/ domingo 11 de abril de 2021

Salud mental, cooperación y corresponsabilidad

La ciencia nos ha permitido obtener en tiempo récord una cura a la pandemia lo suficientemente segura para protegernos de inmediato de una variante desconocida de un virus que ha mutado desde entonces como lo hacen miles de estos microorganismos todo el tiempo en la naturaleza.

Pero las soluciones científicas no siempre surgen con tanta rapidez. En ejercicio de estadística que se han repetido en muchos países del mundo, existe otra epidemia que ha crecido a la par de la de salud física y es el estado mental en el que nos encontramos luego de este año y meses en que hemos estado en emergencia.

Cada integrante de nuestro círculo cercano tiene una problemática distinta, ya sea por edad o por actividad, aunque con un denominador común que es la afectación emocional y psicológica que ha sufrido desde el inicio de esta contingencia y cómo ha evolucionado conforme contamos con mayor información sobre el virus y logramos tener algunas certezas sobre su comportamiento, además del descubrimiento de distintas vacunas que han frenado paulatinamente el avance de la enfermedad que produce el virus.

Sin embargo, el impacto en la salud mental todavía no puede medirse y sus consecuencias en el mediano plazo aún son difusas. Desde el consenso de que es urgente retornar a clases presenciales en el mundo, hasta la forma en que nos relacionaremos una vez que tengamos mayor movilidad y seguridad para concentrarnos en ciertos espacios, la conclusión que empieza a permear entre nosotros es que todo ha cambiado.

Esa no es una mala noticia, podemos establecer nuevas maneras de convivencia, mucho más enriquecedoras y en escenarios donde nuestra cercanía no solo sea física, sino también psicológica, en una especie de “corresponsabilidad emocional” en la que nos hacemos cargo de estar sanos en lo interior, pero también ayudamos a los demás a sentirse acompañados en el camino de estar bien o incluso mejor que antes.

Porque no solo ha sido el encierro, también hablamos de la incertidumbre permanente sobre el futuro inmediato, el empleo, la estabilidad familiar, los compromiso y deudas adquiridos y la necesidad de reincorporarse desde hace semanas con todas las precauciones a las actividades previas al confinamiento.

Es muy difícil conocer el alcance del estrés y de la presión psicológica en cada caso, mucho más si hubo una lamentable pérdida personal o familiar, para atender de manera oportuna, lo que sí podemos hacer en este momento es iniciar la conversación y empezar a trabajar con quienes están en nuestro entorno y pueden sentirse en medio de una situación delicada en lo interno.

Ese mismo ejercicio se puede extender en círculos concéntricos para abarcar a más familia, a amigos, a vecinos y a colegas de trabajo. Tan solo poner el tema en la mesa, preocuparnos un poco más de lo normal por su estado de salud general y dialogar en cualquier oportunidad que se tenga, nos permitiría amortiguar esas consecuencias psicológicas que seguramente aparecerán en los siguientes meses y años, las cuales deberán atenderse como un reto de salud integral para la población de nuestro país.

Tenemos mucho que aportar en lo individual y en lo comunitario para que esa salud integral, física y mental, no se convierta en un desafío y sí en un proceso de mejora de hábitos y de comportamientos sociales que nos permitan aprovechar esta contingencia mundial para ingresar a una nueva realidad mejor preparados.

La clave es la preocupación por las otras personas, las cercanas y de ahí a las que nos rodean, lo cual incluye apoyarnos en muchos sentidos que antes podrían habernos parecido excesivos o hasta inútiles.

La realidad que nos ha impuesto este virus es que no podemos estar aislados, que debemos organizarnos y colaborar en maneras que no pensábamos y que hoy son fundamentales para construir a las sociedades del futuro más cercano y aquellas que pueden administrar mejor los recursos con los que contamos en el planeta y el equilibrio tan urgente que debemos generar para que todas y todos tengamos acceso a una vida digna, plena de cooperación y apoyo mutuo.

