/ miércoles 23 de marzo de 2022

Siria y ¿el regreso de Assad? 

Por Jeziret S. González Gallardo

Lo que empezó en 2011 como una protesta pacífica contra el régimen autócrata de Bashar al-Assad, rápidamente se convirtió en una guerra entre el gobierno, grupos rebeldes antigubernamentales y grupos terroristas. Hoy, el país está devastado: más de 400 mil personas han muerto, 11.8 millones han tenido que abandonar sus hogares y, además, el estado del conflicto permanece sin cambios.

El paisaje actual en Siria es el propio de una guerra tan cruel y tan larga. En 2017, cuando aún había ofensivas armadas de manera regular, se reportaba que el 50% de la infraestructura social básica del país había sido destruida o dañada. En total, el Centro Sirio de Política e Investigación calculaba que en 2016 el costo de la infraestructura siria dañada era de unos 75 billones de dólares, cifra que con los años se vuelve más desalentadora.

El hecho de que a lo largo de los años diversas naciones se hayan visto involucradas en este conflicto en principio doméstico, ha implicado que esta guerra civil se vuelva una guerra en la que las naciones anteponen sus intereses por sobre los derechos humanos y que llegar a acuerdos haya sido prácticamente imposible. Rusia e Irán han respaldado al gobierno de Bashar al-Assad, mientras que los grupos rebeldes son apoyados por Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudita. Otras naciones árabes que inicialmente apoyaban a los grupos rebeldes ahora miran más de cerca la opción de entablar relaciones de nueva cuenta con el régimen de Assad. Por su parte, hemos visto que la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y su mapa de ruta para el proceso de paz no han funcionado y las negociaciones se encuentran prácticamente detenidas.

En cuanto a las condiciones necesarias para encontrarnos cerca del final de esta guerra, resulta dificultoso ver opciones realistas. Lo ideal sería que Assad enfrente la justicia, pague por los crímenes de guerra y dejar que el pueblo sirio elija el futuro de su país conforme la propuesta de la ONU. Sin embargo, la tibieza de los Estados Unidos es precisamente la que ha dado espacio para que los países árabes estén considerando normalizar relaciones con la Siria de Assad.

Con este panorama, parece que lo más factible es que el régimen de Assad se restaure. Lamentablemente, esta opción no es una solución plausible ya que ésta significaría pasar por alto los crímenes cometidos por el régimen del autócrata y denotaría que, para los países árabes, velar por los derechos humanos no está dentro de sus prioridades, lo cual, además de todo, puede ser un mensaje negativo para la población de sus respectivas naciones, recordando que en 2011 se vieron numerosos levantamientos sacudir a los gobiernos de la región.

Por otro lado, el país requiere de una inversión multimillonaria para estar en condiciones de que la abrumadora diáspora siria pueda regresar al país. Sin embargo, si se restaura el régimen de Assad, ¿quién querría regresar a un país donde el presidente atacó a su población civil con armas químicas? En definitiva, lo más sensato sería optar por la transición política como la vía más fiable para la reconstrucción de Siria y el retorno voluntario de las personas refugiadas a su país de origen.

Ahora bien, ante la dificultad para vislumbrar soluciones políticas que regresen las condiciones de estabilidad duraderas al país en el corto o mediano plazo, deben también plantearse soluciones para los millones de personas que han perdido sus hogares. En una guerra, quienes más pierden son los civiles, cerca del 85% de los refugiados están en los países vecinos, es decir, en Turquía, Líbano y Jordania. En Europa, el país que más refugiados ha acogido es Alemania, sin embargo, la Unión Europea ha invertido más dinero y esfuerzos en frenar el cruce de refugiados, que en brindarles apoyo y soluciones duraderas. Nada que ver con lo que se ha visto con los ucranianos.

A corto plazo, tal vez el retorno de Assad pueda dar cierta estabilidad, sin embargo, no es una solución duradera ni justa. Por una parte, si se llegara a un cierto acuerdo entre Assad y la oposición, es probable que las armas cambien de dirección y se desate una guerra más frontal contra los grupos terroristas. Por otra, evadir la vía de la justicia transicional puede hacer que sea solo cuestión de tiempo hasta que estalle nuevamente la violencia y diversos grupos busquen hacer justicia contra el régimen que destruyó sus vidas, la de sus familias y la de un país entero.

Twitter @JeziretGallardo

sgeo.jeziret@gmail.com

Asociada del COMEXI. Interesada en geopolítica y Medio Oriente.

