/ sábado 22 de mayo de 2021

Salir antes que entrar

Al inicio del anterior sexenio, allá por 2013, se pusieron en marcha una serie de programas y leyes que marcarían el andar de la República. Uno de estos programas fue la Reforma Educativa que en aquel momento fue la mejor noticia porque se lucharía contra más de una década de atraso nacional en esa materia.

Generar una información así al inicio de un sexenio fue un aliciente que seguramente tocó los puntos torales del país: analfabetismo, desempleo, inseguridad, carencia de servicios sociales, incremento de los costos de vida, pérdida de valores, etc. El país estaba sumido en una oquedad de desaliento; los ricos que se aprovecharon del país durante los doce años del panismo jalaron más hacia sus intereses que por el bien del pueblo. Se pensó entonces que habría un futuro para los cientos de miles de niños que carecían de la educación primaria; los intentos de la SEP tenderían a disminuir esas cifras.

Una Reforma Educativa siempre ha sido el sueño de los secretarios del ramo. En aquel entonces se mencionó que para lograr esa meta deberían prepararse y capacitarse algo así como diez mil maestros y construirse más de quince mil aulas en todo el territorio nacional, y ser utilizadas en dos turnos diarios. Para ello, obviamente, debería ejercerse un presupuesto estratosférico para capacitar, construir y remunerar. ¿A cuánto debe ascender el presupuesto educacional? ¿Por qué este esfuerzo no se hizo antes? ¿Por qué la Ley General de Educación no se había aplicado desde hacía lustros? ¿Por qué esperar a que el país cayera en alguna crisis de tipo político, social o económico para remediar situaciones? ¿Cuántos lustros se irían a requerir, trabajando a todo vapor, para salir a flote en esta materia? Muchos, indudablemente que sí.

Sabemos de sobra que la falta de educación es el tronco común de nuestras carencias y lacras. Por falta de educación sufrimos una incontrolable explosión demográfica; por falta de educación se delinque; por falta de educación los problemas del campo se tornan difíciles; por falta de educación tenemos un gran desempleo y una injusta distribución de la fuerza de trabajo.

En varios de mis textos menciono que la educación y la cultura son las llaves maravillosas y milagrosas para que el ser humano se supere y pase de ser un simple “homo erectus” a un verdadero “homo sapiens”. Bastante miles de años le costó al cerebro del antropoide adecuarse a la realidad, a mirar hacia arriba, y a tratar de llegar a las estrellas.

Y durante la actual administración, y con la ayuda del maldito virus, tampoco ha avanzado la educación. Las clases desde casa, lo que llaman “home office”, no dan los resultados deseados para que los educandos avancen en sus conocimientos. Ya se están anunciando, afortunadamente, las clases presenciales. Si no se aplican en este semestre que termina pronto, sí serán seguramente para iniciar el próximo ciclo escolar.

Y esta pandemia, que ha afectado toda, absolutamente toda la vida de relación no tiene para cuando terminar. El ciclo de vacunación no significa que ya todos estamos sanos y salvos. Por mucho tiempo, tal vez años, la humanidad seguirá utilizando el cubrebocas, los desinfectantes habituales y guardar la sana distancia.

Y por supuesto, las actividades más afectadas son la educación y la cultura. ¿Porqué la educación y la cultura? Pues porque de allí parten todos nuestros conocimientos, nuestras raíces de ética y de moral, nuestros sentimientos de respeto y generosidad para con nuestros congéneres, amigos, familiares, compañeros de trabajo.

Solamente aquí he visto que la gente se introduzca a un ascensor antes de que salgan los de adentro. Ilógico, completamente ilógico ¿por qué? Por falta de educación.

Y así como hablamos del ascensor, lo podemos adecuar a todas las formas conductuales, del comportamiento burocrático, de las relaciones entre ciudadanos y autoridad, de la falta de preparación y de capacidad, de la indolencia, del índice delincuencial, de la indiferencia de maestros y alumnos, de la violencia que nos tiene entrampados. Dígase lo que se diga, sigue habiendo corrupción a todos niveles, y también impunidad a todos niveles también. Sigue habiendo latrocinios sindicales, y arbitrariedades de los medios de comunicación. Ejemplos no faltarían. Todo se desprende de nuestro tronco común, que es la falta de educación. Lamentablemente fueron varios sexenios los que permitieron esto, y no va a desaparecer en dos años.

No dejaré de aplaudir, y conmigo lo harán millones de mexicanos, cuando verdaderamente sean alfabetizados los ciudadanos que no lo están; cuando sepamos que la persona que camina junto a nosotros por la calle ha tenido todas las oportunidades para superarse; cuando todo México sea una fábrica gigantesca con millones de engranes que funcionan bien, y cuando sepamos que podemos salir libremente del ascensor antes de que entren los de afuera.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx


Al inicio del anterior sexenio, allá por 2013, se pusieron en marcha una serie de programas y leyes que marcarían el andar de la República. Uno de estos programas fue la Reforma Educativa que en aquel momento fue la mejor noticia porque se lucharía contra más de una década de atraso nacional en esa materia.