Experto en temas de seguridad ciudadana

La ciencia nos ha permitido obtener en tiempo récord una cura a la pandemia lo suficientemente segura para protegernos de inmediato de una variante desconocida de un virus que ha mutado desde entonces como lo hacen miles de estos microorganismos todo el tiempo en la naturaleza.

Pero las soluciones científicas no siempre surgen con tanta rapidez. En ejercicio de estadística que se han repetido en muchos países del mundo, existe otra epidemia que ha crecido a la par de la de salud física y es el estado mental en el que nos encontramos luego de este año y meses en que hemos estado en emergencia.

Cada integrante de nuestro círculo cercano tiene una problemática distinta, ya sea por edad o por actividad, aunque con un denominador común que es la afectación emocional y psicológica que ha sufrido desde el inicio de esta contingencia y cómo ha evolucionado conforme contamos con mayor información sobre el virus y logramos tener algunas certezas sobre su comportamiento, además del descubrimiento de distintas vacunas que han frenado paulatinamente el avance de la enfermedad que produce el virus.

Sin embargo, el impacto en la salud mental todavía no puede medirse y sus consecuencias en el mediano plazo aún son difusas. Desde el consenso de que es urgente retornar a clases presenciales en el mundo, hasta la forma en que nos relacionaremos una vez que tengamos mayor movilidad y seguridad para concentrarnos en ciertos espacios, la conclusión que empieza a permear entre nosotros es que todo ha cambiado.

Esa no es una mala noticia, podemos establecer nuevas maneras de convivencia, mucho más enriquecedoras y en escenarios donde nuestra cercanía no solo sea física, sino también psicológica, en una especie de “corresponsabilidad emocional” en la que nos hacemos cargo de estar sanos en lo interior, pero también ayudamos a los demás a sentirse acompañados en el camino de estar bien o incluso mejor que antes.

Porque no solo ha sido el encierro, también hablamos de la incertidumbre permanente sobre el futuro inmediato, el empleo, la estabilidad familiar, los compromiso y deudas adquiridos y la necesidad de reincorporarse desde hace semanas con todas las precauciones a las actividades previas al confinamiento.

Es muy difícil conocer el alcance del estrés y de la presión psicológica en cada caso, mucho más si hubo una lamentable pérdida personal o familiar, para atender de manera oportuna, lo que sí podemos hacer en este momento es iniciar la conversación y empezar a trabajar con quienes están en nuestro entorno y pueden sentirse en medio de una situación delicada en lo interno.

Ese mismo ejercicio se puede extender en círculos concéntricos para abarcar a más familia, a amigos, a vecinos y a colegas de trabajo. Tan solo poner el tema en la mesa, preocuparnos un poco más de lo normal por su estado de salud general y dialogar en cualquier oportunidad que se tenga, nos permitiría amortiguar esas consecuencias psicológicas que seguramente aparecerán en los siguientes meses y años, las cuales deberán atenderse como un reto de salud integral para la población de nuestro país.

Tenemos mucho que aportar en lo individual y en lo comunitario para que esa salud integral, física y mental, no se convierta en un desafío y sí en un proceso de mejora de hábitos y de comportamientos sociales que nos permitan aprovechar esta contingencia mundial para ingresar a una nueva realidad mejor preparados.

La clave es la preocupación por las otras personas, las cercanas y de ahí a las que nos rodean, lo cual incluye apoyarnos en muchos sentidos que antes podrían habernos parecido excesivos o hasta inútiles.

La realidad que nos ha impuesto este virus es que no podemos estar aislados, que debemos organizarnos y colaborar en maneras que no pensábamos y que hoy son fundamentales para construir a las sociedades del futuro más cercano y aquellas que pueden administrar mejor los recursos con los que contamos en el planeta y el equilibrio tan urgente que debemos generar para que todas y todos tengamos acceso a una vida digna, plena de cooperación y apoyo mutuo.

Experto en temas de seguridad ciudadana

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