/ domingo 25 de octubre de 2020

Sobre los orígenes y peligros de la demagogia

Lo plasmó Aristófanes, el gran comediógrafo ateniense, al utilizar por primera vez la palabra “demagogo” en un fragmento de su obra Los caballeros en el año 424 a.C., en el que dialogan el Primer Servidor (PS) y el Vendedor de morcilla (Vm) que expendía en el mercado, buscando el primero que éste aceptara competir con Paflagonio para gobernar Atenas:

PS- ¿Ves esas filas de ciudadanos? Vm- Las veo. PS- Estás destinado a ser el soberano absoluto de todos esos súbditos. Serás el jefe del mercado, y de los puertos y de la Asamblea; pisotearás al Senado; destituirás a los generales, les cargarás de cadenas, los reducirás a prisión y establecerás tu mancebía en el Pritáneo. Vm- ¿Yo? PS- Sí, tú, y aún no lo ves todo… Vm- ¿Quieres decirme, cómo yo, que soy un vendedor de tripas, puedo llegar a lo que se llama un personaje? PS- Por eso mismo llegarás a serlo, porque eres un canalla audaz… oh mortal afortunado, estás ricamente dotado para la política. Vm- Pero, buen amigo, yo no he recibido la menor instrucción, sólo sé leer, y eso mal. PS- Precisamente lo único que te perjudica es saber leer, aunque sea mal. Para gobernar al pueblo no hacen falta hombres positivos de buena cultura y de buena educación. Se necesitan ignorantes que, además, sean unos granujas. No desprecies lo que los dioses te prometen. Vm- Me gusta ese oráculo, lo que no veo es cómo podré yo ser capaz de gobernar al pueblo. PS- Muy fácilmente. Haz lo mismo que ahora: embrolla y revuelve los negocios como acostumbras a hacer con los despojos y haste agradable al pueblo. Bastará para ello hacerle una pequeña cocina de palabras. Tus cualidades son las únicas para ser un demagogo a pedir de boca: voz terrible, natural; perverso; imprudencia de plazuela; en fin, cuanto se necesita para actuar en política. El oráculo de Delfos confirma esas predicciones. ¡Ea!, ponte una corona, bebe en honor del dios de los brutos y trata de hacerle frente a Paflagonio.

¿Quién era Paflagonio? La respuesta se encuentra en la historia de Atenas, que entonces atravesaba por momentos muy difíciles. Desde 431 a.C. estaba inmersa en la Guerra del Peloponeso y durante un lustro su población fue devastada por una de las más graves epidemias de la antigüedad (430-425 a.C.), una de cuyas víctimas fue Pericles. Con su deceso, la patrios politeia de Solón y Clístenes llegó a su fin, quedando la polis en manos de la violencia al llegar al poder Cleón, el principal enemigo de Pericles. Orador elocuente, enemigo de la aristocracia, que anhelaba ver humillada a Esparta pidiendo perdón, quien se ganó al pueblo ateniense a base de promesas que nunca cumplió y quien hizo famosa la práctica de la sicofancia o arte de integrar falsos cargos. Tal era el sujeto al que Aristófanes inmortalizó en su obra bajo el nombre Paflagonio, el fanfarrón.

Décadas más tarde, Platón en La República retomará el concepto de demagogia (demos: pueblo y ago: conducir) y así llamará a los que se esmeraban en satisfacer los gustos del pueblo, siendo los sofistas su mejor ejemplo. Aristóteles, por su parte, considerará que la demagogia es la forma corrupta o degenerada de la democracia, al ser el demagogo un adulador por excelencia del demos: el pueblo, la masa que tenía que trabajar para sobrevivir, sin poderse dedicar al cultivo de la mente, lo cual hacía de sus integrantes seres indefensos, particularmente frente a los discursos de los demagogos. En tanto, Polibio en el siglo III a.C., introduce el concepto de oclocracia para designar al producto de la acción demagógica o gobierno del pueblo que algún día fue demócrata pero ahora su voluntad está viciada.

Y es que el problema surge cuando el engaño -espejismo en términos de Umberto Eco- tejido por los demagogos a través de su discurso, se desvanece. En ese momento, el demagogo está ya en camino de convertirse en tirano, tal y como el propio Aristóteles lo sentenció en La Política. Ya no requiere seducir, le basta imponer: hacia dentro, su fuerza; hacia el exterior, su apariencia de demócrata.

A todo esto ¿cómo acaba la comedia de Aristófanes? Enfrentados en un acalorado debate Paflagón (P) y el Vendedor de morcilla, ambos recurren a lisonjas, sobornos e insultos: Vm- Gritaré tres veces más que tú. P- Mis alaridos ahogarán los tuyos. Vm- Y los míos a los tuyos. P- Cuando seas general te calumniaré. Vm- Y yo te deslomaré como a un perro. P- Te enredaré con mis mentiras… yo confieso que soy un ladrón y tú no… y yo niego, aunque me cojan con las manos en la masa. Vm- No sabes más que imitar a los otros… también yo cometía mis fraudes cuando chico… Al final, es declarado vencedor el Vendedor de morcilla, de quien entonces se conoce su nombre: Agorácrito, porque se había criado en el ágora en medio de las disputas.

