/ martes 11 de mayo de 2021

Seis de junio: todo lo que tenemos en juego

La conversación pública durante mayo será necesariamente sobre la relevancia de ir a las urnas responsablemente, con información y sin estar bajo la coacción del voto; sin embargo, no deberíamos limitarnos a los procesos electorales para ejercer nuestro rol ciudadano ya que corremos el riesgo de no encontrar opciones competentes entre las candidaturas y terminar votando por “el menos peor”, alimentando así el desencanto por la democracia.

Los riesgo de éste fenómeno son tangibles, ya que cuando se pierde la confianza en la democracia liberal, se desconfía también de las instituciones que le dan vida y se abre el espacio a candidatos que se venden como anti-establishment, pero que en realidad encarnan conservadurismo económico, atropellan las libertades personales en nombre de una mayoría intangible que denominan “pueblo” y que generalmente buscan destruir y perseguir, en lugar de apostar a la mejora continua, a la transparencia y al Estado de Derecho.

O peor aún, los espacios de toma de decisiones terminan ocupados por cómplices de éstos primeros, que no trabajan para la ciudadanía que los eligió sino que hacen bloques para apoyar a su dirigente y, en la práctica, son simples levanta dedos que bajo una mal entendida “disciplina de partido”, se convierten en estorbos para democracia.

Entonces, pensemos más allá del proceso electoral de coyuntura y reflexionemos ¿qué elegimos en una las urnas? No solo a representantes populares que tienen la obligación de escuchar y atender las demandas de su demarcación, sino que elegimos una forma de hacer las cosas y de pensar los temas públicos, elegimos un proyecto para nuestro país, estado o municipio. O la ausencia de todo esto.

Es necesario preguntarnos qué futuro queremos como individuos y como sociedad: si vamos a seguir tolerando candidatos que buscan el voto mediante campañas ridículas y sin propuestas de fondo o si vamos a exigirles preparación, contenido y congruencia, tanto en su actuar público como privado.

Esta situación va más allá de los colores partidistas, las campañas se han convertido en un circo cada vez más lamentable, basta con observar con cuidado las promesas que se hacen en los recorridos en territorio o sintonizar los debates por televisión, para notar la gran cantidad de improvisados. Desde luego, detrás de esto suele estar la estrategia ruin de muchos partidos que apuestan por candidatos carismáticos o reconocidos en ámbitos que no son políticos, para llegar a espacios como el Legislativo y convertirse en partido satélite del que tenga mayoría y así mantener privilegios y recursos.

Por otro lado, también vemos políticos reciclados tratando de brincar al siguiente espacio de poder, apoyados en un supuesto trabajo de base que en realidad está más cerca de ser un botín político. Incluso, vemos nombres de personas que tienen acusaciones legales y han sido señalados como victimarios. Este segundo grupo, el de los impresentables, tampoco tendría que aspirar a un cargo público que pudiera ofrecerle fuero o impunidad.

En fin, detrás de cada boleta electoral hay una gran responsabilidad que no se limita al día de la elección, sino que encierra el espíritu propio de una democracia no acabada que, si no se toma en serio, solo es simulación.


La conversación pública durante mayo será necesariamente sobre la relevancia de ir a las urnas responsablemente, con información y sin estar bajo la coacción del voto; sin embargo, no deberíamos limitarnos a los procesos electorales para ejercer nuestro rol ciudadano ya que corremos el riesgo de no encontrar opciones competentes entre las candidaturas y terminar votando por “el menos peor”, alimentando así el desencanto por la democracia.

Los riesgo de éste fenómeno son tangibles, ya que cuando se pierde la confianza en la democracia liberal, se desconfía también de las instituciones que le dan vida y se abre el espacio a candidatos que se venden como anti-establishment, pero que en realidad encarnan conservadurismo económico, atropellan las libertades personales en nombre de una mayoría intangible que denominan “pueblo” y que generalmente buscan destruir y perseguir, en lugar de apostar a la mejora continua, a la transparencia y al Estado de Derecho.

O peor aún, los espacios de toma de decisiones terminan ocupados por cómplices de éstos primeros, que no trabajan para la ciudadanía que los eligió sino que hacen bloques para apoyar a su dirigente y, en la práctica, son simples levanta dedos que bajo una mal entendida “disciplina de partido”, se convierten en estorbos para democracia.

Entonces, pensemos más allá del proceso electoral de coyuntura y reflexionemos ¿qué elegimos en una las urnas? No solo a representantes populares que tienen la obligación de escuchar y atender las demandas de su demarcación, sino que elegimos una forma de hacer las cosas y de pensar los temas públicos, elegimos un proyecto para nuestro país, estado o municipio. O la ausencia de todo esto.

Es necesario preguntarnos qué futuro queremos como individuos y como sociedad: si vamos a seguir tolerando candidatos que buscan el voto mediante campañas ridículas y sin propuestas de fondo o si vamos a exigirles preparación, contenido y congruencia, tanto en su actuar público como privado.

Esta situación va más allá de los colores partidistas, las campañas se han convertido en un circo cada vez más lamentable, basta con observar con cuidado las promesas que se hacen en los recorridos en territorio o sintonizar los debates por televisión, para notar la gran cantidad de improvisados. Desde luego, detrás de esto suele estar la estrategia ruin de muchos partidos que apuestan por candidatos carismáticos o reconocidos en ámbitos que no son políticos, para llegar a espacios como el Legislativo y convertirse en partido satélite del que tenga mayoría y así mantener privilegios y recursos.

Por otro lado, también vemos políticos reciclados tratando de brincar al siguiente espacio de poder, apoyados en un supuesto trabajo de base que en realidad está más cerca de ser un botín político. Incluso, vemos nombres de personas que tienen acusaciones legales y han sido señalados como victimarios. Este segundo grupo, el de los impresentables, tampoco tendría que aspirar a un cargo público que pudiera ofrecerle fuero o impunidad.

En fin, detrás de cada boleta electoral hay una gran responsabilidad que no se limita al día de la elección, sino que encierra el espíritu propio de una democracia no acabada que, si no se toma en serio, solo es simulación.