/ sábado 17 de agosto de 2019

Silencio... silence... silento... silenzio

“Primero te ignoran. Luego se ríen de ti.

Después te atacan. Entonces ganas.”

Mahatma Gandhi

En política, cuando un enemigo está derrotado, la primera forma de saberlo es por su silencio.

Pero no es cualquier silencio, porque el silencio se expresa de varias maneras y detrás de él pueden existir motivos muy diversos. Por ejemplo, aquél que únicamente desea contemplar su entorno o busca relajarse o meditar, puede estar sentado muchas horas sin emitir un sonido, así los grandes ascetas buscan la interioridad profunda para contemplarse a sí mismos. También alguien que quiere pasar desapercibido tal vez decida reservarse sus palabras. Inclusive como parte de un método de enseñanza: Pitágoras, instruía a sus discípulos a sellar sus labios por tres años cuando estos se iniciaban y les decía, “no hables hasta que tus palabras sean más valiosas que tu silencio”.

En cambio, cuando en un debate la respuesta a los argumentos, las razones y los señalamientos es enmudecer, entonces está claro: el contrincante se ha dado por vencido.

En ese momento, al rival que ya no encuentra palabras, se le cae la máscara, el payaso está cansado y parece gritar -¡Ya basta! -, porque hay cosas que simplemente no se pueden defender, hay ideas que no se pueden rebatir. Entonces, el silencio aparece como bandera blanca que se ofrece al enemigo para que deje de bombardear la aldea.

Por eso, resulta curioso ver lo que está sucediendo en distintos congresos de nuestro país, donde, al estar integrados por una mayoría aplastante del partido oficial, los legisladores rehuyen al debate. En cualquier democracia moderna del mundo, seguramente resultaría inaudito que el grupo mayoritario de un parlamento fuera mudo, aparentemente sordo e intencionalmente ciego al debate y a la defensa de sus ideas.

Esto es grave, sobre todo, porque el mutis empieza a convertirse en el argumento principal y en el discurso oficial de las diputadas y diputados, que han sido elegidos por la gente para hacer escuchar sus voces, no para que mantengan las bocas cerradas, y ser sus representantes. ¿Así los representan?, mudos e ignorando las señales de los que intentan advertirles que las decisiones que están tomando, son incorrectas y sin tomarse la molestia de defender su postura porque saben que con levantar la mano es suficiente para que se haga su voluntad. Pierden los debates pero ganan las votaciones. Una victoria pírrica.

Este fenómeno, parecería ser producto de un vergonzoso estado de placidez que les brinda tener un Sol, al rededor del cual orbitar. Viven en torno a lo que un hombre ha podido construir a lo largo de muchos años de incansable trabajo y esfuerzo, pero los hombres se cansan y sus tiempos están definidos (por la vida y también por nuestras propias leyes constitucionales). ¿Qué pasará cuando ese Sol se apague o ya no quiera hablar por ellos? Seguramente encontrarán algún otro cuerpo celestial que por la pura atracción gravitatoria los haga orbitar.

Algo más grave aún sucede cuando, al tiempo de callar, los que no dicen nada pretenden silenciar a los que esgrimen los argumentos que exhiben sus malas acciones.

Amigos míos, la derrota comienza a expresarse de muchas maneras. Algunos se enojan, gritan, otros se acomodan y se duermen en sus laureles, hay quienes sufren y lloran; pero la expresión más clara de que se ha perdido la discusión, es, simple y llanamente, quedarse callado. “Un pensamiento que no se convierte en palabra, queda olvidado; una palabra que no se convierta en acción, es tiempo perdido...”.


“Primero te ignoran. Luego se ríen de ti.

Después te atacan. Entonces ganas.”

Mahatma Gandhi

En política, cuando un enemigo está derrotado, la primera forma de saberlo es por su silencio.

Pero no es cualquier silencio, porque el silencio se expresa de varias maneras y detrás de él pueden existir motivos muy diversos. Por ejemplo, aquél que únicamente desea contemplar su entorno o busca relajarse o meditar, puede estar sentado muchas horas sin emitir un sonido, así los grandes ascetas buscan la interioridad profunda para contemplarse a sí mismos. También alguien que quiere pasar desapercibido tal vez decida reservarse sus palabras. Inclusive como parte de un método de enseñanza: Pitágoras, instruía a sus discípulos a sellar sus labios por tres años cuando estos se iniciaban y les decía, “no hables hasta que tus palabras sean más valiosas que tu silencio”.

En cambio, cuando en un debate la respuesta a los argumentos, las razones y los señalamientos es enmudecer, entonces está claro: el contrincante se ha dado por vencido.

En ese momento, al rival que ya no encuentra palabras, se le cae la máscara, el payaso está cansado y parece gritar -¡Ya basta! -, porque hay cosas que simplemente no se pueden defender, hay ideas que no se pueden rebatir. Entonces, el silencio aparece como bandera blanca que se ofrece al enemigo para que deje de bombardear la aldea.

Por eso, resulta curioso ver lo que está sucediendo en distintos congresos de nuestro país, donde, al estar integrados por una mayoría aplastante del partido oficial, los legisladores rehuyen al debate. En cualquier democracia moderna del mundo, seguramente resultaría inaudito que el grupo mayoritario de un parlamento fuera mudo, aparentemente sordo e intencionalmente ciego al debate y a la defensa de sus ideas.

Esto es grave, sobre todo, porque el mutis empieza a convertirse en el argumento principal y en el discurso oficial de las diputadas y diputados, que han sido elegidos por la gente para hacer escuchar sus voces, no para que mantengan las bocas cerradas, y ser sus representantes. ¿Así los representan?, mudos e ignorando las señales de los que intentan advertirles que las decisiones que están tomando, son incorrectas y sin tomarse la molestia de defender su postura porque saben que con levantar la mano es suficiente para que se haga su voluntad. Pierden los debates pero ganan las votaciones. Una victoria pírrica.

Este fenómeno, parecería ser producto de un vergonzoso estado de placidez que les brinda tener un Sol, al rededor del cual orbitar. Viven en torno a lo que un hombre ha podido construir a lo largo de muchos años de incansable trabajo y esfuerzo, pero los hombres se cansan y sus tiempos están definidos (por la vida y también por nuestras propias leyes constitucionales). ¿Qué pasará cuando ese Sol se apague o ya no quiera hablar por ellos? Seguramente encontrarán algún otro cuerpo celestial que por la pura atracción gravitatoria los haga orbitar.

Algo más grave aún sucede cuando, al tiempo de callar, los que no dicen nada pretenden silenciar a los que esgrimen los argumentos que exhiben sus malas acciones.

Amigos míos, la derrota comienza a expresarse de muchas maneras. Algunos se enojan, gritan, otros se acomodan y se duermen en sus laureles, hay quienes sufren y lloran; pero la expresión más clara de que se ha perdido la discusión, es, simple y llanamente, quedarse callado. “Un pensamiento que no se convierte en palabra, queda olvidado; una palabra que no se convierta en acción, es tiempo perdido...”.


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