/ miércoles 13 de mayo de 2020

Rehenes de sus palabras

La fría disculpa obligadamente ofrecida por el presidente Andrés Manuel López Obrador a los médicos del país, no borra la torpe ligereza con la que en tabla rasa de sus odios de clase calificó de mercaderes de la salud a los médicos del país.

Queda en el ambiente el insulto a esa grey, proferido en plena lucha contra la pandemia del coronavirus en la que los trabajadores de la salud, desde la eminencia científica hasta la enfermera y el camillero son considerados héroes en una batalla de cuyo discutible y relativo éxito López Obrador quiere apropiarse. Si algún daño causan esas palabras es la alimentación a la irracional serie de ataques de la que hombres y mujeres de la bata blanca han sido víctimas, incluso con fatales consecuencias en esta batida contra el silencioso asesino.

Entre las justas protestas de la totalidad de las organizaciones y colegios de todas las especialidades y grados de la medicina del país contra las irresponsables palabras de López Obrador, destaca una personal, la del doctor Guillermo Navarro que en carta al presidente de la República expresa su desencanto por ese injusto ataque. El doctor Navarro, uno más de entre los miles, millones que votaron por López Obrador, recuerda el sacrificio de veinticinco años de estudios –licenciatura, internados, especializaciones—que el médico invierte en su vida profesional, seguida siempre de una continua e inacabable preparación y actualización en el ejercicio de la profesión en la que, más allá de los ingresos que obtiene se entrega sin reservas a su vocación y al juramento de cuidar y salvar la vida de sus semejantes.

El yerro que López Obrador intenta reparar deja en el aire el sinsabor de sus palabras, de su condena a la profesión médica que la sociedad no olvidará. Quién más, quién menos tiene en su entorno familiar, en sus relaciones la cercanía de un médico del que ha recibido el auxilio de su saber y su ciencia, sea éste en el ejercicio libre de la profesión o en la medicina social a la que todos ellos han dedicado o siguen dedicando parte de su vida, desde el inicio hasta el fin de su carrera. Todos tenemos un médico a quien agradecer lo que nos ha dado para seguir viviendo o en espera de una muerte digna.

El exabrupto de López Obrador es una parte de las obnubilaciones que lo llevan a considerar enemigo de su gobierno, conservador, neoliberal y corrupto, a todo aquel que sigue un camino diferente al suyo, a sus sueños de redentor de una sociedad que, dice, hundida en los vicios y las injusticias del pasado. Periodistas, empresarios, sectores de toda la comunidad que no piensen como él son objeto del insulto y la descalificación de un presidente que no entiende la necesaria unidad del país, sobre todo en los momentos de incertidumbre y angustia que se viven. Toda ayuda, todo apoyo ha de ser personal, atribuible al único hombre capaz de resolverlo todo.

Las palabras de López Obrador en contra de los médicos y trabajadores de la salud del país no fueron tergiversadas o mal interpretadas como lo pretende en su tibia retractación. Lo dicho dicho está, no desaparece con una disculpa. Esas palabras quedan en el ambiente cuando a ellas se agrega la explicación baladí de que fueron dichas en referencia al período neoliberal desaparecido por decreto. Provienen de un presidente que no ha dudado en acudir a la medicina privada de México y del extranjero en desconfianza abierta al régimen social; un presidente cuya vanagloria se finca en la amistad y el sometimiento al representante de la primera potencia neoliberal y capitalista del mundo, su admirado Donald Trump. Pido la venia --y sé que la tengo—del agudo periodista Rafael Cardona, quien a propósito del yerro presidencial recordó una conseja árabe que todo jefe de estado debería tener en cuenta: el hombre es amo de sus silencios, esclavo de sus palabras.

srio28@prodigy.net.mx

La fría disculpa obligadamente ofrecida por el presidente Andrés Manuel López Obrador a los médicos del país, no borra la torpe ligereza con la que en tabla rasa de sus odios de clase calificó de mercaderes de la salud a los médicos del país.

Queda en el ambiente el insulto a esa grey, proferido en plena lucha contra la pandemia del coronavirus en la que los trabajadores de la salud, desde la eminencia científica hasta la enfermera y el camillero son considerados héroes en una batalla de cuyo discutible y relativo éxito López Obrador quiere apropiarse. Si algún daño causan esas palabras es la alimentación a la irracional serie de ataques de la que hombres y mujeres de la bata blanca han sido víctimas, incluso con fatales consecuencias en esta batida contra el silencioso asesino.

Entre las justas protestas de la totalidad de las organizaciones y colegios de todas las especialidades y grados de la medicina del país contra las irresponsables palabras de López Obrador, destaca una personal, la del doctor Guillermo Navarro que en carta al presidente de la República expresa su desencanto por ese injusto ataque. El doctor Navarro, uno más de entre los miles, millones que votaron por López Obrador, recuerda el sacrificio de veinticinco años de estudios –licenciatura, internados, especializaciones—que el médico invierte en su vida profesional, seguida siempre de una continua e inacabable preparación y actualización en el ejercicio de la profesión en la que, más allá de los ingresos que obtiene se entrega sin reservas a su vocación y al juramento de cuidar y salvar la vida de sus semejantes.

El yerro que López Obrador intenta reparar deja en el aire el sinsabor de sus palabras, de su condena a la profesión médica que la sociedad no olvidará. Quién más, quién menos tiene en su entorno familiar, en sus relaciones la cercanía de un médico del que ha recibido el auxilio de su saber y su ciencia, sea éste en el ejercicio libre de la profesión o en la medicina social a la que todos ellos han dedicado o siguen dedicando parte de su vida, desde el inicio hasta el fin de su carrera. Todos tenemos un médico a quien agradecer lo que nos ha dado para seguir viviendo o en espera de una muerte digna.

El exabrupto de López Obrador es una parte de las obnubilaciones que lo llevan a considerar enemigo de su gobierno, conservador, neoliberal y corrupto, a todo aquel que sigue un camino diferente al suyo, a sus sueños de redentor de una sociedad que, dice, hundida en los vicios y las injusticias del pasado. Periodistas, empresarios, sectores de toda la comunidad que no piensen como él son objeto del insulto y la descalificación de un presidente que no entiende la necesaria unidad del país, sobre todo en los momentos de incertidumbre y angustia que se viven. Toda ayuda, todo apoyo ha de ser personal, atribuible al único hombre capaz de resolverlo todo.

Las palabras de López Obrador en contra de los médicos y trabajadores de la salud del país no fueron tergiversadas o mal interpretadas como lo pretende en su tibia retractación. Lo dicho dicho está, no desaparece con una disculpa. Esas palabras quedan en el ambiente cuando a ellas se agrega la explicación baladí de que fueron dichas en referencia al período neoliberal desaparecido por decreto. Provienen de un presidente que no ha dudado en acudir a la medicina privada de México y del extranjero en desconfianza abierta al régimen social; un presidente cuya vanagloria se finca en la amistad y el sometimiento al representante de la primera potencia neoliberal y capitalista del mundo, su admirado Donald Trump. Pido la venia --y sé que la tengo—del agudo periodista Rafael Cardona, quien a propósito del yerro presidencial recordó una conseja árabe que todo jefe de estado debería tener en cuenta: el hombre es amo de sus silencios, esclavo de sus palabras.

srio28@prodigy.net.mx