/ lunes 29 de octubre de 2018

Sin gafete | Los 50 de Joaquín

Mi generación quería ir a la guerra. Quería convertirse en “corresponsal de guerra” como un joven, a punto de que naciera su primer hijo, lo hizo desde Vietnam hace casi 50 años.

Joaquín López Dóriga, como lo hacemos todos sus contemporáneos, cuenta su tiempo como periodista desde un día emblemático. En su caso es el 2 de Octubre de 1968. Pero, igual que nosotros, para ese día ya llevaba semanas, meses intentando conseguir el espacio sagrado de la Primera Página.

Fuimos, somos, hemos sido perseguidores a perpetuidad de la noticia. Cuando la noticia tenía exclusivas, cuando era importante llegar antes, a tiempo a todos los sitios dónde algo importante sucedía.

Fuimos, somos periodistas creyentes de perseguir la información, de estar, de atestiguar. Y, fuimos también, quienes no teníamos cómo transportar, trasladar esa noticia de su sitio a los ciudadanos. A quienes siempre hemos imaginado como lectores respetados y respetables.

López Dóriga, El Teacher entrañable para sus amigos, para quienes seguimos sus pasos asumiendo que la vida no era, no es sino ese transitar entre noticia y noticia, en cualquier parte del mundo, de todo nuestro país, no ha hecho otra cosa en 50 años que ser reportero.

Ignoro si los nuevos tiempos podrán despreciar esto, el oficio que uno lleva, como Joaquín, tatuado en la piel.

Joaquín siguió siendo reportero entre enfermedades graves, entre visitas de la muerte a su cama, entre odios del poder, entre necesidades del espectáculo televisivo, y cada día se ha ido a su cama sabedor del “deber” cumplido. Porque para él, para un puñado de nosotros, eso es ser periodista.

Vivimos un tiempo en que no había teléfonos celulares ni siquiera Fax. En que la inmediatez de la noticia tenía horas, días de distancia. En que escribir con pulcritud, con ortografía, con sintaxis era una obligación. En que se ganaban los espacios a golpe de máquina.

Joaquín, para mí, tiene un mérito invaluable: Nunca ha sucumbido a la fama pública. Nunca se ha tomado en serio el personaje de poder que ha sido, o que pudo ser de haber querido. Nunca ha dejado de abrir una puerta, de enseñar, de acompañar a sus pares y a quienes vienen detrás.

Cincuenta años son más que una vida. Y el precio, lo sabemos todos, es la familia. Es la ausencia precisa. Es no poder estar cuando tenemos que estar. Es la permanente discusión entre lo que hay que reportear y lo que deberíamos disfrutar a los nuestros. Joaquín, lo vivimos en su excepcional, íntimo, festejo de 50 años, tiene el privilegio inmenso de una mujer, Adriana, de unos hijos fecundos, excepcionales, de unos nietos, que lo aman y lo entienden. También, lo perdonan.

¿Habrá espacio para este periodismo, que busca la noticia, que cree en informar, que es denostado en redes sociales por cobardes que no dan la cara, que siempre será incómodo a los poderosos en turno? Lo habrá. Ya vamos de gane… ¿o no querido Joaquín?

@isabelarvide / EstadoMayor.mx / CambioQRR.com

Mi generación quería ir a la guerra. Quería convertirse en “corresponsal de guerra” como un joven, a punto de que naciera su primer hijo, lo hizo desde Vietnam hace casi 50 años.

Joaquín López Dóriga, como lo hacemos todos sus contemporáneos, cuenta su tiempo como periodista desde un día emblemático. En su caso es el 2 de Octubre de 1968. Pero, igual que nosotros, para ese día ya llevaba semanas, meses intentando conseguir el espacio sagrado de la Primera Página.

Fuimos, somos, hemos sido perseguidores a perpetuidad de la noticia. Cuando la noticia tenía exclusivas, cuando era importante llegar antes, a tiempo a todos los sitios dónde algo importante sucedía.

Fuimos, somos periodistas creyentes de perseguir la información, de estar, de atestiguar. Y, fuimos también, quienes no teníamos cómo transportar, trasladar esa noticia de su sitio a los ciudadanos. A quienes siempre hemos imaginado como lectores respetados y respetables.

López Dóriga, El Teacher entrañable para sus amigos, para quienes seguimos sus pasos asumiendo que la vida no era, no es sino ese transitar entre noticia y noticia, en cualquier parte del mundo, de todo nuestro país, no ha hecho otra cosa en 50 años que ser reportero.

Ignoro si los nuevos tiempos podrán despreciar esto, el oficio que uno lleva, como Joaquín, tatuado en la piel.

Joaquín siguió siendo reportero entre enfermedades graves, entre visitas de la muerte a su cama, entre odios del poder, entre necesidades del espectáculo televisivo, y cada día se ha ido a su cama sabedor del “deber” cumplido. Porque para él, para un puñado de nosotros, eso es ser periodista.

Vivimos un tiempo en que no había teléfonos celulares ni siquiera Fax. En que la inmediatez de la noticia tenía horas, días de distancia. En que escribir con pulcritud, con ortografía, con sintaxis era una obligación. En que se ganaban los espacios a golpe de máquina.

Joaquín, para mí, tiene un mérito invaluable: Nunca ha sucumbido a la fama pública. Nunca se ha tomado en serio el personaje de poder que ha sido, o que pudo ser de haber querido. Nunca ha dejado de abrir una puerta, de enseñar, de acompañar a sus pares y a quienes vienen detrás.

Cincuenta años son más que una vida. Y el precio, lo sabemos todos, es la familia. Es la ausencia precisa. Es no poder estar cuando tenemos que estar. Es la permanente discusión entre lo que hay que reportear y lo que deberíamos disfrutar a los nuestros. Joaquín, lo vivimos en su excepcional, íntimo, festejo de 50 años, tiene el privilegio inmenso de una mujer, Adriana, de unos hijos fecundos, excepcionales, de unos nietos, que lo aman y lo entienden. También, lo perdonan.

¿Habrá espacio para este periodismo, que busca la noticia, que cree en informar, que es denostado en redes sociales por cobardes que no dan la cara, que siempre será incómodo a los poderosos en turno? Lo habrá. Ya vamos de gane… ¿o no querido Joaquín?

@isabelarvide / EstadoMayor.mx / CambioQRR.com