En la víspera de que México conmemore el bicentenario de su Independencia, poca atención ha merecido el hecho fundacional no solo de nuestras Fuerzas Armadas, sino de la propia nación mexicana: la conformación del Ejército Trigarante como el pilar armado que custodió el acuerdo político alcanzado entre el general Vicente Guerrero y el coronel Agustín de Iturbide en favor de la soberanía e independencia nacionales.
Si bien el origen institucional del Ejército mexicano es el 19 de febrero de 1913, no se puede negar que sus orígenes sociales e ideológicos se remontan al 28 de septiembre de 1821, cuando victorioso, tras once años de lucha intermitente, se alcanzó por la vía armada y el acuerdo político la independencia del Virreinato de la Nueva España, logrando el cese de la violencia entre iguales y sellando un pacto de unidad que, no libre de desencuentros y obstáculos, se mantiene vigente al día de hoy.
Ésa es la magnitud de la relevancia de destacar el papel del Ejército Trigarante como semilla del cuerpo castrense que consolidaría su vocación institucional en 1913.
Nuestros militares llegarán a esa cita con la historia en circunstancias particularmente complejas.
Además de las nuevas responsabilidades militares contemporáneas, a las Fuerzas Armadas les han sido encomendadas tareas cuya naturaleza no es militar, sometiéndolas a presiones y vaivenes a los que se encuentran acostumbradas instituciones civiles y empresas, pero no las castrenses ni los soldados de México.
La disciplina, lealtad, profesionalización, confiabilidad y eficiencia que caracteriza a nuestras Fuerzas Armadas han enmarcado el argumento central para asignarles más tareas.
Pareciera que por fin nos ha quedado claro a todos que la institución militar es parte fundamental de la sociedad mexicana, pues de ella surge y con ella interactúa permanentemente, siendo garante de la seguridad nacional y del ejemplo de la nación; pero debe tenerse presente también que es obligación de todos los mexicanos, particularmente de los gobernantes, garantizar el cuidado, preservación y prestigio de las Fuerzas Armadas. Lealtad con lealtad se paga.
“Su potencia no procede tan sólo de su fuerza material, sino más bien de su organización, del hecho de que es la única duradera”, dijera el politólogo francés Mauricio Duverger y a quien parafraseara el diputado federal, General de División Benito Medina Herrera, desde la tribuna de San Lázaro el pasado 1 de octubre, al señalar que gobiernos van y gobiernos vienen, pero la institución militar permanece incólume al servicio de la Patria, asumiendo en ocasiones costos de decisiones políticas de gobiernos que ya no están.
A nuestras Fuerzas Armadas no las motiva una ideología ni el lucro, sino el servicio a la patria, la neutralidad política y el espíritu de cuerpo que les brinda la pertenencia junto con sus compañeros a un pelotón, a una compañía o un escuadrón.
México necesita a sus Fuerzas Armadas pero las Fuerzas Armadas también necesitan a México, cuyos gobernantes en turno deben tomar decisiones responsables.
Conmemoremos a nuestras Fuerzas Armadas respetándolas.
@jlcamachov