/ martes 19 de septiembre de 2017

Sobre políticos, promesas y ser realistas

El miércoles, Donald Trump exigió al Congreso de Estados Unidos que se apresurara a promulgar su plan de reforma fiscal. Sin embargo, hasta ahora Trump, de hecho, no ha enviado ningún plan que promulgar. No solo no hay una propuesta legislativa detallada, sino que su administración ni siquiera ha esbozado en términos generales qué quiere.

Mientras tanto, diecisiete senadores demócratas, más de una tercera parte del caucus, ya firmaron la solicitud de Bernie Sanders de expandir Medicare a fin de que cubra a toda la población. Sin embargo, hasta ahora Sanders tampoco ha elaborado un cálculo de cuánto costaría ni una propuesta específica sobre cómo se pagaría.

No pretendo sugerir que estos casos son similares: la característica mezcla trumpiana de ignorancia y fraudulencia no tiene parangón entre los demócratas. A pesar de ello, ambas historias nos llevan a la pregunta de cuánto importa la claridad de las políticas públicas —si es que importa— para que los políticos puedan ganar elecciones y, tal vez lo más importante, gobernar.

Sobre las elecciones: el hecho de que Trump esté en la Casa Blanca sugiere que los políticos pueden salirse con la suya diciéndole a los electores cualquier cosa que suene bien. Después de todo, Trump prometió recortar los impuestos, proteger la Seguridad Social y Medicare de recortes, proveer seguros de salud a todos los estadounidenses y pagar la deuda interna, y no ha pagado ningún precio por la evidente incongruencia de estas promesas.

Digo, la aritmética tiene un sesgo liberal bien conocido… y el compromiso de “equilibrio” de los medios de comunicación de la corriente dominante garantiza suficientes equivalencias falsas para oscurecer hasta el fraude más obvio.

Por otra parte, el fracaso ignominioso de Trumpcare muestra que la realidad algunas veces sí importa.

Es cierto, desde hace mucho los republicanos no pagan el precio por mentir acerca de Obamacare; de hecho, esas mentiras les ayudaron a controlar el congreso. Sin embargo, cuando también tomaron el control de la Casa Blanca, con lo que las posibilidades de revocar la Ley de Atención Médica Asequible se volvieron reales, se enredaron en sus mentiras.

Una vez que los ciudadanos se dieron cuenta de que decenas de millones de ciudadanos ya no tendrían cobertura según los planes republicanos, hubo una enorme respuesta negativa; este contragolpe podría darles la Cámara de Representantes a los demócratas el año próximo, a pesar de toda la manipulación de circunscripciones electorales y otras desventajas estructurales que puedan enfrentar.

La historia de la reforma fiscal —para ser exactos, dado el posible contenido de la propuesta legislativa que pueda surgir, deberíamos llamarla “reforma” fiscal— comienza a asemejarse un poco. Durante la campaña, Trump pudo salirse con la suya simulando ser un populista económico mientras ofrecía un plan fiscal que sumaría 6 billones de dólares al déficit, con la mitad del beneficio para el 1% más rico de la población. Sin embargo, este tipo de efecto señuelo puede no funcionar una vez que un proyecto de ley real esté sobre la mesa.

De hecho, Trump mismo parece estar padeciendo disonancia cognitiva. “Los ricos no ganarán nada con este plan”, declaró el miércoles. Al igual que sus promesas de que Trumpcare no ocasionaría que nadie se quedara sin cobertura, estas declaraciones nos hacen cuestionar qué está pensando el presidente: ¿es inconsciente, miente o ambas?

En todo caso, esas declaraciones dificultarán todavía más que se apruebe algo: el contraste entre lo que promete y lo que los republicanos en el congreso están dispuestos a apoyar es tan grande que prácticamente invita al ridículo y a otro contragolpe de la población.

El miércoles, Donald Trump exigió al Congreso de Estados Unidos que se apresurara a promulgar su plan de reforma fiscal. Sin embargo, hasta ahora Trump, de hecho, no ha enviado ningún plan que promulgar. No solo no hay una propuesta legislativa detallada, sino que su administración ni siquiera ha esbozado en términos generales qué quiere.

Mientras tanto, diecisiete senadores demócratas, más de una tercera parte del caucus, ya firmaron la solicitud de Bernie Sanders de expandir Medicare a fin de que cubra a toda la población. Sin embargo, hasta ahora Sanders tampoco ha elaborado un cálculo de cuánto costaría ni una propuesta específica sobre cómo se pagaría.

No pretendo sugerir que estos casos son similares: la característica mezcla trumpiana de ignorancia y fraudulencia no tiene parangón entre los demócratas. A pesar de ello, ambas historias nos llevan a la pregunta de cuánto importa la claridad de las políticas públicas —si es que importa— para que los políticos puedan ganar elecciones y, tal vez lo más importante, gobernar.

Sobre las elecciones: el hecho de que Trump esté en la Casa Blanca sugiere que los políticos pueden salirse con la suya diciéndole a los electores cualquier cosa que suene bien. Después de todo, Trump prometió recortar los impuestos, proteger la Seguridad Social y Medicare de recortes, proveer seguros de salud a todos los estadounidenses y pagar la deuda interna, y no ha pagado ningún precio por la evidente incongruencia de estas promesas.

Digo, la aritmética tiene un sesgo liberal bien conocido… y el compromiso de “equilibrio” de los medios de comunicación de la corriente dominante garantiza suficientes equivalencias falsas para oscurecer hasta el fraude más obvio.

Por otra parte, el fracaso ignominioso de Trumpcare muestra que la realidad algunas veces sí importa.

Es cierto, desde hace mucho los republicanos no pagan el precio por mentir acerca de Obamacare; de hecho, esas mentiras les ayudaron a controlar el congreso. Sin embargo, cuando también tomaron el control de la Casa Blanca, con lo que las posibilidades de revocar la Ley de Atención Médica Asequible se volvieron reales, se enredaron en sus mentiras.

Una vez que los ciudadanos se dieron cuenta de que decenas de millones de ciudadanos ya no tendrían cobertura según los planes republicanos, hubo una enorme respuesta negativa; este contragolpe podría darles la Cámara de Representantes a los demócratas el año próximo, a pesar de toda la manipulación de circunscripciones electorales y otras desventajas estructurales que puedan enfrentar.

La historia de la reforma fiscal —para ser exactos, dado el posible contenido de la propuesta legislativa que pueda surgir, deberíamos llamarla “reforma” fiscal— comienza a asemejarse un poco. Durante la campaña, Trump pudo salirse con la suya simulando ser un populista económico mientras ofrecía un plan fiscal que sumaría 6 billones de dólares al déficit, con la mitad del beneficio para el 1% más rico de la población. Sin embargo, este tipo de efecto señuelo puede no funcionar una vez que un proyecto de ley real esté sobre la mesa.

De hecho, Trump mismo parece estar padeciendo disonancia cognitiva. “Los ricos no ganarán nada con este plan”, declaró el miércoles. Al igual que sus promesas de que Trumpcare no ocasionaría que nadie se quedara sin cobertura, estas declaraciones nos hacen cuestionar qué está pensando el presidente: ¿es inconsciente, miente o ambas?

En todo caso, esas declaraciones dificultarán todavía más que se apruebe algo: el contraste entre lo que promete y lo que los republicanos en el congreso están dispuestos a apoyar es tan grande que prácticamente invita al ridículo y a otro contragolpe de la población.