/ miércoles 17 de octubre de 2018

San Óscar Arnulfo Romero

La historia de la República de El Salvador, como tantas otras de países latinoamericanos, es de sufrimiento y dolor para un pueblo sometido por la pobreza y la violencia.

El papa Francisco acaba de canonizar a Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, asesinado mientras oficiaba misa en la Catedral, en marzo de 1980. Se sube a los altares, de la Iglesia católica, a un hombre fuera de serie, por su generosa y absoluta entrega a la causa que se presentara para los necesitados.

El Salvador ha sido territorio fabricante de unos pocos bilimbillonarios. Cafetaleros, en su mayoría, se llevan el 80 por ciento de la riqueza nacional. La desigualdad es inaudita. Una mayoría aplastante, de sus habitantes (Unos cinco millones), apenas alcanza a sobrevivir y su existencia está marcada por la violencia más brutal. Se le considera uno de los países más peligrosos.

Los beneficiarios de las “bondades” de sucesivos regímenes, feudales y dictatoriales, habitan en colonias donde las mansiones se ocultan con murallas. Esta casta dorada goza de todos los privilegios, inamovible y con el apoyo de Estados Unidos, centro del exilio de casi dos millones de salvadoreños, que huyen de las dramáticas condiciones.

Oscar Arnulfo Romero, para el Pontífice argentino, es el ejemplo perfecto de lo que debe ser un sacerdote. El pastor que acompaña, protege y cuida a los marginados: Opción por los pobres.

Romero tuvo la “osadía” de exigir, desde el púlpito, sus escritos y ejemplo, justicia para el agraviado. De costumbres sencillas se cuenta que solía comer un taco de arroz, mismo que compartía con quien tuviera enfrente.

En esos años la “guerra fría”, entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, dominaba el panorama político. Frente a la violencia de Estado y la injusticia, resurgió la guerrilla salvadoreña, unificada en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), dispuesta a derrocar a los gobiernos tiránicos.

Al provenir de la escisión de un añejo partido comunista, se les etiquetó como a tales y, Ronald Reagan, mandamás del Imperio, apoyó con armas y formación en la conocida Escuela de las Américas, a un Ejército verdugo de los que fueron sus propios hermanos.

A esas huestes pertenecía el “General Roberto D´Aubuisson, homicida intelectual de monseñor Romero, individuo sanguinario y represor, que persiguió a cualquiera que intentara cambiar la situación.

Al monseñor Romero se le intentó denostar como seguidor de la “Teología de la Liberación”, corriente eclesiástica que estuvo en tela de juicio y satanizada (En gran medida por el debate de la Guerra Fría), para, posteriormente, reivindicarse y apuntalarla, por su fidelidad a las enseñanzas del Evangelio.

El mismo D´Aubuisson creó escuadrones de la muerte, grupos paramilitares al servicio de los poderosos y a quienes se señala como autores de los asesinatos de cuatro monjas norteamericanas de la Orden Marinoll, en diciembre de 1980 y seis Jesuitas y dos colaboradoras, en noviembre de 1989.

El militar de marras fundó un partido, Arena, de Derecha e intentó candidatearse como presidente. Arena gobernó cuatro mandatos consecutivos, posteriores al triunfo de José Napoleón Duarte, (Partido Demócrata Cristiano), quien no pudo detener la masacre.

75 mil muertos, en una guerra fratricida de 12 años, que comenzó con el martirio de monseñor Romero. De haber más Óscar Arnulfos en el clero, la Iglesia católica no estaría pasando por la actual crisis.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

La historia de la República de El Salvador, como tantas otras de países latinoamericanos, es de sufrimiento y dolor para un pueblo sometido por la pobreza y la violencia.

El papa Francisco acaba de canonizar a Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, asesinado mientras oficiaba misa en la Catedral, en marzo de 1980. Se sube a los altares, de la Iglesia católica, a un hombre fuera de serie, por su generosa y absoluta entrega a la causa que se presentara para los necesitados.

El Salvador ha sido territorio fabricante de unos pocos bilimbillonarios. Cafetaleros, en su mayoría, se llevan el 80 por ciento de la riqueza nacional. La desigualdad es inaudita. Una mayoría aplastante, de sus habitantes (Unos cinco millones), apenas alcanza a sobrevivir y su existencia está marcada por la violencia más brutal. Se le considera uno de los países más peligrosos.

Los beneficiarios de las “bondades” de sucesivos regímenes, feudales y dictatoriales, habitan en colonias donde las mansiones se ocultan con murallas. Esta casta dorada goza de todos los privilegios, inamovible y con el apoyo de Estados Unidos, centro del exilio de casi dos millones de salvadoreños, que huyen de las dramáticas condiciones.

Oscar Arnulfo Romero, para el Pontífice argentino, es el ejemplo perfecto de lo que debe ser un sacerdote. El pastor que acompaña, protege y cuida a los marginados: Opción por los pobres.

Romero tuvo la “osadía” de exigir, desde el púlpito, sus escritos y ejemplo, justicia para el agraviado. De costumbres sencillas se cuenta que solía comer un taco de arroz, mismo que compartía con quien tuviera enfrente.

En esos años la “guerra fría”, entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, dominaba el panorama político. Frente a la violencia de Estado y la injusticia, resurgió la guerrilla salvadoreña, unificada en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), dispuesta a derrocar a los gobiernos tiránicos.

Al provenir de la escisión de un añejo partido comunista, se les etiquetó como a tales y, Ronald Reagan, mandamás del Imperio, apoyó con armas y formación en la conocida Escuela de las Américas, a un Ejército verdugo de los que fueron sus propios hermanos.

A esas huestes pertenecía el “General Roberto D´Aubuisson, homicida intelectual de monseñor Romero, individuo sanguinario y represor, que persiguió a cualquiera que intentara cambiar la situación.

Al monseñor Romero se le intentó denostar como seguidor de la “Teología de la Liberación”, corriente eclesiástica que estuvo en tela de juicio y satanizada (En gran medida por el debate de la Guerra Fría), para, posteriormente, reivindicarse y apuntalarla, por su fidelidad a las enseñanzas del Evangelio.

El mismo D´Aubuisson creó escuadrones de la muerte, grupos paramilitares al servicio de los poderosos y a quienes se señala como autores de los asesinatos de cuatro monjas norteamericanas de la Orden Marinoll, en diciembre de 1980 y seis Jesuitas y dos colaboradoras, en noviembre de 1989.

El militar de marras fundó un partido, Arena, de Derecha e intentó candidatearse como presidente. Arena gobernó cuatro mandatos consecutivos, posteriores al triunfo de José Napoleón Duarte, (Partido Demócrata Cristiano), quien no pudo detener la masacre.

75 mil muertos, en una guerra fratricida de 12 años, que comenzó con el martirio de monseñor Romero. De haber más Óscar Arnulfos en el clero, la Iglesia católica no estaría pasando por la actual crisis.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

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