/ miércoles 26 de diciembre de 2018

Sin más culpa que ser parte de la burocracia

Pasó la Navidad y está a punto de llegar el Año Nuevo. Días de reflexión, de buenos deseos y de propósitos. También, para el país, una nueva etapa en la que la esperanza se manifiesta frente al ineludible cambio en lo económico, administración. Los mutuos buenos deseos se acompañan de lo que la sociedad, la comunidad entera no desea. La división entre supuestos buenos y malos, perversos del pasado y redentores del futuro es inadmisible.

El cambio prometido y aceptado en la expresión mayoritaria en las urnas de julio pasado no debe traducirse en la llegada de un grupo de enojados que esgrimen la venganza y el castigo, que fabrican enemigos y fantasmas del pasado como adversarios a vencer.

Campañas de desprestigio, descalificaciones mediáticas, creación artificial de demonios, satanización de sectores, de hombres y grupos, no son tareas que correspondan a una administración ni el mejor camino en busca de la unidad y la tranquilidad de un país convulsionado por la inseguridad y por vicios ancestrales que son parte de la condición humana.

Tampoco es justo, en nombre de una pretendida renovación o una transformación de la sociedad victimizar a cientos, miles de ciudadanos condenándolos a la incertidumbre acerca de lo que les depara a ellos, a sus familias por la sola culpa de haber pertenecido y haber entregado su trabajo, su esfuerzo y sus proyectos de futuro a pasadas administraciones. Empleo, estabilidad, retribución justa por su trabajo están en riesgo de desplomarse por los despidos, los recortes de salarios y los desplazamientos que están en el horizonte cercano.

La incertidumbre en estos días de Navidad y Año Nuevo es el signo del servidor público medio que ve cancelada su plaza, su contrato por honorarios, las perspectivas de seguridad y estabilidad en el empleo perdido o a punto de perder. En esa angustia lo acompaña una gran proporción de proveedores, prestadores de servicios, trabajadores libres, eventuales de la formalidad o la informalidad cuya actividad está estrechamente ligada al universo de las entidades estatales. Concentradas en una sola dependencia, las compras gubernamentales desde equipos de alta tecnología hasta el papel y el lápiz quedarán a merced de una potente e impenetrable nueva burocracia.

El panorama de esta nueva relación entre el empleo y el trabajo no es halagador en estos días de fin de año. Pagarán justos por pecadores, aunque en la realidad los justos sean muchos más que los pecadores. El juez de cualquiera de los cientos de tribunales, el oficial, el simple empleado en el Poder Judicial, en el Legislativo y en el gobierno federal son ya victimas inocentes del anatema de abusivo del erario. A ese servidor público y a la masa de quienes prestan sus servicios o son proveedores del aparato gubernamental, trabajadores de todo género de oficios resienten y resentirán los efectos de una austeridad que empieza y terminará por empobrecer lo mismo al gobierno en su conjunto que al trabajador.

La división, el odio, la venganza, el castigo a culpables e inocentes no debería ser la marca de un cambio que se presenta precisamente en estos días en los que la conciliación, la reconciliación, la unidad y la armonía habrían de ser las metas y la materialización de los deseos que se repiten en esta época.

Pasó la Navidad y está a punto de llegar el Año Nuevo. Días de reflexión, de buenos deseos y de propósitos. También, para el país, una nueva etapa en la que la esperanza se manifiesta frente al ineludible cambio en lo económico, administración. Los mutuos buenos deseos se acompañan de lo que la sociedad, la comunidad entera no desea. La división entre supuestos buenos y malos, perversos del pasado y redentores del futuro es inadmisible.

El cambio prometido y aceptado en la expresión mayoritaria en las urnas de julio pasado no debe traducirse en la llegada de un grupo de enojados que esgrimen la venganza y el castigo, que fabrican enemigos y fantasmas del pasado como adversarios a vencer.

Campañas de desprestigio, descalificaciones mediáticas, creación artificial de demonios, satanización de sectores, de hombres y grupos, no son tareas que correspondan a una administración ni el mejor camino en busca de la unidad y la tranquilidad de un país convulsionado por la inseguridad y por vicios ancestrales que son parte de la condición humana.

Tampoco es justo, en nombre de una pretendida renovación o una transformación de la sociedad victimizar a cientos, miles de ciudadanos condenándolos a la incertidumbre acerca de lo que les depara a ellos, a sus familias por la sola culpa de haber pertenecido y haber entregado su trabajo, su esfuerzo y sus proyectos de futuro a pasadas administraciones. Empleo, estabilidad, retribución justa por su trabajo están en riesgo de desplomarse por los despidos, los recortes de salarios y los desplazamientos que están en el horizonte cercano.

La incertidumbre en estos días de Navidad y Año Nuevo es el signo del servidor público medio que ve cancelada su plaza, su contrato por honorarios, las perspectivas de seguridad y estabilidad en el empleo perdido o a punto de perder. En esa angustia lo acompaña una gran proporción de proveedores, prestadores de servicios, trabajadores libres, eventuales de la formalidad o la informalidad cuya actividad está estrechamente ligada al universo de las entidades estatales. Concentradas en una sola dependencia, las compras gubernamentales desde equipos de alta tecnología hasta el papel y el lápiz quedarán a merced de una potente e impenetrable nueva burocracia.

El panorama de esta nueva relación entre el empleo y el trabajo no es halagador en estos días de fin de año. Pagarán justos por pecadores, aunque en la realidad los justos sean muchos más que los pecadores. El juez de cualquiera de los cientos de tribunales, el oficial, el simple empleado en el Poder Judicial, en el Legislativo y en el gobierno federal son ya victimas inocentes del anatema de abusivo del erario. A ese servidor público y a la masa de quienes prestan sus servicios o son proveedores del aparato gubernamental, trabajadores de todo género de oficios resienten y resentirán los efectos de una austeridad que empieza y terminará por empobrecer lo mismo al gobierno en su conjunto que al trabajador.

La división, el odio, la venganza, el castigo a culpables e inocentes no debería ser la marca de un cambio que se presenta precisamente en estos días en los que la conciliación, la reconciliación, la unidad y la armonía habrían de ser las metas y la materialización de los deseos que se repiten en esta época.