/ sábado 30 de septiembre de 2017

Solidaridad sin nombres…

La solidaridad de los ciudadanos se ha esparcido sin nombres, sin fotos, sin videos, por todos los sitios afectados por los terremotos del 7 y del 19 de septiembre. Acaso, a través de medios de comunicación y redes sociales, nos vamos enterando de historias increíbles de sobrevivencia, de milagros de vida, y también de tragedias insólitas, de casualidades macabras.

Pudiéramos decir que lo ocurrido, la tragedia ante los ojos, “humanizó” a muchos mexicanos, los puso de nuevo de pies sobre tierra, con el pulso de toda la fragilidad de la vida que defendemos de la muerte desde el día en que nacemos, primero ayudados por padres y familiares, después por nosotros mismos. Quizás sea ahí, en esos primeros años en que nuestra vida se sostiene por manos de otros, donde se funda la solidaridad humana.

Aunque la tragedia se empieza a contar también en datos y números fríos que nos dicen, por ejemplo, que la reconstrucción tendrá un costo aproximado de 38 mil millones de pesos que servirán para recuperar viviendas, reparar daños a infraestructura educativa y al patrimonio arquitectónico afectado, y aunque nos siguen doliendo los más de 400 muertos hasta hoy, nos mueve y alerta la expresión social.

Ya sabíamos que los ciudadanos expresan y alientan un gran rechazo a los políticos y sus partidos, que la corrupción e impunidad acumulada durante décadas lastimó y sigue lastimando la dignidad de la inmensa mayoría de un pueblo trabajador, de millones de madres y padres de familia que se levantan todos los días con el pendiente y la determinación de llevar el sustento a sus casas, a sus hijos.

Y sabemos, porque fue una muestra registrada también en los terremotos del 19 de septiembre de 1985, que más allá de la indignación social frente a sus autoridades, sin importar que hayan actuado bien o mal, los mexicanos salen a las calles, a los sitios de desastre a prestar sus manos, su esfuerzo, su tiempo, para ayudar al que está en desgracia.

En 1985, como en 2017, esa solidaridad se puso delante de las propias autoridades, aunque hay que reconocer, debe reconocerse en honor a la verdad, que la tragedia de este mes no tuvo ausencia de quienes auxilian a la población en casos de desastres: los cuerpos de protección civil, el Ejército, la Marina.

Hoy la sociedad civil, con una mayor participación y expresión en medios de comunicación y redes sociales, exige a los políticos una mayor solidaridad. Los mexicanos están viendo una gran injusticia en el destino de cientos de millones de pesos a los partidos para el sostenimiento de sus burocracias y exigen también que se reduzca el número de representantes populares en las cámaras federales y locales.

Los mexicanos quieren que esos recursos se destinen, ahora a la reconstrucción de viviendas y daños dejados por los terremotos, pero también que ya no haya tanto dinero para la actividad política. Que quienes quieran hacer política, servir desde esta noble actividad, lo hagan con el verdadero sentido de ayudar y no de buscar riquezas personales.

La frase es célebre, mencionada en muchos discursos, quizás valga la pena retomarla hoy para ilustrar el momento que vivimos: cuando el pueblo dice que es medianoche es hora de encender la luz, así esté el sol en todo lo alto.

La solidaridad de los ciudadanos se ha esparcido sin nombres, sin fotos, sin videos, por todos los sitios afectados por los terremotos del 7 y del 19 de septiembre. Acaso, a través de medios de comunicación y redes sociales, nos vamos enterando de historias increíbles de sobrevivencia, de milagros de vida, y también de tragedias insólitas, de casualidades macabras.

Pudiéramos decir que lo ocurrido, la tragedia ante los ojos, “humanizó” a muchos mexicanos, los puso de nuevo de pies sobre tierra, con el pulso de toda la fragilidad de la vida que defendemos de la muerte desde el día en que nacemos, primero ayudados por padres y familiares, después por nosotros mismos. Quizás sea ahí, en esos primeros años en que nuestra vida se sostiene por manos de otros, donde se funda la solidaridad humana.

Aunque la tragedia se empieza a contar también en datos y números fríos que nos dicen, por ejemplo, que la reconstrucción tendrá un costo aproximado de 38 mil millones de pesos que servirán para recuperar viviendas, reparar daños a infraestructura educativa y al patrimonio arquitectónico afectado, y aunque nos siguen doliendo los más de 400 muertos hasta hoy, nos mueve y alerta la expresión social.

Ya sabíamos que los ciudadanos expresan y alientan un gran rechazo a los políticos y sus partidos, que la corrupción e impunidad acumulada durante décadas lastimó y sigue lastimando la dignidad de la inmensa mayoría de un pueblo trabajador, de millones de madres y padres de familia que se levantan todos los días con el pendiente y la determinación de llevar el sustento a sus casas, a sus hijos.

Y sabemos, porque fue una muestra registrada también en los terremotos del 19 de septiembre de 1985, que más allá de la indignación social frente a sus autoridades, sin importar que hayan actuado bien o mal, los mexicanos salen a las calles, a los sitios de desastre a prestar sus manos, su esfuerzo, su tiempo, para ayudar al que está en desgracia.

En 1985, como en 2017, esa solidaridad se puso delante de las propias autoridades, aunque hay que reconocer, debe reconocerse en honor a la verdad, que la tragedia de este mes no tuvo ausencia de quienes auxilian a la población en casos de desastres: los cuerpos de protección civil, el Ejército, la Marina.

Hoy la sociedad civil, con una mayor participación y expresión en medios de comunicación y redes sociales, exige a los políticos una mayor solidaridad. Los mexicanos están viendo una gran injusticia en el destino de cientos de millones de pesos a los partidos para el sostenimiento de sus burocracias y exigen también que se reduzca el número de representantes populares en las cámaras federales y locales.

Los mexicanos quieren que esos recursos se destinen, ahora a la reconstrucción de viviendas y daños dejados por los terremotos, pero también que ya no haya tanto dinero para la actividad política. Que quienes quieran hacer política, servir desde esta noble actividad, lo hagan con el verdadero sentido de ayudar y no de buscar riquezas personales.

La frase es célebre, mencionada en muchos discursos, quizás valga la pena retomarla hoy para ilustrar el momento que vivimos: cuando el pueblo dice que es medianoche es hora de encender la luz, así esté el sol en todo lo alto.