/ domingo 24 de enero de 2021

Rocafuerte, el soñador del hispanoamericanismo

Dedicado a todos aquellos jóvenes que se forman como abogados e historiadores y que luchan por un sueño…

Fue Josef Vicente Rocafuerte y Rodríguez de Bejarano, nacido en Guayaquil en 1783 y muerto en Lima en 1847, el hombre que soñó con un ideal: el hispanoamericanismo. Un idealismo que tenía poderosos cimientos de realidad, pues sabía que mientras las condiciones materiales de vida no estuvieran satisfechas, no podría haber democracia ni libertad en tanto prevaleciera la miseria. Y es que de establecerse el hispanoamericanismo entre las naciones que habían sido parte del imperio español, esto les permitiría aconsejarse y brindarse ayuda mutua.

Sin embargo, la posibilidad de conseguirlo se fue desintegrando poco a poco: entre los distintos países recién independizados las luchas políticas comenzaron a surgir y, en vez de aproximarse unos a otros al compartir un pasado colonial común, se fueron distanciando, ahondando sus diferencias: cada nación comenzó a luchar por los requerimientos específicos de su propia y naciente patria. Además, personajes como Juan Egaña en Chile y Simón Bolívar en Venezuela, comenzaron a tener en mente otros proyectos, y aún y cuando Rocafuerte había sido uno de los principales colaboradores Bolívar, éste simplemente no creyó en él. Su visión era más conservadora, enfocada hacia un pasado remoto, el mismo que había originado al parlamentarismo inglés en el siglo XII, de modo que mientras el ideal bolivariano era buscar la total independencia americana frente a España, Rocafuerte veía de forma distinta al futuro: él soñaba una Hispanoamérica unida, y al final fue una utopía.

Utopía que había nacido al amparo de un hombre que, nacido neogranadino, luego de viajar a Francia, España, Italia, Inglaterra, Estados Unidos, Cuba y México, pudo tomar conciencia de los principios de democracia, libertad e igualdad que habían animado a las luchas independentistas y revolucionarias de finales del siglo XVIII, así como a las gestas independentistas americanas, siendo su participación como diputado por Guayaquil en las Cortes de Cádiz en 1812, la fragua donde él se forjó dentro del liberalismo español.

Sí, sin duda las Cortes de Cádiz lo habían impulsado a soñar, sólo que como ellas, ni España ni el mundo americano estaban preparados para el cambio. Inspirado entonces en el modelo adoptado por los estadounidenses, a decir de Jaime Rodríguez -uno de sus principales estudiosos-, el otrora vigoroso centralista, se planteó como necesario el “control del regionalismo mediante un sistema federal perfeccionado que fomentara las responsabilidades locales al tiempo que forjaba una unión más fuerte”. De ello quiso convencer al propio Bolívar, pero éste tampoco le escuchó. Eran dos hombres cuya visión se dirigía en sentido divergente.

En cambio, había una nación que le aguardaba, y ésta era México. País al que se dirigió y para quien su presencia fue clave dentro de los procesos que habrían de vivir las nacientes naciones americanas, ella incluida. Aquí, Miguel Ramos Arizpe y Fray Servando Teresa de Mier, serían los dos personajes mas cercanos de nuestro neogranadino, quien pronto habría de unirse a los movimientos conspiracionistas en contra de Iturbide, a la sazón proclamado primer Emperador de México. Para entonces, consideraba ya que la clase trabajadora y, particularmente la clase media, eran elementos necesarios, imprescindibles, para el desarrollo industrial de América, pues creía firmemente que el impulso a la economía como motor del progreso.

Era, sin duda, la visión de un hombre progresista, de avanzada, en todos los aspectos. Pensemos tan solo que su estadía en Europa y en los Estados Unidos de América le había convencido -hace 200 años- que el ferrocarril sería el medio idóneo para poder impulsar el desarrollo económico y social de Hispanoamérica. De ahí su lucha porque en ésta se adoptaran e impulsaran las novedades científicas que estaban transformando a las naciones europeas y estadounidense. Lamentablemente, en México tampoco Lucas Alamán lo escuchó. Comulgaban en lo económico, pero no en lo político.

Con el paso de los años, Rocafuerte sumó a sus ideales el concebir proyectos religiosos y sociales, como fue el haber sido un pionero de la transformación del sistema penitenciario de su época, al proponer que en vez de ser considerados los presidios como centros de purgamiento, lo fueran de educación y rehabilitación. Era, verdaderamente un hombre ilustrado y de avanzada, a tal grado que desde su óptica ni el Plan de Iguala ni los Tratados de Córdoba eran necesarios, ya que los insurgentes tenían el control del país. Impecable razonamiento.

Al final de esta evocación, sólo queda por declarar un deseo: que 2021 nos permita reflexionar periódicamente sobre algunos de aquellos procesos emblemáticos que dieron cabida a la génesis de las naciones americanas independientes.

