/ viernes 11 de marzo de 2022

Rusia vs Ucrania: la venganza de la geografía

Europa, 1919. En su libro The Economic Consequences of the Peace, John Maynard Keynes advertía que los severos castigos económicos, políticos y territoriales en contra de Alemania luego de haber perdido la Primera Guerra Mundial, ocasionarían un nuevo conflicto a escala industrial en Europa. La historia le daría la razón al economista inglés. No se puede entender el ascenso del nacionalsocialismo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la subsecuente tragedia humana, sin considerar los términos y condiciones del Tratado de Versalles, así como la cantidad de agravios que produjo en su corta duración.

“La historia no se repite a sí misma, pero con frecuencia rima”, decía Mark Twain. Y si la historia rima, es porque hay elementos objetivos que lo permiten. Uno de ellos es la geografía. Para Robert Singer, uno de los historiadores occidentales –y quizás del mundo– que mejor ha estudiado Rusia, la invasión rusa a Ucrania fue resultado de dos errores estratégicos. Primero, el acuerdo de asociación estratégica que Estados Unidos y Ucrania firmaron el 10 de noviembre pasado, con el cual Kiev se abría paso para ingresar a la OTAN –algo por demás intolerable para la lógica geopolítica de Vladimir Putin. El segundo error fue que Putin subestimó a sus rivales y tomó decisiones bajo suposiciones equivocadas.

Con el evidente fracaso político del Kremlin al invadir Ucrania –i.e. la OTAN revigorizada, Europa más consciente de su europeidad y de la amenaza rusa, Rusia aislada políticamente y diezmada en su economía por las sanciones–, pareciera que hay un consenso según el cual quitando al dictador se solucionará la cuestión rusa. Pienso que esto es wishful thinking. Putin podría dejar de aparecer en el escenario mañana, pero la realidad geopolítica rusa permanecerá. Y será cuestión de tiempo para que otra corriente revisionista explote los agravios asociados a las pérdidas territoriales rusas y su rol hegemónico en Europa. Robert Kaplan llamó a esto la venganza de la geografía.

Lo sabía el legendario George Kennan, el padre de la política de contención soviética, quien en 1999 advirtió que expandir la OTAN “inflamaría las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión rusa”. Así también Henry Kissinger quien, posterior a la anexión rusa de Crimea en 2014, dijo francamente que para Rusia, “Ucrania no puede ser solamente un país extranjero”, y por lo tanto Kiev no tendría que sumarse a la OTAN.

El que suscribe no es particularmente afín a la Rusia de Putin. Son evidentes sus intentos sistemáticos por socavar las democracias occidentales y contraponer a las sociedades con sus gobiernos mediante desinformación y fake news, diplomacia coercitiva, recursos legales, infiltración económica, subversión política, chantajes comerciales, ciberataques y demás herramientas “no kinéticas” de la recientemente llamada guerra híbrida –por cierto, Kennan la llamaría “organized political warfare” en 1948.

No obstante, una salida política al conflicto actual y cualquier nuevo balance de poder en Europa que pretenda ser sostenible, requiere contemplar las exigencias de Rusia desde su realidad geopolítica. Sin duda, Ucrania tiene derecho a ser un país democrático, libre y soberano. Pero por más anticlimático que sea, Ucrania no debe formar parte de la OTAN. De lo contrario, se estarían creando condiciones para que Europa –y el mundo– siga despertando de la Gran Ilusión.

Europa, 1919. En su libro The Economic Consequences of the Peace, John Maynard Keynes advertía que los severos castigos económicos, políticos y territoriales en contra de Alemania luego de haber perdido la Primera Guerra Mundial, ocasionarían un nuevo conflicto a escala industrial en Europa. La historia le daría la razón al economista inglés. No se puede entender el ascenso del nacionalsocialismo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la subsecuente tragedia humana, sin considerar los términos y condiciones del Tratado de Versalles, así como la cantidad de agravios que produjo en su corta duración.

“La historia no se repite a sí misma, pero con frecuencia rima”, decía Mark Twain. Y si la historia rima, es porque hay elementos objetivos que lo permiten. Uno de ellos es la geografía. Para Robert Singer, uno de los historiadores occidentales –y quizás del mundo– que mejor ha estudiado Rusia, la invasión rusa a Ucrania fue resultado de dos errores estratégicos. Primero, el acuerdo de asociación estratégica que Estados Unidos y Ucrania firmaron el 10 de noviembre pasado, con el cual Kiev se abría paso para ingresar a la OTAN –algo por demás intolerable para la lógica geopolítica de Vladimir Putin. El segundo error fue que Putin subestimó a sus rivales y tomó decisiones bajo suposiciones equivocadas.

Con el evidente fracaso político del Kremlin al invadir Ucrania –i.e. la OTAN revigorizada, Europa más consciente de su europeidad y de la amenaza rusa, Rusia aislada políticamente y diezmada en su economía por las sanciones–, pareciera que hay un consenso según el cual quitando al dictador se solucionará la cuestión rusa. Pienso que esto es wishful thinking. Putin podría dejar de aparecer en el escenario mañana, pero la realidad geopolítica rusa permanecerá. Y será cuestión de tiempo para que otra corriente revisionista explote los agravios asociados a las pérdidas territoriales rusas y su rol hegemónico en Europa. Robert Kaplan llamó a esto la venganza de la geografía.

Lo sabía el legendario George Kennan, el padre de la política de contención soviética, quien en 1999 advirtió que expandir la OTAN “inflamaría las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión rusa”. Así también Henry Kissinger quien, posterior a la anexión rusa de Crimea en 2014, dijo francamente que para Rusia, “Ucrania no puede ser solamente un país extranjero”, y por lo tanto Kiev no tendría que sumarse a la OTAN.

El que suscribe no es particularmente afín a la Rusia de Putin. Son evidentes sus intentos sistemáticos por socavar las democracias occidentales y contraponer a las sociedades con sus gobiernos mediante desinformación y fake news, diplomacia coercitiva, recursos legales, infiltración económica, subversión política, chantajes comerciales, ciberataques y demás herramientas “no kinéticas” de la recientemente llamada guerra híbrida –por cierto, Kennan la llamaría “organized political warfare” en 1948.

No obstante, una salida política al conflicto actual y cualquier nuevo balance de poder en Europa que pretenda ser sostenible, requiere contemplar las exigencias de Rusia desde su realidad geopolítica. Sin duda, Ucrania tiene derecho a ser un país democrático, libre y soberano. Pero por más anticlimático que sea, Ucrania no debe formar parte de la OTAN. De lo contrario, se estarían creando condiciones para que Europa –y el mundo– siga despertando de la Gran Ilusión.