/ jueves 30 de diciembre de 2021

Resucitación de negocios: Prioridad 2022

Los resultados del recién publicado Estudio sobre la Demografía de los Negocios 2021 del Inegi son otra muestra del severo golpe de la pandemia a la economía mexicana, precipitado y agudizado porque, a diferencia de prácticamente el resto del mundo, aquí ya se registraban tendencias de recesión desde 2019 y no tuvimos política fiscal contracíclica ni apoyos emergentes desde el gobierno nacional. Llovió sobre mojado, y sin ese paraguas.

Cientos de miles de empresas tuvieron que aguantar varios meses con una fracción de sus ingresos, o sin ninguno, pero con costos fijos, mientras la falta de liquidez se extendía como otro virus. Buena parte no superó la prueba y otra quedó en un estado financiero precario, lo cual se refleja en el escaso dinamismo y falta de inversión que se vislumbran más allá de lo que fue un breve e insuficiente rebote de la brutal contracción del 2020. Por eso la restauración del tejido empresarial dañado, y que más empresas puedan reabrir, sostenerse o nacer, debería ser una prioridad nacional en 2022. Sin ello, no habrá más empleos y crecimiento, ni más ingresos tributarios para el gasto público.

De acuerdo con el estudio, si en 2019 había 4 millones 857 mil negocios operando en México, a mediados de este año eran 4 millones 460 mil: 397 mil menos. Se han abierto muchos, pero no bastantes como para compensar. En el 2020 nacieron cerca de 620 mil, pero murieron más de 1 millón. Este año, al corte de julio, abrieron sus puertas más de 1.1 millones, pero más de 1.5 millones las cerraron. Hay estados donde la mortandad ha sido dramática. En Quintana Roo, más de 46 de cada 100 empresas registradas en los censos económicos del 2019 ya no existen. A nivel nacional, la proporción es de 32.

Estos datos deben motivar no sólo la reflexión, sino la acción a nivel nacional, estatal y local. La muerte de un negocio es una tragedia para quienes hicieron de ella un proyecto de vida, sean sus dueños o colaboradores. El agregado, lo es para su comunidad y el país. No es fácil echar a andar una empresa; más complicado consolidarla y más aún, revivirla cuando cae.

Algunos estados y ciudades tienen gran capacidad y mejores condiciones relativas para el emprendimiento. Por ejemplo, en Nuevo León, donde murieron casi 40 de cada 100 negocios que había en 2019, puede esperarse que buena parte reabra o surjan nuevos proyectos. Así ha ocurrido en otras crisis. En otras entidades, como Oaxaca y Chiapas, hubo una mortandad menor, en torno a 26 por 100, pero el horizonte de recuperación puede tener una cuesta mucho más empinada.

Además, hay grandes diferencias entre los distintos sectores e industrias. En algunos, con oportunidades inmediatas y condiciones para reemprender. En otros, lo que domina es la incertidumbre.

Por ejemplo, en estados eminentemente turísticos, como el propio Quintana Roo o Baja California Sur, podría esperarse un restablecimiento dinámico. El problema es que estamos ante un entorno atípico, y no sólo por el factor de la política interna. En realidad, no sabemos qué tan rápido se recuperará el turismo internacional. Más de fondo, no está claro que las cosas vuelvan a la “normalidad” pre pandémica. Es muy probable que usos y costumbres de viajeros, prácticas de negocio y el mercado mismo hayan cambiado sensible y permanentemente.

En el escenario no solo gravita el golpe de la pandemia, sino todo lo que ha cambiado en estos dos difíciles años. Es la “nueva normalidad” de la que tanto se ha hablado y ahora se materializa aceleradamente. Como el avance de la economía digital. Miles de negocios quebraron tras los confinamientos, con los cuellos de botella en cadenas de abasto y del flujo de efectivo, así como la contracción del consumo. Sin embargo, el comercio electrónico despegó. Empresas y empresarios tenemos que adaptarnos a nuevas realidades, con oportunidades magníficas, pero también la presión de ponerse al día o incluso reinventarse como en prueba a contrarreloj.

Hay una revolución económica, y 2022 es año de transición. Contrario a lo que vemos en México, en Estados Unidos se presenten récords en apertura de negocios: una parte se explica por las ayudas del Estado, que preservaron negocios, empleos, ahorros y liquidez; otra, por el emprendimiento con las oportunidades y las herramientas del mundo digital, como mayor acceso a crédito con las fintechs y nuevos mercados vía ventas en línea.

Por todas estas circunstancias, lo mejor sería que en cada municipio y estado, de acuerdo con sus características y vocaciones, los sectores privado y público desarrollaran estrategias de largo alcance para la multiplicación y el crecimiento de las empresas. No sólo cómo hacemos para que puedan resucitar las que cerraron, sino cómo, en general, nos montamos en las oportunidades y cubrimos los riesgos de la “nueva normalidad”.

Sería sensacional un plan nacional que conectara con esfuerzos locales y estatales. Eso se ve difícil, dada la actuación del Gobierno Federal frente a la iniciativa privada: en el mejor de los casos, de indiferencia al fomento del emprendimiento; frecuentemente, de confrontación. El desaparecido Instituto Nacional del Emprendedor (Inadem) podía tener problemas, pero era una instancia para construir esas sinergias, trabajando también con incubadoras y aceleradoras.

Todo año nuevo es ocasión de reflexión y reconciliación. Ojalá lo sea ahora. De cualquier modo, los empresarios, en pymes o grandes empresas, debemos actuar, con o sin ayuda. Muchas bendiciones para todos en el 2022 y siempre.


