/ sábado 1 de febrero de 2020

René Rebetez: realidad o fantasía

En 1966, hace 54 años, el escritor y periodista René Rebetez hacía una reseña de la época de asombro que ya se vislumbraba apenas cruzada la segunda mitad del siglo 20.

René Rebetez, filósofo y escritor, murió de repente, después de disfrutar de la aventura extrema de su existencia. Amó hasta la médula, viajó por territorios inesperados del mundo y del conocimiento, y fue leal con su espíritu independiente y sus proclamas de pirata y de poeta. Su obra y su vida se compaginan en un camino que siempre fue búsqueda, reflexión, asombro, descubrimiento, laberinto de sombras y fulgor de claridades esenciales. No alcanzó a pasear su regocijo por los días inciertos del siglo 21, pero su literatura anticipó los tiempos del caos y sus relatos de ciencia ficción lo convirtieron en un miembro activo de los “contemporáneos del porvenir”. Pertenecía a la estirpe de los escritores de tono mayor y su escritura era de gran calado. Vivió a toda vela, consciente de su propio recorrido por los andurriales de la tierra y por las rutas de la mar océano.

Para tener una idea de su gran imaginación, transcribo un texto de su juventud: “Una noche de invierno en Paris, en un hotel sin calefacción, andaba cumpliendo con el ritual del escritor. Por la ventana veo que mis amigos están en el jolgorio, con muchachas y con vino, defendiéndose del frío y del aburrimiento. Sentí que estaba perdiendo el tiempo y que la vida se me escapaba. De inmediato bajé y me uní a la juerga, tal vez para siempre, porque nunca he querido volver a subir al cuarto frío de una escritura ajena a la dinámica de la vida”.

De Rebetez tomamos nota de algunos sucesos que se han asentado y perfeccionado en nuestra época actual. Decía que el hombre ve invadir repentinamente su vida por lo insólito, lo extravagante. Lee en el periódico acerca de mutaciones ocasionadas por la radioactividad, que ha convertido cuerpos humanos en parcelas donde crecen el trigo y el arroz, y conoce lo asombroso de la palabra clonación que producirá efectos impensables en el futuro.

Se entera que un día cualquiera un cometa, intruso de lo inconmensurable, entrará en contacto con el sol, desintegrándose. Observa en la pantalla de su televisión, dejó hace tiempo de asombrarse de la televisión misma, que un hombre hace piruetas y parece nadar en el espacio sideral.

Sabe que hay píldoras capaces de convertir a los gatos en tímidos ratoncillos y otras que producen en los ratones el valor de una pantera... sin que ignoren lo que esto puede significar en un campo de batalla, tratándose de seres humanos.

Existía la certeza de que la aventura del hombre entraba en una fase nueva y decisiva. Se había comprobado, que la estatura de la especie humana aumentaba en promedio de 6 a 12 centímetros; que la fecundación empezaba a formar parte de nuestra sociedad y que, de cada 4 habitantes del planeta, uno era chino.

Se preveía que la población del globo se vería duplicada en el año 2000; que los arsenales atómicos contendrían bombas suficientes para borrar hasta el menor grado de civilización; que la difusión de ideas por medios masivos habría creado la tendencia hacia una cultura estandarizada, generalizada, ¡globalizada!

Ya era del dominio público que la curiosa cabeza del hombre se asomaría a los cráteres lunares. En tierra, levantaría los ojos hacia ese cielo ignorado hasta ese día y esperaría, todo estupor desvanecido, la aparición de sí mismo trascendido, libre de la duda y el miedo a lo desconocido.

Un lenguaje total está en plena gestación. Con el “Aleph”, número superior al infinito, bucea en las inmensidades para descubrir el comportamiento de los genes o la impetuosa marea de las estrellas.

El siglo 21 espera el despertar completo de un gigante aletargado durante milenios, que insiste en la búsqueda de respuestas adecuadas para las preguntas eternas. Todo ello con la apertura de un sistema de pensamiento que le permita descubrir su origen universal y los medios eficaces para vivir en comunión verdadera, ética y moral, con sus semejantes.

Rebetez tiene la misma simple aspiración que nosotros: quiere que el género humano se encuentre, en un futuro trascendido, ejerciendo su imaginación como facultad creadora. Entonces, tal vez, conozca el sentido total del universo y con él, su propio origen y finalidad.

En vísperas del año 2000 falleció de un infarto fulminante. Murió alegre, de buen humor, gozando sus últimos instantes, convencido de que sus libros estaban dispuestos para ser conocidos en un tiempo que ha perdido la orientación y el sentido de la vida. Su obra es un desafío, una herencia inquietante. Su refugio definitivo fue la isla de Providencia, esa joya engastada en el corazón del Caribe, de la bella Colombia.

