/ domingo 21 de julio de 2019

Señalar

Si la montaña rusa que hoy es el debate público nacional tuviera alguna dirección, estaríamos ocupando muchos espacios para hablar sobre el creciente rechazo social que provoca la migración de centroamericanos hacia México con el objetivo de llegar a los Estados Unidos.

De acuerdo con una encuesta que se hizo pública durante la semana, quienes respondieron acerca de este tema, lo hicieron en su mayoría a favor de que se detenga el flujo de personas, se use la fuerza y se les regrese a sus naciones, incluso en porcentajes mayores que en ejercicios similares hechos en los Estados Unidos. Más o menos lo mismo de lo que nos hemos quejado en los últimos tres años cuando aquella sociedad, incluyendo a su presidente, afirma cuando habla de los mexicanos que buscan cruzar la frontera.

No sé qué tan sorpresivo sea a estas alturas saber que en este momento respondemos igual o peor que nuestros vecinos a la hora de opinar acerca de la migración. Los prejuicios, el racismo, el clasismo, no son exclusivos de ninguna comunidad y existen formas muy claras para incitarlos, lo que llama la atención es que no formemos un criterio respecto de un fenómeno mundial del somos parte desde hace muchos años.

De manera más empírica, escucho cada vez con mayor frecuencia esta oposición “a que lleguen más migrantes” fundamentada por el temor que despierta en la gente la desinformación, la desconfianza y el miedo.

Ya sea por datos de que se les dará dinero o el muy usado rumor de que le quitarán el trabajo a los mexicanos, la inconformidad empieza a salir de las redes sociales y a entrar en las conversaciones diarias de muchas personas en todo el país.

Tristemente, no influye el origen, ni la preparación académica o la posición económica de quien siente como un peligro la llegada de otros seres humanos que buscan una oportunidad para tener una vida mejor. El miedo nos iguala a todas y a todos; sucede lo mismo con la ignorancia.

Tampoco importa demasiado si hablas con alguien que vive en el norte o en el sur de la República, la idea de que estamos saturados en México avanza gracias a las medias verdades y a las mentiras abiertas que buscan hacer lo mismo que se hace con nuestros paisanos en los Estados Unidos: señalar.

Porque una sociedad que se acostumbra a señalar a otros es fácilmente manipulable, ya que renuncia a su obligación de criticarse y deja en manos del que viene de fuera la razón de todos sus males. También funciona con las obligaciones, porque si van a ayudar a quienes son extranjeros, ¿por qué no me ayudan primero a mí que soy de casa?

Pero, de nuevo, el fenómeno no es ajeno en nuestra historia. De cuando en cuando, las diferentes comunidades de migrantes que llegaron a México, hace ya varias generaciones, siguen experimentando estos gestos de odio, los cuales luego se desdoblan en contra de las mujeres, los discapacitados, la comunidad LGBTTI+, las y los emprendedores, entre otros segmentos de la población.

Esta división, lo hemos escrito antes, solamente beneficia intereses que buscan mantener un país con una brecha de desconfianza y de desigualdad que no le permita desarrollarse. No importa de qué lado se encuentren, los privilegios que consideran que han perdido los impulsa a tratar de que nos volvamos una sociedad enfrentada consigo misma.

Ahora que me preguntan con insistencia qué podemos hacer como ciudadanos, mi respuesta es simple: pongámonos de acuerdo, porque no estamos tan alejados como quieren hacernos creer, pero tampoco estamos tan cerca como antes.

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Si la montaña rusa que hoy es el debate público nacional tuviera alguna dirección, estaríamos ocupando muchos espacios para hablar sobre el creciente rechazo social que provoca la migración de centroamericanos hacia México con el objetivo de llegar a los Estados Unidos.

De acuerdo con una encuesta que se hizo pública durante la semana, quienes respondieron acerca de este tema, lo hicieron en su mayoría a favor de que se detenga el flujo de personas, se use la fuerza y se les regrese a sus naciones, incluso en porcentajes mayores que en ejercicios similares hechos en los Estados Unidos. Más o menos lo mismo de lo que nos hemos quejado en los últimos tres años cuando aquella sociedad, incluyendo a su presidente, afirma cuando habla de los mexicanos que buscan cruzar la frontera.

No sé qué tan sorpresivo sea a estas alturas saber que en este momento respondemos igual o peor que nuestros vecinos a la hora de opinar acerca de la migración. Los prejuicios, el racismo, el clasismo, no son exclusivos de ninguna comunidad y existen formas muy claras para incitarlos, lo que llama la atención es que no formemos un criterio respecto de un fenómeno mundial del somos parte desde hace muchos años.

De manera más empírica, escucho cada vez con mayor frecuencia esta oposición “a que lleguen más migrantes” fundamentada por el temor que despierta en la gente la desinformación, la desconfianza y el miedo.

Ya sea por datos de que se les dará dinero o el muy usado rumor de que le quitarán el trabajo a los mexicanos, la inconformidad empieza a salir de las redes sociales y a entrar en las conversaciones diarias de muchas personas en todo el país.

Tristemente, no influye el origen, ni la preparación académica o la posición económica de quien siente como un peligro la llegada de otros seres humanos que buscan una oportunidad para tener una vida mejor. El miedo nos iguala a todas y a todos; sucede lo mismo con la ignorancia.

Tampoco importa demasiado si hablas con alguien que vive en el norte o en el sur de la República, la idea de que estamos saturados en México avanza gracias a las medias verdades y a las mentiras abiertas que buscan hacer lo mismo que se hace con nuestros paisanos en los Estados Unidos: señalar.

Porque una sociedad que se acostumbra a señalar a otros es fácilmente manipulable, ya que renuncia a su obligación de criticarse y deja en manos del que viene de fuera la razón de todos sus males. También funciona con las obligaciones, porque si van a ayudar a quienes son extranjeros, ¿por qué no me ayudan primero a mí que soy de casa?

Pero, de nuevo, el fenómeno no es ajeno en nuestra historia. De cuando en cuando, las diferentes comunidades de migrantes que llegaron a México, hace ya varias generaciones, siguen experimentando estos gestos de odio, los cuales luego se desdoblan en contra de las mujeres, los discapacitados, la comunidad LGBTTI+, las y los emprendedores, entre otros segmentos de la población.

Esta división, lo hemos escrito antes, solamente beneficia intereses que buscan mantener un país con una brecha de desconfianza y de desigualdad que no le permita desarrollarse. No importa de qué lado se encuentren, los privilegios que consideran que han perdido los impulsa a tratar de que nos volvamos una sociedad enfrentada consigo misma.

Ahora que me preguntan con insistencia qué podemos hacer como ciudadanos, mi respuesta es simple: pongámonos de acuerdo, porque no estamos tan alejados como quieren hacernos creer, pero tampoco estamos tan cerca como antes.

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