavía la noche anterior, en un gran ambiente de fiesta, los partidos y candidatos llevan a cabo marchas con música y cánticos por las principales calles de San José y otras poblaciones, todo ello en santa paz y casi hasta la medianoche. Pero a las cinco de la mañana del día siguiente, sí, a las cinco de la mañana, ya están en los centros de votación para dar inicio a la jornada electoral.

Esos centros de votación, instalados por lo general en edificios escolares, albergan entre 20 y 30 mesas receptoras. Antes de iniciar los trabajos, quien preside cada mesa enciende un cirio y pide a los presentes hacer una oración para cumplir bien su responsabilidad. Y tomados todos de la mano, funcionarios electorales y representantes de partidos y candidatos, con evidente sinceridad y fervor, elevan una oración.

En modo alguno se está sugiriendo que lo mismo o algo parecido se haga en nuestro país. No, y menos ahora que constitucionalmente es una República laica. Pero sería deseable que al menos el desarrollo de los trabajos en la casilla electoral se llevara a cabo de manera cordial, digna. Lo cual es imposible porque para unos mexicanos  las elecciones constituyen la oportunidad que tienen, por los peores métodos si es necesario, de continuar explotando, saqueando al país, como lo han venido haciendo durante décadas; en tanto que para otros los comicios son vistos con la esperanza de que las cosas cambien en México. Como se advierte, con ópticas y posiciones tan diametralmente opuestas, resulta de plano imposible conciliar ambas visiones.

Causa la impresión de que el IFE, hoy INE, ya dio lo más que pudo dar. Y no puede ir más lejos no solo porque esa institución, tan cuidadosamente diseñada, hoy por hoy está secuestrada. No, no solo por eso. Sino porque el entusiasmo democrático que claramente se vio despuntar hace alrededor de dos décadas, hoy parece ya no existir, aunque se advierten leves signos esperanzadores en algunos integrantes de su consejo general, que en ocasiones hacen mayoría.

La mejor prueba de lo anterior es que cada vez menos ciudadanos aceptan formar parte de las casillas, cuando por el mecanismo aleatorio son designados para integrar sus mesas directivas, situación que el priismo, como ya se vio en las recientes elecciones locales, aprovecha en su beneficio el mecanismo previsto por la ley para suplir a los ciudadanos desertores. Y de continuar esta infortunada tendencia, que nadie se extrañe, que como sucedía en el pasado, las mesas de casilla se integren con el comité seccional priista en pleno. No es posible tan enorme regresión.