Sí, el oráculo no se había equivocado, tampoco la historia, al enseñarnos cómo a lo largo de los milenios, cada generación tiene sus Pericles, pero también sus Paflagonios-Cleones y Agorácritos, ante los que el demos sucumbe.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli



Lo plasmó Aristófanes, el gran comediógrafo ateniense, al utilizar por primera vez la palabra “demagogo” en un fragmento de su obra Los caballeros en el año 424 a.C., en el que dialogan el Primer Servidor (PS) y el Vendedor de morcilla (Vm) que expendía en el mercado, buscando el primero que éste aceptara competir con Paflagonio para gobernar Atenas:

PS- ¿Ves esas filas de ciudadanos? Vm- Las veo. PS- Estás destinado a ser el soberano absoluto de todos esos súbditos. Serás el jefe del mercado, y de los puertos y de la Asamblea; pisotearás al Senado; destituirás a los generales, les cargarás de cadenas, los reducirás a prisión y establecerás tu mancebía en el Pritáneo. Vm- ¿Yo? PS- Sí, tú, y aún no lo ves todo… Vm- ¿Quieres decirme, cómo yo, que soy un vendedor de tripas, puedo llegar a lo que se llama un personaje? PS- Por eso mismo llegarás a serlo, porque eres un canalla audaz… oh mortal afortunado, estás ricamente dotado para la política. Vm- Pero, buen amigo, yo no he recibido la menor instrucción, sólo sé leer, y eso mal. PS- Precisamente lo único que te perjudica es saber leer, aunque sea mal. Para gobernar al pueblo no hacen falta hombres positivos de buena cultura y de buena educación. Se necesitan ignorantes que, además, sean unos granujas. No desprecies lo que los dioses te prometen. Vm- Me gusta ese oráculo, lo que no veo es cómo podré yo ser capaz de gobernar al pueblo. PS- Muy fácilmente. Haz lo mismo que ahora: embrolla y revuelve los negocios como acostumbras a hacer con los despojos y haste agradable al pueblo. Bastará para ello hacerle una pequeña cocina de palabras. Tus cualidades son las únicas para ser un demagogo a pedir de boca: voz terrible, natural; perverso; imprudencia de plazuela; en fin, cuanto se necesita para actuar en política. El oráculo de Delfos confirma esas predicciones. ¡Ea!, ponte una corona, bebe en honor del dios de los brutos y trata de hacerle frente a Paflagonio.

¿Quién era Paflagonio? La respuesta se encuentra en la historia de Atenas, que entonces atravesaba por momentos muy difíciles. Desde 431 a.C. estaba inmersa en la Guerra del Peloponeso y durante un lustro su población fue devastada por una de las más graves epidemias de la antigüedad (430-425 a.C.), una de cuyas víctimas fue Pericles. Con su deceso, la patrios politeia de Solón y Clístenes llegó a su fin, quedando la polis en manos de la violencia al llegar al poder Cleón, el principal enemigo de Pericles. Orador elocuente, enemigo de la aristocracia, que anhelaba ver humillada a Esparta pidiendo perdón, quien se ganó al pueblo ateniense a base de promesas que nunca cumplió y quien hizo famosa la práctica de la sicofancia o arte de integrar falsos cargos. Tal era el sujeto al que Aristófanes inmortalizó en su obra bajo el nombre Paflagonio, el fanfarrón.

Décadas más tarde, Platón en La República retomará el concepto de demagogia (demos: pueblo y ago: conducir) y así llamará a los que se esmeraban en satisfacer los gustos del pueblo, siendo los sofistas su mejor ejemplo. Aristóteles, por su parte, considerará que la demagogia es la forma corrupta o degenerada de la democracia, al ser el demagogo un adulador por excelencia del demos: el pueblo, la masa que tenía que trabajar para sobrevivir, sin poderse dedicar al cultivo de la mente, lo cual hacía de sus integrantes seres indefensos, particularmente frente a los discursos de los demagogos. En tanto, Polibio en el siglo III a.C., introduce el concepto de oclocracia para designar al producto de la acción demagógica o gobierno del pueblo que algún día fue demócrata pero ahora su voluntad está viciada.

Y es que el problema surge cuando el engaño -espejismo en términos de Umberto Eco- tejido por los demagogos a través de su discurso, se desvanece. En ese momento, el demagogo está ya en camino de convertirse en tirano, tal y como el propio Aristóteles lo sentenció en La Política. Ya no requiere seducir, le basta imponer: hacia dentro, su fuerza; hacia el exterior, su apariencia de demócrata.

A todo esto ¿cómo acaba la comedia de Aristófanes? Enfrentados en un acalorado debate Paflagón (P) y el Vendedor de morcilla, ambos recurren a lisonjas, sobornos e insultos: Vm- Gritaré tres veces más que tú. P- Mis alaridos ahogarán los tuyos. Vm- Y los míos a los tuyos. P- Cuando seas general te calumniaré. Vm- Y yo te deslomaré como a un perro. P- Te enredaré con mis mentiras… yo confieso que soy un ladrón y tú no… y yo niego, aunque me cojan con las manos en la masa. Vm- No sabes más que imitar a los otros… también yo cometía mis fraudes cuando chico… Al final, es declarado vencedor el Vendedor de morcilla, de quien entonces se conoce su nombre: Agorácrito, porque se había criado en el ágora en medio de las disputas.

Sí, el oráculo no se había equivocado, tampoco la historia, al enseñarnos cómo a lo largo de los milenios, cada generación tiene sus Pericles, pero también sus Paflagonios-Cleones y Agorácritos, ante los que el demos sucumbe.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli