/ jueves 14 de septiembre de 2017

Sismos y huracanes

Con motivo de los recientes sismos que afectaron directamente a poblaciones de Oaxaca y Chiapas y en menor escala en otras entidades como Ciudad de México, el mayor en casi cien años, se vuelve a plantear la necesidad de fortalecer el sistema de prevención ante fenómenos de esta naturaleza.

Hoy estamos lamentando la muerte de un centenar de personas, más otras  afectaciones físicas como consecuencia de los movimientos sismológicos del pasado 7 de septiembre y sus repeticiones. Además, de daños causados por los huracanes que así mismo han dejado, en términos redondos, más de dos millones de afectados, hasta el momento.

Sin duda cabe que el cambio climático ha empujado a que estos fenómenos se recrudezcan cada vez con más fuerza como los que han acontecido en estados sureños de la Unión Americana de los que hay profusas crónicas, y en otras partes del mundo.

Si bien la respuesta rápida de las autoridades y sobre todo del personal de apoyo y experto en atender tales accidentes naturales es primordial, tal vez sea mayor la reacción inmediata que la propia gente da al movilizarse en apoyo de sus coterráneos. Pero no por ello se exonera a los gobernantes de las críticas a la lasitud con la que algunos responden o conciben que debe ser su solidaridad.

Las desgracias ocurridas en las islas del Caribe por los huracanes, en particular por Irma, hicieron ver al flamante presidente de Francia en una actitud lenta frente a los destrozos ocurridos en las Antillas francesas. Casos como éste -tal vez por su novatez- hacen que las poblaciones resientan más su situación de desigualdad frente a la “metrópoli”, pues las condiciones de pobreza de los antillanos los convierten en más vulnerables, como suele ocurrir entre los que menos tienen. Por cierto, todos los ciudadanos de las posesiones de ultramar de Francia, votaron por Macron.

Otros ejemplos relativamente recientes son los del terremoto del año pasado en varias provincias costeras de Ecuador, con cientos de muertes ocurridas y daños que en este tiempo siguen sin poder atenderse, pues los costos son millonarios para un país que está en desarrollo. En el continente, hay también zonas mayormente vulnerables como es Chile o la misma Centroamérica, que constantemente sufren de embates como los recientes en México.

Los ocurridos en años anteriores en países de Asia como Paquistán o Afganistán que por la misma vulnerabilidad económica y la densidad demográfica hacen elevar exponencialmente el número de afectados. Otros similares a causa de los tsunamis que los empobrecen aún más, o gobiernos que han tenido que destinar grandes sumas para una relativa recuperación.

En fin. O más bien se tendría que decir sin fin, pues seguiremos expuestos permanentemente como a lo ocurrido en el sureste mexicano. Lo cual exige a atender las secuelas y problemas de todo tipo;  desde las emocionales, las recuperaciones de bienes no solo de los hogares sino hasta de tierras, granjas, ganado; de empleos, de comercios y por supuesto las reconstrucciones de poblados. Las responsabilidades y la solidaridad obligan.

Con motivo de los recientes sismos que afectaron directamente a poblaciones de Oaxaca y Chiapas y en menor escala en otras entidades como Ciudad de México, el mayor en casi cien años, se vuelve a plantear la necesidad de fortalecer el sistema de prevención ante fenómenos de esta naturaleza.

Hoy estamos lamentando la muerte de un centenar de personas, más otras  afectaciones físicas como consecuencia de los movimientos sismológicos del pasado 7 de septiembre y sus repeticiones. Además, de daños causados por los huracanes que así mismo han dejado, en términos redondos, más de dos millones de afectados, hasta el momento.

Sin duda cabe que el cambio climático ha empujado a que estos fenómenos se recrudezcan cada vez con más fuerza como los que han acontecido en estados sureños de la Unión Americana de los que hay profusas crónicas, y en otras partes del mundo.

Si bien la respuesta rápida de las autoridades y sobre todo del personal de apoyo y experto en atender tales accidentes naturales es primordial, tal vez sea mayor la reacción inmediata que la propia gente da al movilizarse en apoyo de sus coterráneos. Pero no por ello se exonera a los gobernantes de las críticas a la lasitud con la que algunos responden o conciben que debe ser su solidaridad.

Las desgracias ocurridas en las islas del Caribe por los huracanes, en particular por Irma, hicieron ver al flamante presidente de Francia en una actitud lenta frente a los destrozos ocurridos en las Antillas francesas. Casos como éste -tal vez por su novatez- hacen que las poblaciones resientan más su situación de desigualdad frente a la “metrópoli”, pues las condiciones de pobreza de los antillanos los convierten en más vulnerables, como suele ocurrir entre los que menos tienen. Por cierto, todos los ciudadanos de las posesiones de ultramar de Francia, votaron por Macron.

Otros ejemplos relativamente recientes son los del terremoto del año pasado en varias provincias costeras de Ecuador, con cientos de muertes ocurridas y daños que en este tiempo siguen sin poder atenderse, pues los costos son millonarios para un país que está en desarrollo. En el continente, hay también zonas mayormente vulnerables como es Chile o la misma Centroamérica, que constantemente sufren de embates como los recientes en México.

Los ocurridos en años anteriores en países de Asia como Paquistán o Afganistán que por la misma vulnerabilidad económica y la densidad demográfica hacen elevar exponencialmente el número de afectados. Otros similares a causa de los tsunamis que los empobrecen aún más, o gobiernos que han tenido que destinar grandes sumas para una relativa recuperación.

En fin. O más bien se tendría que decir sin fin, pues seguiremos expuestos permanentemente como a lo ocurrido en el sureste mexicano. Lo cual exige a atender las secuelas y problemas de todo tipo;  desde las emocionales, las recuperaciones de bienes no solo de los hogares sino hasta de tierras, granjas, ganado; de empleos, de comercios y por supuesto las reconstrucciones de poblados. Las responsabilidades y la solidaridad obligan.