/ miércoles 19 de diciembre de 2018

Sin gafete | Don Julio…

La decisión más difícil para un periodista es ser amigo de sus amigos o amigo de sus verdades.

Los periodistas, a priori, incomodamos a los hombres poderosos. Sobre todo, a los hombres poderosos dentro de la administración pública.

En la medida en que se cumplan los preceptos de nuestra profesión, es obvio, seremos mal vistos en muchos salones donde reciben a los amigos, a quienes saben ensalzar aparentes cualidades e ignorar realidades oscuras, casi siempre embarradas de corrupción.

Los periodistas, los que tienen vocación de reporteros, escudriñan, investigan, no se conforman con la versión oficial.

No es un camino fácil. Tampoco es que alguien prometiese que tendría que serlo. No es un sendero que lleve a la riqueza ni a los honores. Y si alguien ha sido un ejemplo generacional de independencia, de libertad, de congruencia periodística, es Julio Scherer.

Por eso, resultó tan excepcional, tan apabullante, contradictorio que se le eligiese receptor de la medalla Belisario Domínguez.

El galardón que recuerda la hazaña de un hombre que murió por defender la libertad de expresión.

¿Un premio oficial? Sí, un premio oficial. Porque, aunque esta medalla la otorgue el Senado, siempre ha tenido una carga oficialista. Doblemente en un gobierno que tiene mayoría en el Congreso.

¿Pudo haber ordenado el presidente López Obrador que Scherer, padre de uno de sus cercanos colaboradores, fuese premiado? No lo creo. Pero, a final de cuentas, esto no era lo importante, sino la percepción alrededor de las mayorías de Morena en nuestro ámbito político.

Lo primero que hicimos, muchos, fue preguntar en voz alta si era verdad. El otro premiado, Carlos Payán, enorgullece la profesión. Ha estado detrás de la creación y supervivencia de La Jornada, lo que en tiempos del “Cólera” ha sido una verdadera hazaña, que cruza varios sexenios marcados por distintos signos partidistas. Ahí no había discusión. Y aceptar la medalla fue, como todo en su historia, una decisión personal y respetable.

Con don Julio era distinto. Primero porque hace varios años murió. Es decir, no estaba en su persona la aceptación. Y después porque si algo lo ha significado, a través de los años, fue su profunda distancia del poder político. Su negativa para aceptar ningún reconocimiento o prebenda oficial.

La revista que fundó, además de tantos asegunes, ha sido particularmente crítica con López Obrador, quien no se ha tentado el corazón para quejarse, para contestar con fiereza estos cuestionamientos para muchos injustificados, crueles. Por lo que se sumaba otra carga política, relacionada con estas publicaciones, a la medalla “Belisario Domínguez”. La realidad que complica todo.

La respuesta de sus hijos, de su familia, fue inmediata. Es obvio, que lo conocían muy bien. Que supieron escucharlo y que siguen valorando sus creencias, su manera libérrima de ejercer el periodismo. Simplemente declinaron recibir la medalla.

@isabelarvide / EstadoMayor.mx / isabelarvide.com

La decisión más difícil para un periodista es ser amigo de sus amigos o amigo de sus verdades.

Los periodistas, a priori, incomodamos a los hombres poderosos. Sobre todo, a los hombres poderosos dentro de la administración pública.

En la medida en que se cumplan los preceptos de nuestra profesión, es obvio, seremos mal vistos en muchos salones donde reciben a los amigos, a quienes saben ensalzar aparentes cualidades e ignorar realidades oscuras, casi siempre embarradas de corrupción.

Los periodistas, los que tienen vocación de reporteros, escudriñan, investigan, no se conforman con la versión oficial.

No es un camino fácil. Tampoco es que alguien prometiese que tendría que serlo. No es un sendero que lleve a la riqueza ni a los honores. Y si alguien ha sido un ejemplo generacional de independencia, de libertad, de congruencia periodística, es Julio Scherer.

Por eso, resultó tan excepcional, tan apabullante, contradictorio que se le eligiese receptor de la medalla Belisario Domínguez.

El galardón que recuerda la hazaña de un hombre que murió por defender la libertad de expresión.

¿Un premio oficial? Sí, un premio oficial. Porque, aunque esta medalla la otorgue el Senado, siempre ha tenido una carga oficialista. Doblemente en un gobierno que tiene mayoría en el Congreso.

¿Pudo haber ordenado el presidente López Obrador que Scherer, padre de uno de sus cercanos colaboradores, fuese premiado? No lo creo. Pero, a final de cuentas, esto no era lo importante, sino la percepción alrededor de las mayorías de Morena en nuestro ámbito político.

Lo primero que hicimos, muchos, fue preguntar en voz alta si era verdad. El otro premiado, Carlos Payán, enorgullece la profesión. Ha estado detrás de la creación y supervivencia de La Jornada, lo que en tiempos del “Cólera” ha sido una verdadera hazaña, que cruza varios sexenios marcados por distintos signos partidistas. Ahí no había discusión. Y aceptar la medalla fue, como todo en su historia, una decisión personal y respetable.

Con don Julio era distinto. Primero porque hace varios años murió. Es decir, no estaba en su persona la aceptación. Y después porque si algo lo ha significado, a través de los años, fue su profunda distancia del poder político. Su negativa para aceptar ningún reconocimiento o prebenda oficial.

La revista que fundó, además de tantos asegunes, ha sido particularmente crítica con López Obrador, quien no se ha tentado el corazón para quejarse, para contestar con fiereza estos cuestionamientos para muchos injustificados, crueles. Por lo que se sumaba otra carga política, relacionada con estas publicaciones, a la medalla “Belisario Domínguez”. La realidad que complica todo.

La respuesta de sus hijos, de su familia, fue inmediata. Es obvio, que lo conocían muy bien. Que supieron escucharlo y que siguen valorando sus creencias, su manera libérrima de ejercer el periodismo. Simplemente declinaron recibir la medalla.

@isabelarvide / EstadoMayor.mx / isabelarvide.com