Por Jeziret S. González Gallardo

Lo que empezó en 2011 como una protesta pacífica contra el régimen autócrata de Bashar al-Assad, rápidamente se convirtió en una guerra entre el gobierno, grupos rebeldes antigubernamentales y grupos terroristas. Hoy, el país está devastado: más de 400 mil personas han muerto, 11.8 millones han tenido que abandonar sus hogares y, además, el estado del conflicto permanece sin cambios.

El paisaje actual en Siria es el propio de una guerra tan cruel y tan larga. En 2017, cuando aún había ofensivas armadas de manera regular, se reportaba que el 50% de la infraestructura social básica del país había sido destruida o dañada. En total, el Centro Sirio de Política e Investigación calculaba que en 2016 el costo de la infraestructura siria dañada era de unos 75 billones de dólares, cifra que con los años se vuelve más desalentadora.

El hecho de que a lo largo de los años diversas naciones se hayan visto involucradas en este conflicto en principio doméstico, ha implicado que esta guerra civil se vuelva una guerra en la que las naciones anteponen sus intereses por sobre los derechos humanos y que llegar a acuerdos haya sido prácticamente imposible. Rusia e Irán han respaldado al gobierno de Bashar al-Assad, mientras que los grupos rebeldes son apoyados por Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudita. Otras naciones árabes que inicialmente apoyaban a los grupos rebeldes ahora miran más de cerca la opción de entablar relaciones de nueva cuenta con el régimen de Assad. Por su parte, hemos visto que la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y su mapa de ruta para el proceso de paz no han funcionado y las negociaciones se encuentran prácticamente detenidas.

En cuanto a las condiciones necesarias para encontrarnos cerca del final de esta guerra, resulta dificultoso ver opciones realistas. Lo ideal sería que Assad enfrente la justicia, pague por los crímenes de guerra y dejar que el pueblo sirio elija el futuro de su país conforme la propuesta de la ONU. Sin embargo, la tibieza de los Estados Unidos es precisamente la que ha dado espacio para que los países árabes estén considerando normalizar relaciones con la Siria de Assad.

Con este panorama, parece que lo más factible es que el régimen de Assad se restaure. Lamentablemente, esta opción no es una solución plausible ya que ésta significaría pasar por alto los crímenes cometidos por el régimen del autócrata y denotaría que, para los países árabes, velar por los derechos humanos no está dentro de sus prioridades, lo cual, además de todo, puede ser un mensaje negativo para la población de sus respectivas naciones, recordando que en 2011 se vieron numerosos levantamientos sacudir a los gobiernos de la región.

Por otro lado, el país requiere de una inversión multimillonaria para estar en condiciones de que la abrumadora diáspora siria pueda regresar al país. Sin embargo, si se restaura el régimen de Assad, ¿quién querría regresar a un país donde el presidente atacó a su población civil con armas químicas? En definitiva, lo más sensato sería optar por la transición política como la vía más fiable para la reconstrucción de Siria y el retorno voluntario de las personas refugiadas a su país de origen.

Ahora bien, ante la dificultad para vislumbrar soluciones políticas que regresen las condiciones de estabilidad duraderas al país en el corto o mediano plazo, deben también plantearse soluciones para los millones de personas que han perdido sus hogares. En una guerra, quienes más pierden son los civiles, cerca del 85% de los refugiados están en los países vecinos, es decir, en Turquía, Líbano y Jordania. En Europa, el país que más refugiados ha acogido es Alemania, sin embargo, la Unión Europea ha invertido más dinero y esfuerzos en frenar el cruce de refugiados, que en brindarles apoyo y soluciones duraderas. Nada que ver con lo que se ha visto con los ucranianos.

A corto plazo, tal vez el retorno de Assad pueda dar cierta estabilidad, sin embargo, no es una solución duradera ni justa. Por una parte, si se llegara a un cierto acuerdo entre Assad y la oposición, es probable que las armas cambien de dirección y se desate una guerra más frontal contra los grupos terroristas. Por otra, evadir la vía de la justicia transicional puede hacer que sea solo cuestión de tiempo hasta que estalle nuevamente la violencia y diversos grupos busquen hacer justicia contra el régimen que destruyó sus vidas, la de sus familias y la de un país entero.

Twitter @JeziretGallardo

sgeo.jeziret@gmail.com

Asociada del COMEXI. Interesada en geopolítica y Medio Oriente.