La imaginación es el motor de la ciencia. Antes de volar, el hombre soñó mucho tiempo con hacerlo. Antes de despertar, repetidas veces habrá de soñar que se despierta.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx

En 1966, hace 54 años, el escritor y periodista René Rebetez hacía una reseña de la época de asombro que ya se vislumbraba apenas cruzada la segunda mitad del siglo 20.

René Rebetez, filósofo y escritor, murió de repente, después de disfrutar de la aventura extrema de su existencia. Amó hasta la médula, viajó por territorios inesperados del mundo y del conocimiento, y fue leal con su espíritu independiente y sus proclamas de pirata y de poeta. Su obra y su vida se compaginan en un camino que siempre fue búsqueda, reflexión, asombro, descubrimiento, laberinto de sombras y fulgor de claridades esenciales. No alcanzó a pasear su regocijo por los días inciertos del siglo 21, pero su literatura anticipó los tiempos del caos y sus relatos de ciencia ficción lo convirtieron en un miembro activo de los “contemporáneos del porvenir”. Pertenecía a la estirpe de los escritores de tono mayor y su escritura era de gran calado. Vivió a toda vela, consciente de su propio recorrido por los andurriales de la tierra y por las rutas de la mar océano.

Para tener una idea de su gran imaginación, transcribo un texto de su juventud: “Una noche de invierno en Paris, en un hotel sin calefacción, andaba cumpliendo con el ritual del escritor. Por la ventana veo que mis amigos están en el jolgorio, con muchachas y con vino, defendiéndose del frío y del aburrimiento. Sentí que estaba perdiendo el tiempo y que la vida se me escapaba. De inmediato bajé y me uní a la juerga, tal vez para siempre, porque nunca he querido volver a subir al cuarto frío de una escritura ajena a la dinámica de la vida”.

De Rebetez tomamos nota de algunos sucesos que se han asentado y perfeccionado en nuestra época actual. Decía que el hombre ve invadir repentinamente su vida por lo insólito, lo extravagante. Lee en el periódico acerca de mutaciones ocasionadas por la radioactividad, que ha convertido cuerpos humanos en parcelas donde crecen el trigo y el arroz, y conoce lo asombroso de la palabra clonación que producirá efectos impensables en el futuro.

Se entera que un día cualquiera un cometa, intruso de lo inconmensurable, entrará en contacto con el sol, desintegrándose. Observa en la pantalla de su televisión, dejó hace tiempo de asombrarse de la televisión misma, que un hombre hace piruetas y parece nadar en el espacio sideral.

Sabe que hay píldoras capaces de convertir a los gatos en tímidos ratoncillos y otras que producen en los ratones el valor de una pantera... sin que ignoren lo que esto puede significar en un campo de batalla, tratándose de seres humanos.

Existía la certeza de que la aventura del hombre entraba en una fase nueva y decisiva. Se había comprobado, que la estatura de la especie humana aumentaba en promedio de 6 a 12 centímetros; que la fecundación empezaba a formar parte de nuestra sociedad y que, de cada 4 habitantes del planeta, uno era chino.

Se preveía que la población del globo se vería duplicada en el año 2000; que los arsenales atómicos contendrían bombas suficientes para borrar hasta el menor grado de civilización; que la difusión de ideas por medios masivos habría creado la tendencia hacia una cultura estandarizada, generalizada, ¡globalizada!

Ya era del dominio público que la curiosa cabeza del hombre se asomaría a los cráteres lunares. En tierra, levantaría los ojos hacia ese cielo ignorado hasta ese día y esperaría, todo estupor desvanecido, la aparición de sí mismo trascendido, libre de la duda y el miedo a lo desconocido.

Un lenguaje total está en plena gestación. Con el “Aleph”, número superior al infinito, bucea en las inmensidades para descubrir el comportamiento de los genes o la impetuosa marea de las estrellas.

El siglo 21 espera el despertar completo de un gigante aletargado durante milenios, que insiste en la búsqueda de respuestas adecuadas para las preguntas eternas. Todo ello con la apertura de un sistema de pensamiento que le permita descubrir su origen universal y los medios eficaces para vivir en comunión verdadera, ética y moral, con sus semejantes.

Rebetez tiene la misma simple aspiración que nosotros: quiere que el género humano se encuentre, en un futuro trascendido, ejerciendo su imaginación como facultad creadora. Entonces, tal vez, conozca el sentido total del universo y con él, su propio origen y finalidad.

En vísperas del año 2000 falleció de un infarto fulminante. Murió alegre, de buen humor, gozando sus últimos instantes, convencido de que sus libros estaban dispuestos para ser conocidos en un tiempo que ha perdido la orientación y el sentido de la vida. Su obra es un desafío, una herencia inquietante. Su refugio definitivo fue la isla de Providencia, esa joya engastada en el corazón del Caribe, de la bella Colombia.

La imaginación es el motor de la ciencia. Antes de volar, el hombre soñó mucho tiempo con hacerlo. Antes de despertar, repetidas veces habrá de soñar que se despierta.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx