/ domingo 15 de septiembre de 2019

Respeto 

En cualquier nación, el Ejército y la Marina tiene la enorme responsabilidad de la protección de la soberanía y del territorio, salvo en los momentos en que su intervención es necesaria para garantizar la paz y la tranquilidad de su población.

Las fuerzas armadas mexicanas no han sido ninguna excepción y en muchos episodios de nuestra historia tuvieron que participar en diferentes tareas; en muchas ocasiones se pone de ejemplo su asistencia durante desastres naturales para ilustrar su papel en tareas que no son necesariamente de defensa.

Esta semana, mediante un comunicado, el Ejército anunció que usará moderadamente la fuerza para evitar las agresiones que se han hecho públicas en días recientes (y las que no) hacia elementos de la milicia, lo que incluiría a la Guardia Nacional.

Aunque se sacó fuera de proporción, la decisión llama a reflexionar acerca del delicado momento en el que estamos entrando para pacificar al país: encontrar el equilibrio necesario para lograr el respeto de la Ley, del Estado de Derecho, sin caer en los abusos de autoridad y de poder que hemos vivido antes.

México es una nación que tiene a su Ejército en un alto concepto; confía en su representación, porque en su mayoría está formado por mujeres y hombres que surgen del trabajo arduo, el estudio y el mérito propio. También muchas y muchos llegan al servicio desde los puntos más remotos y necesitados del territorio nacional con el objetivo de crecer dentro de sus filas en lo económico y en lo intelectual.

Entonces, cuando el presidente afirma que el Ejército y la Marina son pueblo uniformado no miente, cualquier análisis de su composición le dará la razón; por eso sus detractores tomaron con tanta alarma la serie de agresiones en video que tanto circularon por teléfonos, tabletas y computadoras, gracias a las redes sociales que, en este caso, no sé si son benditas.

Esta característica de las Fuerzas Armadas mexicanas no se repite en muchas naciones, donde se les respeta porque se les teme y su peso en el destino de las sociedades es determinante porque mantienen el control de las armas y de su uso en un momento dado.

Aquí, el militar y el marino son figuras que tienen una solidez de imagen que se ha renovado en los últimos meses, después de caer varios peldaños en la lista de percepciones positivas de las y los ciudadanos por diversos casos en los que se usó la violencia para frenar a los criminales, ellos sí, que perdieron todo respeto por cualquier institución del Estado.

Y cuando tratamos de combatir el fuego con el fuego mismo esa violencia se sale de control, que fue lo que sucedió en los dos sexenios anteriores, sumando además la corrupción, la impunidad y el desgaste que trajo a quienes de pronto estaban en un limbo legal para actuar en funciones que nunca les han correspondido.

Dejemos claro que el Ejército ha estado siempre a la altura de su responsabilidad con la historia de México. Si ha llevado a cabo acciones de dudosa probidad es en el acatamiento de órdenes que se han hecho con poco conocimiento o con un propósito abierto de represión.

Pero hoy estamos en una época distinta. No es sólo por decirlo, sino por una serie de medidas que se han tomado para trata de reconciliar a nuestra nación, entre ellas, la Guardia Nacional, un cuerpo con mucha historia y una representación que, si se actualiza, será un motivo de orgullo para todos nosotros.

Este domingo, mientras festejamos el 15 de septiembre en estos nuevos tiempos, reflexionemos sobre nuestra obligación de respetar, honrar y defender a las mujeres y hombres que integran a las Fuerza Armadas en sus tareas y desempeño. La fórmula es sencilla: a los buenos elementos se les reconoce; a los malos, se les denuncia, pero es indispensable darles el lugar social que les corresponde.

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En cualquier nación, el Ejército y la Marina tiene la enorme responsabilidad de la protección de la soberanía y del territorio, salvo en los momentos en que su intervención es necesaria para garantizar la paz y la tranquilidad de su población.

Las fuerzas armadas mexicanas no han sido ninguna excepción y en muchos episodios de nuestra historia tuvieron que participar en diferentes tareas; en muchas ocasiones se pone de ejemplo su asistencia durante desastres naturales para ilustrar su papel en tareas que no son necesariamente de defensa.

Esta semana, mediante un comunicado, el Ejército anunció que usará moderadamente la fuerza para evitar las agresiones que se han hecho públicas en días recientes (y las que no) hacia elementos de la milicia, lo que incluiría a la Guardia Nacional.

Aunque se sacó fuera de proporción, la decisión llama a reflexionar acerca del delicado momento en el que estamos entrando para pacificar al país: encontrar el equilibrio necesario para lograr el respeto de la Ley, del Estado de Derecho, sin caer en los abusos de autoridad y de poder que hemos vivido antes.

México es una nación que tiene a su Ejército en un alto concepto; confía en su representación, porque en su mayoría está formado por mujeres y hombres que surgen del trabajo arduo, el estudio y el mérito propio. También muchas y muchos llegan al servicio desde los puntos más remotos y necesitados del territorio nacional con el objetivo de crecer dentro de sus filas en lo económico y en lo intelectual.

Entonces, cuando el presidente afirma que el Ejército y la Marina son pueblo uniformado no miente, cualquier análisis de su composición le dará la razón; por eso sus detractores tomaron con tanta alarma la serie de agresiones en video que tanto circularon por teléfonos, tabletas y computadoras, gracias a las redes sociales que, en este caso, no sé si son benditas.

Esta característica de las Fuerzas Armadas mexicanas no se repite en muchas naciones, donde se les respeta porque se les teme y su peso en el destino de las sociedades es determinante porque mantienen el control de las armas y de su uso en un momento dado.

Aquí, el militar y el marino son figuras que tienen una solidez de imagen que se ha renovado en los últimos meses, después de caer varios peldaños en la lista de percepciones positivas de las y los ciudadanos por diversos casos en los que se usó la violencia para frenar a los criminales, ellos sí, que perdieron todo respeto por cualquier institución del Estado.

Y cuando tratamos de combatir el fuego con el fuego mismo esa violencia se sale de control, que fue lo que sucedió en los dos sexenios anteriores, sumando además la corrupción, la impunidad y el desgaste que trajo a quienes de pronto estaban en un limbo legal para actuar en funciones que nunca les han correspondido.

Dejemos claro que el Ejército ha estado siempre a la altura de su responsabilidad con la historia de México. Si ha llevado a cabo acciones de dudosa probidad es en el acatamiento de órdenes que se han hecho con poco conocimiento o con un propósito abierto de represión.

Pero hoy estamos en una época distinta. No es sólo por decirlo, sino por una serie de medidas que se han tomado para trata de reconciliar a nuestra nación, entre ellas, la Guardia Nacional, un cuerpo con mucha historia y una representación que, si se actualiza, será un motivo de orgullo para todos nosotros.

Este domingo, mientras festejamos el 15 de septiembre en estos nuevos tiempos, reflexionemos sobre nuestra obligación de respetar, honrar y defender a las mujeres y hombres que integran a las Fuerza Armadas en sus tareas y desempeño. La fórmula es sencilla: a los buenos elementos se les reconoce; a los malos, se les denuncia, pero es indispensable darles el lugar social que les corresponde.

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