MIRAR
El domingo pasado, al terminar de celebrar la Misa en el barrio de Cuxtitali, en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, dos individuos en motos asesinaron al sacerdote indígena Marcelo Pérez Pérez, con varios balazos. Hasta la fecha, no hay datos sobre los autores materiales e intelectuales. Pienso que esto no tiene que ver con los carteles que están peleando entre sí por el dominio del territorio en otras partes de Chiapas, que obtienen grandes ganancias al extorsionar a las poblaciones y sobre todo a los migrantes que pasan por allí. El asesinato del P. Marcelo probablemente se deba a luchas internas por el poder político y económico en un municipio indígena, situación que el sacerdote trataba de que se resolviera por la paz, que se respetaran entre todos como hermanos; pero quizá los dueños de ese poder local lo veían como una amenaza a sus pretensiones de dominio. Esto debe aclararse por las autoridades correspondientes. Siempre fue un hombre de paz, sin intereses económicos o de otra índole.
El P. Marcelo era sacerdote de la etnia tsotsil. Fue el primer sacerdote indígena que ordené, en abril del año 2002, con ritos litúrgicos propios de la cultura acordes con las normas de la Iglesia. Fue un hombre de oración y de compromiso social, ambas cosas. No fue un mero activista social, ni un líder político, sino un pastor de su pueblo: muy centrado en la Palabra de Dios, en el Magisterio de la Iglesia, y por ello muy comprometido con la lucha por la paz, la justicia y la fraternidad entre los pueblos originarios. En la Eucaristía encontraba fuerza para afrontar los peligros, las amenazas y las incomprensiones. Nunca se alió con partidos políticos, o con poderosos de este mundo, ni manejaba grandes cantidades de dinero, sino que su preocupación era estar cerca del pueblo, cerca de los oprimidos y despreciados, dialogar con autoridades de todos niveles, siempre para procurar la paz, la justicia y la reconciliación. Esperamos que su muerte sea semilla para que haya muchos otros, indígenas y mestizos, que sigan luchando por la verdad y la vida, por la santidad y la gracia, por la justicia, el amor y la paz, que son los valores que Jesucristo quiere para la humanidad.
Nunca renegó de sus orígenes indígenas y de su propia cultura, y estuvo abierto a otras formas de vida y de pensamiento. Es un ejemplo para tantos que se avergüenzan de ser indígenas. Lamentablemente, hay sacerdotes, seminaristas y religiosas que reniegan de su cultura originaria, como si fuera un lastre del cual quisieran deshacerse. Se explica en parte por el racismo persistente en la sociedad, pero ellos son una riqueza nacional, de la cual no deberíamos renunciar.
DISCENIR
No falta quien diga que los sacerdotes no deben meterse en estas cosas; pero el Concilio Vaticano II dijo: “Si es cierto que los presbíteros se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido, y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica” ... “La predicación sacerdotal no debe exponer la palabra de un modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio”.
ACTUAR
El asesinato del P. Marcelo es otro signo de la descomposición social de nuestro país, por la violencia exacerbada, por la impunidad ante tantos crímenes, por la libertad de acción que tiene el crimen organizado. Hagamos lo que nos toca, para que haya paz y justicia entre nosotros.