/ jueves 19 de mayo de 2022

Sobre el fantasma de la estanflación 

El escenario de estanflación en México ha pasado de lo posible a lo probable. En ese sentido apuntan las condiciones de la economía –nacional e internacional– y los indicadores con los que pueden hacerse proyecciones sustentadas de corto y mediano plazo.

La narrativa que puede reproducir la política para efectos de percepción puede hacer, por un tiempo limitado, que se evadan o maticen los problemas concretos, mas no resolverlos: débil crecimiento y una inflación en récord de dos décadas, quedando claro, a éstas alturas, que no era un fenómeno pasajero, sino con causas potencialmente duraderas. Habría que corregir lo que no está funcionando y cubrir los puntos débiles.

En lo que atañe al crecimiento, el consumo interno está básicamente estancado y la inversión, con más de tres años inclinada a la contracción. Todo ello en un contexto internacional de cambio de ciclo en los mercados financieros hacia tasas de interés más elevadas. Además, con la economía estadounidense, el único motor dinámico con el que hemos contado recientemente, en medio de la encrucijada entre la mayor inflación en cuatro décadas y la probabilidad de una recesión como medicina amarga y tal vez inevitable para parar el avance de los precios.

En México, la inflación general anual llegó a 7.68% en abril, el nivel más alto en 21 años. Es importante poner el foco en el componente subyacente: tuvo un aumento de 0.78% mensual y de 7.22% anual, cuando el no subyacente retrocedió 0.14% a tasa mensual. Hay que considerar que este índice, en el cual se omiten los bienes y servicios con más volatilidad, suele ser más estable, con un efecto más difícil de revertir. Aún con el alza de 50 puntos base a la Tasa de Interés Interbancaria a un día que acaba de anunciar el Banco de México, ese núcleo de inflación está por encima de la referencia del crédito.

Mientras, en Estados Unidos, la inflación, registrada en el Índice de Precios al Consumidor del Departamento del Trabajo (CPI), bajó ligeramente, quedando en 8.3%, desde el 8.5% previo. No obstante, persisten las presiones: el componente core, que excluye alimentos y energía, subió un 0.6% mensual, repuntado desde el 0.3% en marzo. Los analistas y la inestabilidad en los mercados de ese país dan cuenta de una perspectiva cada vez más generalizada de que todavía hay un largo camino por recorrer para que la espiral de precios deje de ser un problema.

El Presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, en el anuncio del último incremento a la tasa de referencia en medio punto porcentual (la mayor desde el 2000), dijo que las tasas de interés todavía son históricamente bajas para considerar elevarlas a rangos recesivos. Sin embargo, muchos lo creen inevitable.

En estas condiciones, una iniciativa como el Paquete Contra la Inflación y la Carestía (PACIC) tiene una capacidad en extremo limitada reducir la inflación, pues ésta obedece a factores fuera del alcance de lo que pueda hacer y acordar con la iniciativa privada un gobierno. Máxime porque no sólo gravitan los factores externos, derivados en los choques en la oferta por los problemas en las cadenas de suministro y el exceso de demanda y liquidez que empuja los precios en Estados Unidos.

Como atinadamente ha expuesto en su columna en El Financiero Manuel Sánchez González, ex Subgobernador del Banco de México, al buscar contrarrestar algunos síntomas, el impacto del PACIC puede ser insignificante, pues la inflación elevada siempre acaba por reflejar una demanda agregada que supera significativamente a la oferta. Son las causas ante las que hay que incidir, tarea que corresponde al banco central, con su autonomía e instrumental monetario.

En México, se dan condiciones para ese desbalance. Más de 80% de los bienes genéricos ha tenido incrementos anuales por arriba de 4%, y en abril, las variaciones anuales de los componentes del Índice Nacional de Precios de servicios, sin vínculos directos con el exterior, fueron de entre 5 y 7 por ciento, lo que da cuenta de presiones internas.

En este punto es importante señalar que, aunque tanto en México como en Estados Unidos se dan niveles inflacionarios récord, allá han venido junto con una muy vigorosa recuperación económica. En 2020, nuestra economía se desplomó en 8.3% y en 2021 creció 4.8%, mientras que los datos para nuestros vecinos fueron -3.4% y 5.7 por ciento, respectivamente. De acuerdo con un comparativo de la OCDE de la evolución del PIB de varios países desde 2018, el estadounidense estaba 5.8% arriba al corte del 2021, cuando el de México seguía 4% abajo del nivel de hace tres años.

Mientras que el consumo interno apenas regresó a los niveles de prepandemia en febrero, ese mes, la inversión fija bruta volvió a números rojos. Luego de haber crecido 2.7% mensual en enero, descendió 3 por ciento, impactada por una fuerte caída en la construcción de 8.2% mensual. Este sector está en niveles de 2003, mientras que, en general, la inversión está en parámetros de hace 11 años.

Una narrativa de evasión puede servir para fines políticos y tranquilizar, por un tiempo, a algunos sectores. No puede reducir la inflación ni cambiar las condiciones que han precipitado la caída de la inversión y del bajo crecimiento económico. Tampoco blindar al país, y en particular a las finanzas públicas, de los efectos del alza internacional en las tasas de interés. La receta es clara: más realismo, responsabilidad y pragmatismo.


