/ martes 20 de octubre de 2020

Sala de Espera | El espejo de Blanca Nieves

Todos los políticos, del más alto y del más bajo nivel, de izquierda, derecha o centro; “neoliberales y conservadores” y transformadores, cultos e ignorantes, comparten dos características esenciales: la atracción y búsqueda del poder absoluto, y la aversión y combate a las críticas y a sus autores.

Ninguno de ellos escapa a la tentación del control absoluto del poder y la “popularidad”, con diversas “estrategias” más o menos cerradas, más o menos abiertas, más o menos “limpias” o más o menos represivas.

En México, ningún presidente de la República ha podido evitar caer en las dos tentaciones, aunque hayan tratado de disimularlo. En la época del PRI rancio era fácil: la palabra presidencial era la ley, incluso para designar a su sucesor y no hubo mandatario que no tuviera algún problema con sus críticos. Tampoco en la época más o menos democrática, aunque haya habido ciertas limitaciones al absolutismo. Hoy esas dos características se agudizan.

El reconocido Manuel Buendía, reportero, quizás el mayor columnista político de por lo menos la segunda mitad del siglo XX, profesor universitario y experto en comunicación social, observó y estudió el fenómeno de la aversión y el combate de los políticos a sus críticos, y la explosión de oficinas de prensa, de comunicación social y de asesores o empresas consultoras para controlarlos y conseguir una “buena y positiva imagen” para sus clientes: los políticos de cualquier nivel. Y ahora se suma el súper espejo que son las encuestas.

Tanto que, con conocimiento de causa y gran ironía, elaboró en 1977 la “Teoría del espejito de la reina bruja del cuento de Blanca Nieves”, para explicar la relación entre funcionarios públicos, sus asesores en “comunicación social” y los medios de información. (La encontrará en el libro Ejercicio Periodístico de Buendía).

Como en el cuento original de los hermanos Grimm, los políticos mexicanos, émulos de la reina-madrastra-bruja, tienen un espejito al que todos los días, por la mañana, es decir al salir los periódicos, no le preguntan: ¿quién es el más bonito?, sino “¿quién es el funcionario estrella de este gobierno?” Y el espejito contesta indefectiblemente: “Tú, mi amo”. Por supuesto, el espejito fue comprado para eso.

Ese espejo “hecho de un material secreto”, explica Buendía, se coloca exactamente a la mitad de la trayectoria que tienen los mensajes en un proceso de comunicación entre el funcionario de marras y los presuntos receptores, lo que permite la manipulación tanto de emisor y receptor.

Pero, cuando el espejo no puede evitar que el funcionario vea el surgimiento y la proliferación de las críticas, su vendedor le dirá que “a los grandes hombres nunca les faltan enemigos y que ‘ladran, Sancho, luego cabalgamos’, etc.”

Hoy el juego del espejo de Blanca Nieves ha llegado a una trama insospechada: la exhibición de los críticos desde la tribuna presidencial, lo que es acoso, linchamiento político contra ellos. Casi una orden. Parafraseando a Luis Spota, otro periodista de los tiempos de Buendía: las del presidente son palabras mayores… y también sus consecuencias contra los aludidos.

Todos los políticos, del más alto y del más bajo nivel, de izquierda, derecha o centro; “neoliberales y conservadores” y transformadores, cultos e ignorantes, comparten dos características esenciales: la atracción y búsqueda del poder absoluto, y la aversión y combate a las críticas y a sus autores.

Ninguno de ellos escapa a la tentación del control absoluto del poder y la “popularidad”, con diversas “estrategias” más o menos cerradas, más o menos abiertas, más o menos “limpias” o más o menos represivas.

En México, ningún presidente de la República ha podido evitar caer en las dos tentaciones, aunque hayan tratado de disimularlo. En la época del PRI rancio era fácil: la palabra presidencial era la ley, incluso para designar a su sucesor y no hubo mandatario que no tuviera algún problema con sus críticos. Tampoco en la época más o menos democrática, aunque haya habido ciertas limitaciones al absolutismo. Hoy esas dos características se agudizan.

El reconocido Manuel Buendía, reportero, quizás el mayor columnista político de por lo menos la segunda mitad del siglo XX, profesor universitario y experto en comunicación social, observó y estudió el fenómeno de la aversión y el combate de los políticos a sus críticos, y la explosión de oficinas de prensa, de comunicación social y de asesores o empresas consultoras para controlarlos y conseguir una “buena y positiva imagen” para sus clientes: los políticos de cualquier nivel. Y ahora se suma el súper espejo que son las encuestas.

Tanto que, con conocimiento de causa y gran ironía, elaboró en 1977 la “Teoría del espejito de la reina bruja del cuento de Blanca Nieves”, para explicar la relación entre funcionarios públicos, sus asesores en “comunicación social” y los medios de información. (La encontrará en el libro Ejercicio Periodístico de Buendía).

Como en el cuento original de los hermanos Grimm, los políticos mexicanos, émulos de la reina-madrastra-bruja, tienen un espejito al que todos los días, por la mañana, es decir al salir los periódicos, no le preguntan: ¿quién es el más bonito?, sino “¿quién es el funcionario estrella de este gobierno?” Y el espejito contesta indefectiblemente: “Tú, mi amo”. Por supuesto, el espejito fue comprado para eso.

Ese espejo “hecho de un material secreto”, explica Buendía, se coloca exactamente a la mitad de la trayectoria que tienen los mensajes en un proceso de comunicación entre el funcionario de marras y los presuntos receptores, lo que permite la manipulación tanto de emisor y receptor.

Pero, cuando el espejo no puede evitar que el funcionario vea el surgimiento y la proliferación de las críticas, su vendedor le dirá que “a los grandes hombres nunca les faltan enemigos y que ‘ladran, Sancho, luego cabalgamos’, etc.”

Hoy el juego del espejo de Blanca Nieves ha llegado a una trama insospechada: la exhibición de los críticos desde la tribuna presidencial, lo que es acoso, linchamiento político contra ellos. Casi una orden. Parafraseando a Luis Spota, otro periodista de los tiempos de Buendía: las del presidente son palabras mayores… y también sus consecuencias contra los aludidos.