/ miércoles 8 de agosto de 2018

Sin Gafete | El diploma de Andrés Manuel

En una fantasía sin límites coloquemos al presidente Peña Nieto en el autobús del aeropuerto rumbo a tomar su avión. ¿Qué hubiese pasado con la gente?

Porque a López Obrador no lo insultaron ni le pegaron ni lo aventaron. Todo lo contrario, con singular familiaridad las personas que iban en ese transporte se pusieron a hablar con él. Más bien a bromear sobre “su diploma”, el que ya le van a entregar.

Es decir, la constancia de “presidente electo”.

Y con idéntico sentido del humor, el tabasqueño les contestó que se comportasen con orden o regresaba el autobús. Siempre de pie. Con su portafolio y su maleta. Sin ayudantes, sin policías a su alrededor.

La escena todavía me impacta. La naturalidad de los hechos es espeluznante. Para asustar a cualquiera que haya cubierto la fuente presidencial, que haya estado cerca de un mandatario y toda su parafernalia de poder.

Terminé en el exilio por haber publicado, hace muchos años, una columna hablando de Miguel de la Madrid caminando cubierto por una “burbuja”, como aquel famoso niño que debía desplazarse así por una enfermedad congénita. A los mandatarios, antes del 1 de julio, no se les hablaba y menos todavía se reía uno con ellos o de ellos. Ni con el pétalo de una rosa.

¿Su diploma? Eso, su diploma era tema de risa en el autobús. ¿Quién parecía ser López Obrador? Uno más del montón. ¿Cómo vamos a hacer para entender que tenemos un primer mandatario que es uno del montón?

¿Miedo? Pánico diría yo. Por los usos y costumbres a los que hemos estado acostumbrados. Porque el cambio es bestial. ¿Puede ser así? ¿Podrá sostenerse López como uno del montón entre el montón de unos?

Eso de viajar en avión, lo sabemos quiénes lo hacemos con frecuencia, es bastante fastidioso. Desde la seguridad hasta los retrasos, pasando por los incómodos aeropuertos, por los aviones todavía más limitados. Y cargar tu equipaje por escaleras. Colocarlo arriba de tu asiento como hizo Andrés Manuel. Doblar el saco para que se arrugue poco y puedas volver a ponértelo.

Uno más, uno del montón, sometido a las incomodidades habituales en este tema de viajar en avión.

¿Está seguro? Habría que creerle que la gente lo cuida. Cuando mucho lo apachurra con sus manifestaciones de afecto. Con una cercanía brutal y consentida, como de viajar en Metro.

Vuelvo a mi premisa inicial. ¿Qué hubiese pasado si Peña Nieto decide tomar un vuelo como uno del montón, cargando su maleta, doblando su saco, viajando parado en un autobús?

Imposible imaginarlo. Y sin embargo ya expresidente, ya sin la cauda de militares a su servicio, ya sin las bardas, ya sin 50 ayudantes a su alrededor, alguna vez tendrá que asumirse mortal. Supongo.

Por lo pronto, habrá que quedarse con el tipo despeinado, un poco desbalagado, de hombros medio caídos, que se pone a bromear sobre el diploma que le van a entregar y cruzar los dedos, decir una oración para que no cambie, para que lo demás cambie…


@isabelarvide / EstadoMayor.mx / CambioQRR.com


En una fantasía sin límites coloquemos al presidente Peña Nieto en el autobús del aeropuerto rumbo a tomar su avión. ¿Qué hubiese pasado con la gente?

Porque a López Obrador no lo insultaron ni le pegaron ni lo aventaron. Todo lo contrario, con singular familiaridad las personas que iban en ese transporte se pusieron a hablar con él. Más bien a bromear sobre “su diploma”, el que ya le van a entregar.

Es decir, la constancia de “presidente electo”.

Y con idéntico sentido del humor, el tabasqueño les contestó que se comportasen con orden o regresaba el autobús. Siempre de pie. Con su portafolio y su maleta. Sin ayudantes, sin policías a su alrededor.

La escena todavía me impacta. La naturalidad de los hechos es espeluznante. Para asustar a cualquiera que haya cubierto la fuente presidencial, que haya estado cerca de un mandatario y toda su parafernalia de poder.

Terminé en el exilio por haber publicado, hace muchos años, una columna hablando de Miguel de la Madrid caminando cubierto por una “burbuja”, como aquel famoso niño que debía desplazarse así por una enfermedad congénita. A los mandatarios, antes del 1 de julio, no se les hablaba y menos todavía se reía uno con ellos o de ellos. Ni con el pétalo de una rosa.

¿Su diploma? Eso, su diploma era tema de risa en el autobús. ¿Quién parecía ser López Obrador? Uno más del montón. ¿Cómo vamos a hacer para entender que tenemos un primer mandatario que es uno del montón?

¿Miedo? Pánico diría yo. Por los usos y costumbres a los que hemos estado acostumbrados. Porque el cambio es bestial. ¿Puede ser así? ¿Podrá sostenerse López como uno del montón entre el montón de unos?

Eso de viajar en avión, lo sabemos quiénes lo hacemos con frecuencia, es bastante fastidioso. Desde la seguridad hasta los retrasos, pasando por los incómodos aeropuertos, por los aviones todavía más limitados. Y cargar tu equipaje por escaleras. Colocarlo arriba de tu asiento como hizo Andrés Manuel. Doblar el saco para que se arrugue poco y puedas volver a ponértelo.

Uno más, uno del montón, sometido a las incomodidades habituales en este tema de viajar en avión.

¿Está seguro? Habría que creerle que la gente lo cuida. Cuando mucho lo apachurra con sus manifestaciones de afecto. Con una cercanía brutal y consentida, como de viajar en Metro.

Vuelvo a mi premisa inicial. ¿Qué hubiese pasado si Peña Nieto decide tomar un vuelo como uno del montón, cargando su maleta, doblando su saco, viajando parado en un autobús?

Imposible imaginarlo. Y sin embargo ya expresidente, ya sin la cauda de militares a su servicio, ya sin las bardas, ya sin 50 ayudantes a su alrededor, alguna vez tendrá que asumirse mortal. Supongo.

Por lo pronto, habrá que quedarse con el tipo despeinado, un poco desbalagado, de hombros medio caídos, que se pone a bromear sobre el diploma que le van a entregar y cruzar los dedos, decir una oración para que no cambie, para que lo demás cambie…


@isabelarvide / EstadoMayor.mx / CambioQRR.com