El escenario de estanflación en México ha pasado de lo posible a lo probable. En ese sentido apuntan las condiciones de la economía –nacional e internacional– y los indicadores con los que pueden hacerse proyecciones sustentadas de corto y mediano plazo.

La narrativa que puede reproducir la política para efectos de percepción puede hacer, por un tiempo limitado, que se evadan o maticen los problemas concretos, mas no resolverlos: débil crecimiento y una inflación en récord de dos décadas, quedando claro, a éstas alturas, que no era un fenómeno pasajero, sino con causas potencialmente duraderas. Habría que corregir lo que no está funcionando y cubrir los puntos débiles.

En lo que atañe al crecimiento, el consumo interno está básicamente estancado y la inversión, con más de tres años inclinada a la contracción. Todo ello en un contexto internacional de cambio de ciclo en los mercados financieros hacia tasas de interés más elevadas. Además, con la economía estadounidense, el único motor dinámico con el que hemos contado recientemente, en medio de la encrucijada entre la mayor inflación en cuatro décadas y la probabilidad de una recesión como medicina amarga y tal vez inevitable para parar el avance de los precios.

En México, la inflación general anual llegó a 7.68% en abril, el nivel más alto en 21 años. Es importante poner el foco en el componente subyacente: tuvo un aumento de 0.78% mensual y de 7.22% anual, cuando el no subyacente retrocedió 0.14% a tasa mensual. Hay que considerar que este índice, en el cual se omiten los bienes y servicios con más volatilidad, suele ser más estable, con un efecto más difícil de revertir. Aún con el alza de 50 puntos base a la Tasa de Interés Interbancaria a un día que acaba de anunciar el Banco de México, ese núcleo de inflación está por encima de la referencia del crédito.

Mientras, en Estados Unidos, la inflación, registrada en el Índice de Precios al Consumidor del Departamento del Trabajo (CPI), bajó ligeramente, quedando en 8.3%, desde el 8.5% previo. No obstante, persisten las presiones: el componente core, que excluye alimentos y energía, subió un 0.6% mensual, repuntado desde el 0.3% en marzo. Los analistas y la inestabilidad en los mercados de ese país dan cuenta de una perspectiva cada vez más generalizada de que todavía hay un largo camino por recorrer para que la espiral de precios deje de ser un problema.

El Presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, en el anuncio del último incremento a la tasa de referencia en medio punto porcentual (la mayor desde el 2000), dijo que las tasas de interés todavía son históricamente bajas para considerar elevarlas a rangos recesivos. Sin embargo, muchos lo creen inevitable.

En estas condiciones, una iniciativa como el Paquete Contra la Inflación y la Carestía (PACIC) tiene una capacidad en extremo limitada reducir la inflación, pues ésta obedece a factores fuera del alcance de lo que pueda hacer y acordar con la iniciativa privada un gobierno. Máxime porque no sólo gravitan los factores externos, derivados en los choques en la oferta por los problemas en las cadenas de suministro y el exceso de demanda y liquidez que empuja los precios en Estados Unidos.

Como atinadamente ha expuesto en su columna en El Financiero Manuel Sánchez González, ex Subgobernador del Banco de México, al buscar contrarrestar algunos síntomas, el impacto del PACIC puede ser insignificante, pues la inflación elevada siempre acaba por reflejar una demanda agregada que supera significativamente a la oferta. Son las causas ante las que hay que incidir, tarea que corresponde al banco central, con su autonomía e instrumental monetario.

En México, se dan condiciones para ese desbalance. Más de 80% de los bienes genéricos ha tenido incrementos anuales por arriba de 4%, y en abril, las variaciones anuales de los componentes del Índice Nacional de Precios de servicios, sin vínculos directos con el exterior, fueron de entre 5 y 7 por ciento, lo que da cuenta de presiones internas.

En este punto es importante señalar que, aunque tanto en México como en Estados Unidos se dan niveles inflacionarios récord, allá han venido junto con una muy vigorosa recuperación económica. En 2020, nuestra economía se desplomó en 8.3% y en 2021 creció 4.8%, mientras que los datos para nuestros vecinos fueron -3.4% y 5.7 por ciento, respectivamente. De acuerdo con un comparativo de la OCDE de la evolución del PIB de varios países desde 2018, el estadounidense estaba 5.8% arriba al corte del 2021, cuando el de México seguía 4% abajo del nivel de hace tres años.

Mientras que el consumo interno apenas regresó a los niveles de prepandemia en febrero, ese mes, la inversión fija bruta volvió a números rojos. Luego de haber crecido 2.7% mensual en enero, descendió 3 por ciento, impactada por una fuerte caída en la construcción de 8.2% mensual. Este sector está en niveles de 2003, mientras que, en general, la inversión está en parámetros de hace 11 años.

Una narrativa de evasión puede servir para fines políticos y tranquilizar, por un tiempo, a algunos sectores. No puede reducir la inflación ni cambiar las condiciones que han precipitado la caída de la inversión y del bajo crecimiento económico. Tampoco blindar al país, y en particular a las finanzas públicas, de los efectos del alza internacional en las tasas de interés. La receta es clara: más realismo, responsabilidad y pragmatismo.