/ viernes 1 de febrero de 2019

Sin gafete | Despeinada, sudada, montada en su propio ser…

En el fondo, muy en el fondo, había un poco, muy poco, de nerviosismo. Frente al micrófono, vestida sin marca, sin hacer concesión a ningún modisto, despeinada, sudada, tal vez sin depilar las axilas, con los lentes colgados, ahí estaba. Con toda su fuerza. Con todo el conocimiento que carga, ¿lápida?, que parece manar de ella como si así hubiese pasado todos los exámenes. Beatriz estaba frente al público de Mocorito, una población que para muchos no tiene traducción, un asentamiento de difícil ubicación en el mapa.

Mientras ella hablaba, la esposa del gobernador se quitaba el saco, llamaba a su ayudante, se movía nerviosa en su silla, acariciaba la pierna de su marido de manera muy íntima, veía al infinito. La pobrecita no entendía ni la “O” por lo redondo. Despatarrado, en camiseta, Paco Ignacio Taibo, en cambio, seguía atento la exposición. Historiador a su vez, parecía el único interlocutor que sabía de la “Revista Moderna” que un médico fundó en esa población, hace más de cien años. Para divulgar la cultura, para que ahí pudiesen publicar escritores como Amado Nervo que, antes, debían enviar por correo su colaboración.

Beatriz Gutiérrez Mueller pudo haber hablado sin seguir las hojas, varias, muchas para el calor, que leía. Los poetas del siglo pasado es uno de los temas que domina. Su marido la escuchaba amoroso. ¿Sabrá de esos escritores?

Fue uno de los primeros actos públicos de la esposa del Presidente. El motivo-pretexto era iniciar un programa para que mayor número de mexicanos lean.

Lo interesante, de mucho interesante que hubo, eran los personajes. Unos buenos, otros traidores que se fueron con Victoriano Huerta, unos más que dieron la vuelta para ser, otra vez, buenos.

¿Qué sentido tiene recuperar la historia, mirar hacía el pasado? Supongo que, para la historiadora, todos, absolutamente todos los sentidos y los valores.

Entre el público, y después al mirar el video por “Yutube”, el morbo. Ese que se detiene en el maquillaje, en el vestuario, en lo superfluo. Y que con ella se estrella, de frente, en mil pedazos porque todo lo que no es, en giro casi mágico, se vuelve lo que es. Lo que hay.

Imposible criticarla, así lo intenten, porque no pretende ser otra que ella misma. No hay modelo con que comprarla. Punto.

Por lo pronto Beatriz no les tiene miedo a las palabras. Tampoco a parecer culta. Menos todavía a que sus protagonistas, que cobran vida a lo largo del relato-discurso, bailen frente a nuestros ojos. Esos hombres de principio del siglo pasado que querían escribir, publicar, ser lo que hoy conocemos como intelectuales. Pero no para ganar dinero ni comprar “trocas” si nos vamos al discurso presidencial, sino por el placer inmenso del texto.

Cada uno queremos, a veces logramos tener, un lector. Un oyente. Alguien que nos entiende. Alguien que realmente escuche o lea nuestros textos. Beatriz no lo tendrá entre los reporteros que se quedaron en la superficie del elogio al libro. No creo que eso, como tanto más, le quite el sueño.

Y, casi se me olvidaba, llevaba la boca pintada de un rojo rebelde…

@isabelarvide / estadomayor.mx / isabelarvide.com

En el fondo, muy en el fondo, había un poco, muy poco, de nerviosismo. Frente al micrófono, vestida sin marca, sin hacer concesión a ningún modisto, despeinada, sudada, tal vez sin depilar las axilas, con los lentes colgados, ahí estaba. Con toda su fuerza. Con todo el conocimiento que carga, ¿lápida?, que parece manar de ella como si así hubiese pasado todos los exámenes. Beatriz estaba frente al público de Mocorito, una población que para muchos no tiene traducción, un asentamiento de difícil ubicación en el mapa.

Mientras ella hablaba, la esposa del gobernador se quitaba el saco, llamaba a su ayudante, se movía nerviosa en su silla, acariciaba la pierna de su marido de manera muy íntima, veía al infinito. La pobrecita no entendía ni la “O” por lo redondo. Despatarrado, en camiseta, Paco Ignacio Taibo, en cambio, seguía atento la exposición. Historiador a su vez, parecía el único interlocutor que sabía de la “Revista Moderna” que un médico fundó en esa población, hace más de cien años. Para divulgar la cultura, para que ahí pudiesen publicar escritores como Amado Nervo que, antes, debían enviar por correo su colaboración.

Beatriz Gutiérrez Mueller pudo haber hablado sin seguir las hojas, varias, muchas para el calor, que leía. Los poetas del siglo pasado es uno de los temas que domina. Su marido la escuchaba amoroso. ¿Sabrá de esos escritores?

Fue uno de los primeros actos públicos de la esposa del Presidente. El motivo-pretexto era iniciar un programa para que mayor número de mexicanos lean.

Lo interesante, de mucho interesante que hubo, eran los personajes. Unos buenos, otros traidores que se fueron con Victoriano Huerta, unos más que dieron la vuelta para ser, otra vez, buenos.

¿Qué sentido tiene recuperar la historia, mirar hacía el pasado? Supongo que, para la historiadora, todos, absolutamente todos los sentidos y los valores.

Entre el público, y después al mirar el video por “Yutube”, el morbo. Ese que se detiene en el maquillaje, en el vestuario, en lo superfluo. Y que con ella se estrella, de frente, en mil pedazos porque todo lo que no es, en giro casi mágico, se vuelve lo que es. Lo que hay.

Imposible criticarla, así lo intenten, porque no pretende ser otra que ella misma. No hay modelo con que comprarla. Punto.

Por lo pronto Beatriz no les tiene miedo a las palabras. Tampoco a parecer culta. Menos todavía a que sus protagonistas, que cobran vida a lo largo del relato-discurso, bailen frente a nuestros ojos. Esos hombres de principio del siglo pasado que querían escribir, publicar, ser lo que hoy conocemos como intelectuales. Pero no para ganar dinero ni comprar “trocas” si nos vamos al discurso presidencial, sino por el placer inmenso del texto.

Cada uno queremos, a veces logramos tener, un lector. Un oyente. Alguien que nos entiende. Alguien que realmente escuche o lea nuestros textos. Beatriz no lo tendrá entre los reporteros que se quedaron en la superficie del elogio al libro. No creo que eso, como tanto más, le quite el sueño.

Y, casi se me olvidaba, llevaba la boca pintada de un rojo rebelde…

@isabelarvide / estadomayor.mx / isabelarvide.com