/ martes 30 de abril de 2019

Somos el contra-imperativo categórico

Este viernes santo, tres personas se presentaron en un establecimiento mercantil conocido como Los Potros. Los criminales estaban en busca de una persona llamada Becky y, sin más, comenzaron a deflagrar contra los comensales del lugar, entre ellos, un infante de un año. La crueldad no acabó allí, ya que los atacantes obligaron a los sobrevivientes a observar cómo se les daba el tiro de gracia a los heridos. Este hecho es difícil de imaginar y describir. Estamos en espera que de que estas personas enfrenten a la justicia.

Esta semana de Pascua, María Guadalupe Fuentes Arias sufrió un derrame cerebral en la estación del metro Tacubaya. Los oficiales de policía vieron a la mujer inconsciente en el piso, la tuvieron un tiempo al interior de la estación, y después no tuvieron mejor idea que sacar a María Guadalupe a la calle. Allí, en frente de transeúntes y negociantes la mujer pasó 26 horas a la intemperie hasta que alguien llamó a los paramédicos. María Guadalupe falleció en un hospital de la Ciudad de México. Estamos confiados en que los policías y las autoridades del Metro estén ante un juez para responder por homicidio imprudente.

Entiendo, de manera muy sencilla, que el imperativo categórico implica que nuestra conducta sea una máxima de comportamiento universal, es decir, que cada uno de nuestros actos debería tomarse como el cumplimiento y expresión de una norma moral general. Pues bien, la delincuencia, ciertos miembros de la policía y de la ciudadanía son un contra-imperativo categórico. Cada uno de sus actos no debe ser replicado.

Nuestra delincuencia rompe hasta con las reglas teóricas de los grupos criminales. Al respecto, la literatura nos dice: “…el crimen organizado no es intrínsecamente violento. Sí necesita dotarse de ciertas capacidades coercitivas, ya que los criminales no pueden resolver sus conflictos a través del derecho. Además, la violencia es mala para el negocio de lo ilícito porque atrae a la prensa y a la policía… ” (Andreas Schedler). Lo que sucedió en Veracruz jamás debe repetirse, sin embargo, no importa cuánta prensa cubrió o siga cubriendo el evento, es muy probable que los autores nunca sean llamados a rendir cuentas. Así, la impunidad llama a la violencia.

Los oficiales de policía (del evento de María Guadalupe) carecen del más mínimo sentimiento de empatía y de sentido común. No se trata de protocolos, normas jurídicas, capacitación o entrenamiento. Tienen un franco desprecio o desinterés por la vida humana. Y, sin importar, dónde o en qué condiciones nació el desprecio por los otros, lo que debe importar es que enfrenten un proceso judicial. Cuando una comunidad política falla abruptamente en su moral, la aplicación del derecho puede restablecer el tejido social.

Los comerciantes y peatones que dejaron a María Guadalupe 26 horas en la calle deben ser investigados y oídos en un juicio, tal vez cometieron el delito de omisión de auxilio. No podemos fomentar ni vivir en una sociedad sin empatía y desinterés por la vida de los otros.

El contra-imperativo categórico se está imponiendo en ciertos sectores de nuestro México. Las conductas más reprochables tienen un espacio para la réplica. La impunidad es el mejor incentivo para la reproducción del delito. Carecemos de esa moral de la que hablan los teóricos, tenemos una delincuencia que busca ganancias y sangre, y nos faltan policías capacitados. Ahora, las instituciones están llamadas, tan solo, a aplicar la ley para empezar a hilar un nuevo tejido social.

Doctor en Derecho

@jangulonobara

Este viernes santo, tres personas se presentaron en un establecimiento mercantil conocido como Los Potros. Los criminales estaban en busca de una persona llamada Becky y, sin más, comenzaron a deflagrar contra los comensales del lugar, entre ellos, un infante de un año. La crueldad no acabó allí, ya que los atacantes obligaron a los sobrevivientes a observar cómo se les daba el tiro de gracia a los heridos. Este hecho es difícil de imaginar y describir. Estamos en espera que de que estas personas enfrenten a la justicia.

Esta semana de Pascua, María Guadalupe Fuentes Arias sufrió un derrame cerebral en la estación del metro Tacubaya. Los oficiales de policía vieron a la mujer inconsciente en el piso, la tuvieron un tiempo al interior de la estación, y después no tuvieron mejor idea que sacar a María Guadalupe a la calle. Allí, en frente de transeúntes y negociantes la mujer pasó 26 horas a la intemperie hasta que alguien llamó a los paramédicos. María Guadalupe falleció en un hospital de la Ciudad de México. Estamos confiados en que los policías y las autoridades del Metro estén ante un juez para responder por homicidio imprudente.

Entiendo, de manera muy sencilla, que el imperativo categórico implica que nuestra conducta sea una máxima de comportamiento universal, es decir, que cada uno de nuestros actos debería tomarse como el cumplimiento y expresión de una norma moral general. Pues bien, la delincuencia, ciertos miembros de la policía y de la ciudadanía son un contra-imperativo categórico. Cada uno de sus actos no debe ser replicado.

Nuestra delincuencia rompe hasta con las reglas teóricas de los grupos criminales. Al respecto, la literatura nos dice: “…el crimen organizado no es intrínsecamente violento. Sí necesita dotarse de ciertas capacidades coercitivas, ya que los criminales no pueden resolver sus conflictos a través del derecho. Además, la violencia es mala para el negocio de lo ilícito porque atrae a la prensa y a la policía… ” (Andreas Schedler). Lo que sucedió en Veracruz jamás debe repetirse, sin embargo, no importa cuánta prensa cubrió o siga cubriendo el evento, es muy probable que los autores nunca sean llamados a rendir cuentas. Así, la impunidad llama a la violencia.

Los oficiales de policía (del evento de María Guadalupe) carecen del más mínimo sentimiento de empatía y de sentido común. No se trata de protocolos, normas jurídicas, capacitación o entrenamiento. Tienen un franco desprecio o desinterés por la vida humana. Y, sin importar, dónde o en qué condiciones nació el desprecio por los otros, lo que debe importar es que enfrenten un proceso judicial. Cuando una comunidad política falla abruptamente en su moral, la aplicación del derecho puede restablecer el tejido social.

Los comerciantes y peatones que dejaron a María Guadalupe 26 horas en la calle deben ser investigados y oídos en un juicio, tal vez cometieron el delito de omisión de auxilio. No podemos fomentar ni vivir en una sociedad sin empatía y desinterés por la vida de los otros.

El contra-imperativo categórico se está imponiendo en ciertos sectores de nuestro México. Las conductas más reprochables tienen un espacio para la réplica. La impunidad es el mejor incentivo para la reproducción del delito. Carecemos de esa moral de la que hablan los teóricos, tenemos una delincuencia que busca ganancias y sangre, y nos faltan policías capacitados. Ahora, las instituciones están llamadas, tan solo, a aplicar la ley para empezar a hilar un nuevo tejido social.

Doctor en Derecho

@jangulonobara

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