La historia no ha terminado de escribirse y restan muchos capítulos por reescribir.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli



Dedicado a todos aquellos jóvenes que se forman como abogados e historiadores y que luchan por un sueño…

Fue Josef Vicente Rocafuerte y Rodríguez de Bejarano, nacido en Guayaquil en 1783 y muerto en Lima en 1847, el hombre que soñó con un ideal: el hispanoamericanismo. Un idealismo que tenía poderosos cimientos de realidad, pues sabía que mientras las condiciones materiales de vida no estuvieran satisfechas, no podría haber democracia ni libertad en tanto prevaleciera la miseria. Y es que de establecerse el hispanoamericanismo entre las naciones que habían sido parte del imperio español, esto les permitiría aconsejarse y brindarse ayuda mutua.

Sin embargo, la posibilidad de conseguirlo se fue desintegrando poco a poco: entre los distintos países recién independizados las luchas políticas comenzaron a surgir y, en vez de aproximarse unos a otros al compartir un pasado colonial común, se fueron distanciando, ahondando sus diferencias: cada nación comenzó a luchar por los requerimientos específicos de su propia y naciente patria. Además, personajes como Juan Egaña en Chile y Simón Bolívar en Venezuela, comenzaron a tener en mente otros proyectos, y aún y cuando Rocafuerte había sido uno de los principales colaboradores Bolívar, éste simplemente no creyó en él. Su visión era más conservadora, enfocada hacia un pasado remoto, el mismo que había originado al parlamentarismo inglés en el siglo XII, de modo que mientras el ideal bolivariano era buscar la total independencia americana frente a España, Rocafuerte veía de forma distinta al futuro: él soñaba una Hispanoamérica unida, y al final fue una utopía.

Utopía que había nacido al amparo de un hombre que, nacido neogranadino, luego de viajar a Francia, España, Italia, Inglaterra, Estados Unidos, Cuba y México, pudo tomar conciencia de los principios de democracia, libertad e igualdad que habían animado a las luchas independentistas y revolucionarias de finales del siglo XVIII, así como a las gestas independentistas americanas, siendo su participación como diputado por Guayaquil en las Cortes de Cádiz en 1812, la fragua donde él se forjó dentro del liberalismo español.

Sí, sin duda las Cortes de Cádiz lo habían impulsado a soñar, sólo que como ellas, ni España ni el mundo americano estaban preparados para el cambio. Inspirado entonces en el modelo adoptado por los estadounidenses, a decir de Jaime Rodríguez -uno de sus principales estudiosos-, el otrora vigoroso centralista, se planteó como necesario el “control del regionalismo mediante un sistema federal perfeccionado que fomentara las responsabilidades locales al tiempo que forjaba una unión más fuerte”. De ello quiso convencer al propio Bolívar, pero éste tampoco le escuchó. Eran dos hombres cuya visión se dirigía en sentido divergente.

En cambio, había una nación que le aguardaba, y ésta era México. País al que se dirigió y para quien su presencia fue clave dentro de los procesos que habrían de vivir las nacientes naciones americanas, ella incluida. Aquí, Miguel Ramos Arizpe y Fray Servando Teresa de Mier, serían los dos personajes mas cercanos de nuestro neogranadino, quien pronto habría de unirse a los movimientos conspiracionistas en contra de Iturbide, a la sazón proclamado primer Emperador de México. Para entonces, consideraba ya que la clase trabajadora y, particularmente la clase media, eran elementos necesarios, imprescindibles, para el desarrollo industrial de América, pues creía firmemente que el impulso a la economía como motor del progreso.

Era, sin duda, la visión de un hombre progresista, de avanzada, en todos los aspectos. Pensemos tan solo que su estadía en Europa y en los Estados Unidos de América le había convencido -hace 200 años- que el ferrocarril sería el medio idóneo para poder impulsar el desarrollo económico y social de Hispanoamérica. De ahí su lucha porque en ésta se adoptaran e impulsaran las novedades científicas que estaban transformando a las naciones europeas y estadounidense. Lamentablemente, en México tampoco Lucas Alamán lo escuchó. Comulgaban en lo económico, pero no en lo político.

Con el paso de los años, Rocafuerte sumó a sus ideales el concebir proyectos religiosos y sociales, como fue el haber sido un pionero de la transformación del sistema penitenciario de su época, al proponer que en vez de ser considerados los presidios como centros de purgamiento, lo fueran de educación y rehabilitación. Era, verdaderamente un hombre ilustrado y de avanzada, a tal grado que desde su óptica ni el Plan de Iguala ni los Tratados de Córdoba eran necesarios, ya que los insurgentes tenían el control del país. Impecable razonamiento.

Al final de esta evocación, sólo queda por declarar un deseo: que 2021 nos permita reflexionar periódicamente sobre algunos de aquellos procesos emblemáticos que dieron cabida a la génesis de las naciones americanas independientes.

La historia no ha terminado de escribirse y restan muchos capítulos por reescribir.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli