Con gran esfuerzo y compromiso, millones de mexicanas y mexicanos acudieron a las urnas el pasado domingo para concretar, en votos, su visión de México y lo que falta por hacer.
Gracias a la labor profesional, titánica, imparcial y austera del Instituto Nacional Electoral (INE), la jornada electoral transcurrió como se tenía planeado: en completo orden, con ciudadanos recibiendo y contando los votos de sus pares y miles de observadores electorales constatando la marcha legal del proceso.
No hay un solo reproche ni crítica que hacerle a esa gran institución del Estado mexicano, sino solo reiterarle nuestro apoyo, pertenencia y confianza.
Los votos han sido contados y recontados: ninguna fuerza política por sí sola cuenta con mayoría absoluta y mucho menos calificada para aprobar reformas constitucionales. La decisión de la ciudadanía es que las mayorías se tienen que construir con diálogo y acuerdos, no con imposiciones ni ilegalidades.
Son muchos los problemas que aquejan al país. La ciudadanía hizo una pausa en su cotidianeidad para ir a las urnas, pero los problemas le seguían aguardando en casa: desempleo, enfermedad, inseguridad y falta de oportunidades.
La crisis económica gestada por malas decisiones y prolongada por la pandemia no ha desaparecido, sino que se ha recargado sobre los que menos tienen y más necesitan.
La pandemia del Covid-19 no ha significado un punto de inflexión para fortalecer el sistema de salud pública, pues seguimos padeciendo los problemas iniciales que seguramente no permitieron salvar vidas y evitar en dolor en la sociedad.
La inversión pública y privada están en números rojos, pues en México ya no existe confianza para generar riqueza, por lo que el desempleo es alarmante y mucho se tiene que hacer al respecto.
Las brechas de desigualdad no solo no se han acortado, sino que se han profundizado y agravado, creando un país más injusto.
Pero estos problemas el presidente de la República no los ve ni le interesan. Tras el veredicto de las urnas, el primer mandatario ha centrado su labor en tres prioridades, que son justamente reformas constitucionales que, por sí solo, no puede garantizar.
En primer término y yendo en contra de sus propios compromisos, del orden legal e internacional, pretende que la Guardia Nacional sea completamente absorbida por las Fuerzas Armadas de México, lo cual es un despropósito y, como todo en él, carece de diagnóstico, ventajas y planeación.
En segundo término, busca volver constitucional los cambios legales que en pleno proceso electoral propuso en materia energética y que se encuentran detenidos por el Poder Judicial, buscando consolidar el monopolio ilegal, ineficiente y contaminante de la CFE.
Y en tercer término y no menos peligroso, propone desaparecer los diputados plurinominales, semilla que en 1977 permitió el florecimiento de la vida democrática de México y que hoy, desde la presidencia, se pretende cortar.
Se trata de proyectos de reforma constitucional que no se aprobarán, pero que sí le darán combustible a quien ha renunciado a ser presidente de México y atender los graves problemas del país, para convertirse en jefe de partido y principal hostigador de la división y del rencor en México.
Nos aguardan tres años más sin contar con presidente de la República.