Generar una información así al inicio de un sexenio fue un aliciente que seguramente tocó los puntos torales del país: analfabetismo, desempleo, inseguridad, carencia de servicios sociales, incremento de los costos de vida, pérdida de valores, etc. El país estaba sumido en una oquedad de desaliento; los ricos que se aprovecharon del país durante los doce años del panismo jalaron más hacia sus intereses que por el bien del pueblo. Se pensó entonces que habría un futuro para los cientos de miles de niños que carecían de la educación primaria; los intentos de la SEP tenderían a disminuir esas cifras.

Una Reforma Educativa siempre ha sido el sueño de los secretarios del ramo. En aquel entonces se mencionó que para lograr esa meta deberían prepararse y capacitarse algo así como diez mil maestros y construirse más de quince mil aulas en todo el territorio nacional, y ser utilizadas en dos turnos diarios. Para ello, obviamente, debería ejercerse un presupuesto estratosférico para capacitar, construir y remunerar. ¿A cuánto debe ascender el presupuesto educacional? ¿Por qué este esfuerzo no se hizo antes? ¿Por qué la Ley General de Educación no se había aplicado desde hacía lustros? ¿Por qué esperar a que el país cayera en alguna crisis de tipo político, social o económico para remediar situaciones? ¿Cuántos lustros se irían a requerir, trabajando a todo vapor, para salir a flote en esta materia? Muchos, indudablemente que sí.

Sabemos de sobra que la falta de educación es el tronco común de nuestras carencias y lacras. Por falta de educación sufrimos una incontrolable explosión demográfica; por falta de educación se delinque; por falta de educación los problemas del campo se tornan difíciles; por falta de educación tenemos un gran desempleo y una injusta distribución de la fuerza de trabajo.

En varios de mis textos menciono que la educación y la cultura son las llaves maravillosas y milagrosas para que el ser humano se supere y pase de ser un simple “homo erectus” a un verdadero “homo sapiens”. Bastante miles de años le costó al cerebro del antropoide adecuarse a la realidad, a mirar hacia arriba, y a tratar de llegar a las estrellas.

Y durante la actual administración, y con la ayuda del maldito virus, tampoco ha avanzado la educación. Las clases desde casa, lo que llaman “home office”, no dan los resultados deseados para que los educandos avancen en sus conocimientos. Ya se están anunciando, afortunadamente, las clases presenciales. Si no se aplican en este semestre que termina pronto, sí serán seguramente para iniciar el próximo ciclo escolar.

Y esta pandemia, que ha afectado toda, absolutamente toda la vida de relación no tiene para cuando terminar. El ciclo de vacunación no significa que ya todos estamos sanos y salvos. Por mucho tiempo, tal vez años, la humanidad seguirá utilizando el cubrebocas, los desinfectantes habituales y guardar la sana distancia.

Y por supuesto, las actividades más afectadas son la educación y la cultura. ¿Porqué la educación y la cultura? Pues porque de allí parten todos nuestros conocimientos, nuestras raíces de ética y de moral, nuestros sentimientos de respeto y generosidad para con nuestros congéneres, amigos, familiares, compañeros de trabajo.

Solamente aquí he visto que la gente se introduzca a un ascensor antes de que salgan los de adentro. Ilógico, completamente ilógico ¿por qué? Por falta de educación.

Y así como hablamos del ascensor, lo podemos adecuar a todas las formas conductuales, del comportamiento burocrático, de las relaciones entre ciudadanos y autoridad, de la falta de preparación y de capacidad, de la indolencia, del índice delincuencial, de la indiferencia de maestros y alumnos, de la violencia que nos tiene entrampados. Dígase lo que se diga, sigue habiendo corrupción a todos niveles, y también impunidad a todos niveles también. Sigue habiendo latrocinios sindicales, y arbitrariedades de los medios de comunicación. Ejemplos no faltarían. Todo se desprende de nuestro tronco común, que es la falta de educación. Lamentablemente fueron varios sexenios los que permitieron esto, y no va a desaparecer en dos años.

No dejaré de aplaudir, y conmigo lo harán millones de mexicanos, cuando verdaderamente sean alfabetizados los ciudadanos que no lo están; cuando sepamos que la persona que camina junto a nosotros por la calle ha tenido todas las oportunidades para superarse; cuando todo México sea una fábrica gigantesca con millones de engranes que funcionan bien, y cuando sepamos que podemos salir libremente del ascensor antes de que entren los de afuera.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx