/ martes 9 de marzo de 2021

Sala de Espera | Símbolo

Una de las mayores virtudes políticas -si es que en la política hay alguna virtud- del presidente de la república es el control de la agenda de los asuntos públicos, todos los días. Así, siempre, fuera o dentro del gobierno, ha intentado, con mucho éxito, marcar el paso diario de la vida nacional.

Por eso sus discursos, cuasi religiosos, al iniciar el día todos los días. Lo hizo desde que fue jefe del Gobierno del todavía DDF; lo hizo desde su posición como candidato por más de 12 años. Lo hace hoy. No debería de haber sorpresa.

En este espacio, la semana pasada se opinó que por vez primera a la magia del presidente para controlar la agenda política se le comenzaban a ver los trucos, basados en la descalificación, la confrontación y el victimismo.

Y esa tendencia se ha mantenido.

El blindaje del Palacio Nacional se le revertió casi en cuanto fue conocido. La intención fue hacer creer que el gobierno federal sería nuevamente víctima de enemigos poderosos y ocultos con un ataque vandálico al edificio que habita el presidente de la república y, por lo tanto, había que proteger el patrimonio histórico.

Nunca en la historia del edificio virreinal había sido cercado: ni durante la Guerra de Independencia, ni durante la Revolución; vamos, ni siquiera durante los días aciagos del 1968. Hoy sí, se rodeó de un muro de metal ante la probabilidad de una manifestación de mujeres, reclamantes por la violencia que se ha ejercido contra ellas ahora y antes, y la impunidad que ha prevalecido ante sus denuncias, situación agravada por la postulación por el partido oficial de un candidato acusado por violación y acoso sexual a la gubernatura de Guerrero.

Las protestas, denuncias y burlas contra ese cerco en las ya no tan benditas redes sociales comenzaron de inmediato y se salieron del control del oficialismo, que buscó revertir esa tendencia, definiendo a la tapia como un “muro de paz”.

La estrategia contra la crisis falló también. La noche del sábado 6 pasado, un grupo mujeres aprovechó el muro para inscribir en él el nombre de decenas, cientos, miles de mujeres violentadas, agredidas, asesinadas que no han encontrado, junto con sus familias, justicia en éste y otros gobiernos.

Ante la avalancha que no pudieron contener sus voceros, quienes incluso quisieron aprovechar esa denuncia de las verdaderas víctimas, el señor presidente de la república tuvo que salir a decir, más o menos, que es mejor ese muro que la utilización de la fuerza policiaca contra probables manifestantes violentas. Como siempre víctima, quiso decir nuevamente: “no somos iguales”, aunque en las redes sociales ya se había mostrado las críticas de algunos de sus colaboradores contra el uso de vallas en el gobierno de Enrique Peña Nieto.

La conversión de un cerco de presunta protección por la supuesta violencia de mujeres indignadas a una especie de memorial contra los feminicidios en el país, y el espectáculo de luz la noche del domingo 7 con el mismo objetivo, lo ha vuelto un espacio que no podrá ser desmontado, así como así. Ya es escándalo y símbolo nacional e internacional. Su retiro será visto, seguramente, como una nueva agresión.

Una de las mayores virtudes políticas -si es que en la política hay alguna virtud- del presidente de la república es el control de la agenda de los asuntos públicos, todos los días. Así, siempre, fuera o dentro del gobierno, ha intentado, con mucho éxito, marcar el paso diario de la vida nacional.

Por eso sus discursos, cuasi religiosos, al iniciar el día todos los días. Lo hizo desde que fue jefe del Gobierno del todavía DDF; lo hizo desde su posición como candidato por más de 12 años. Lo hace hoy. No debería de haber sorpresa.

En este espacio, la semana pasada se opinó que por vez primera a la magia del presidente para controlar la agenda política se le comenzaban a ver los trucos, basados en la descalificación, la confrontación y el victimismo.

Y esa tendencia se ha mantenido.

El blindaje del Palacio Nacional se le revertió casi en cuanto fue conocido. La intención fue hacer creer que el gobierno federal sería nuevamente víctima de enemigos poderosos y ocultos con un ataque vandálico al edificio que habita el presidente de la república y, por lo tanto, había que proteger el patrimonio histórico.

Nunca en la historia del edificio virreinal había sido cercado: ni durante la Guerra de Independencia, ni durante la Revolución; vamos, ni siquiera durante los días aciagos del 1968. Hoy sí, se rodeó de un muro de metal ante la probabilidad de una manifestación de mujeres, reclamantes por la violencia que se ha ejercido contra ellas ahora y antes, y la impunidad que ha prevalecido ante sus denuncias, situación agravada por la postulación por el partido oficial de un candidato acusado por violación y acoso sexual a la gubernatura de Guerrero.

Las protestas, denuncias y burlas contra ese cerco en las ya no tan benditas redes sociales comenzaron de inmediato y se salieron del control del oficialismo, que buscó revertir esa tendencia, definiendo a la tapia como un “muro de paz”.

La estrategia contra la crisis falló también. La noche del sábado 6 pasado, un grupo mujeres aprovechó el muro para inscribir en él el nombre de decenas, cientos, miles de mujeres violentadas, agredidas, asesinadas que no han encontrado, junto con sus familias, justicia en éste y otros gobiernos.

Ante la avalancha que no pudieron contener sus voceros, quienes incluso quisieron aprovechar esa denuncia de las verdaderas víctimas, el señor presidente de la república tuvo que salir a decir, más o menos, que es mejor ese muro que la utilización de la fuerza policiaca contra probables manifestantes violentas. Como siempre víctima, quiso decir nuevamente: “no somos iguales”, aunque en las redes sociales ya se había mostrado las críticas de algunos de sus colaboradores contra el uso de vallas en el gobierno de Enrique Peña Nieto.

La conversión de un cerco de presunta protección por la supuesta violencia de mujeres indignadas a una especie de memorial contra los feminicidios en el país, y el espectáculo de luz la noche del domingo 7 con el mismo objetivo, lo ha vuelto un espacio que no podrá ser desmontado, así como así. Ya es escándalo y símbolo nacional e internacional. Su retiro será visto, seguramente, como una nueva agresión.