Los resultados del recién publicado Estudio sobre la Demografía de los Negocios 2021 del Inegi son otra muestra del severo golpe de la pandemia a la economía mexicana, precipitado y agudizado porque, a diferencia de prácticamente el resto del mundo, aquí ya se registraban tendencias de recesión desde 2019 y no tuvimos política fiscal contracíclica ni apoyos emergentes desde el gobierno nacional. Llovió sobre mojado, y sin ese paraguas.

Cientos de miles de empresas tuvieron que aguantar varios meses con una fracción de sus ingresos, o sin ninguno, pero con costos fijos, mientras la falta de liquidez se extendía como otro virus. Buena parte no superó la prueba y otra quedó en un estado financiero precario, lo cual se refleja en el escaso dinamismo y falta de inversión que se vislumbran más allá de lo que fue un breve e insuficiente rebote de la brutal contracción del 2020. Por eso la restauración del tejido empresarial dañado, y que más empresas puedan reabrir, sostenerse o nacer, debería ser una prioridad nacional en 2022. Sin ello, no habrá más empleos y crecimiento, ni más ingresos tributarios para el gasto público.

De acuerdo con el estudio, si en 2019 había 4 millones 857 mil negocios operando en México, a mediados de este año eran 4 millones 460 mil: 397 mil menos. Se han abierto muchos, pero no bastantes como para compensar. En el 2020 nacieron cerca de 620 mil, pero murieron más de 1 millón. Este año, al corte de julio, abrieron sus puertas más de 1.1 millones, pero más de 1.5 millones las cerraron. Hay estados donde la mortandad ha sido dramática. En Quintana Roo, más de 46 de cada 100 empresas registradas en los censos económicos del 2019 ya no existen. A nivel nacional, la proporción es de 32.

Estos datos deben motivar no sólo la reflexión, sino la acción a nivel nacional, estatal y local. La muerte de un negocio es una tragedia para quienes hicieron de ella un proyecto de vida, sean sus dueños o colaboradores. El agregado, lo es para su comunidad y el país. No es fácil echar a andar una empresa; más complicado consolidarla y más aún, revivirla cuando cae.

Algunos estados y ciudades tienen gran capacidad y mejores condiciones relativas para el emprendimiento. Por ejemplo, en Nuevo León, donde murieron casi 40 de cada 100 negocios que había en 2019, puede esperarse que buena parte reabra o surjan nuevos proyectos. Así ha ocurrido en otras crisis. En otras entidades, como Oaxaca y Chiapas, hubo una mortandad menor, en torno a 26 por 100, pero el horizonte de recuperación puede tener una cuesta mucho más empinada.

Además, hay grandes diferencias entre los distintos sectores e industrias. En algunos, con oportunidades inmediatas y condiciones para reemprender. En otros, lo que domina es la incertidumbre.

Por ejemplo, en estados eminentemente turísticos, como el propio Quintana Roo o Baja California Sur, podría esperarse un restablecimiento dinámico. El problema es que estamos ante un entorno atípico, y no sólo por el factor de la política interna. En realidad, no sabemos qué tan rápido se recuperará el turismo internacional. Más de fondo, no está claro que las cosas vuelvan a la “normalidad” pre pandémica. Es muy probable que usos y costumbres de viajeros, prácticas de negocio y el mercado mismo hayan cambiado sensible y permanentemente.

En el escenario no solo gravita el golpe de la pandemia, sino todo lo que ha cambiado en estos dos difíciles años. Es la “nueva normalidad” de la que tanto se ha hablado y ahora se materializa aceleradamente. Como el avance de la economía digital. Miles de negocios quebraron tras los confinamientos, con los cuellos de botella en cadenas de abasto y del flujo de efectivo, así como la contracción del consumo. Sin embargo, el comercio electrónico despegó. Empresas y empresarios tenemos que adaptarnos a nuevas realidades, con oportunidades magníficas, pero también la presión de ponerse al día o incluso reinventarse como en prueba a contrarreloj.

Hay una revolución económica, y 2022 es año de transición. Contrario a lo que vemos en México, en Estados Unidos se presenten récords en apertura de negocios: una parte se explica por las ayudas del Estado, que preservaron negocios, empleos, ahorros y liquidez; otra, por el emprendimiento con las oportunidades y las herramientas del mundo digital, como mayor acceso a crédito con las fintechs y nuevos mercados vía ventas en línea.

Por todas estas circunstancias, lo mejor sería que en cada municipio y estado, de acuerdo con sus características y vocaciones, los sectores privado y público desarrollaran estrategias de largo alcance para la multiplicación y el crecimiento de las empresas. No sólo cómo hacemos para que puedan resucitar las que cerraron, sino cómo, en general, nos montamos en las oportunidades y cubrimos los riesgos de la “nueva normalidad”.

Sería sensacional un plan nacional que conectara con esfuerzos locales y estatales. Eso se ve difícil, dada la actuación del Gobierno Federal frente a la iniciativa privada: en el mejor de los casos, de indiferencia al fomento del emprendimiento; frecuentemente, de confrontación. El desaparecido Instituto Nacional del Emprendedor (Inadem) podía tener problemas, pero era una instancia para construir esas sinergias, trabajando también con incubadoras y aceleradoras.

Todo año nuevo es ocasión de reflexión y reconciliación. Ojalá lo sea ahora. De cualquier modo, los empresarios, en pymes o grandes empresas, debemos actuar, con o sin ayuda. Muchas bendiciones para todos en el 2022 y siempre.