/ sábado 23 de octubre de 2021

Somos la generación 800

No me estoy refiriendo a ningún estudio científico, sino a un libro que causó furor hace ya algunas décadas. Muchos lo leímos hace tiempo y cuyo contenido en su momento nos asombró. Pero es aún más interesante que iniciando la tercera década del siglo 21 esos textos nos sigan impactando por su precisión al dejar claros temas del dominio público. Me refiero a El Shock del Futuro, de una vigencia que asombra de tan certera y vigorosa, escrito por el norteamericano Alvin Toffler hace cincuenta años.

El primer párrafo del primer capítulo dice, a la letra: “En los tres decenios escasos que median entre ahora y el siglo 21, millones de personas psicológicamente normales, sufrirán una brusca colisión con el futuro. Y para ello se debe estar preparado. Muchas de ellas, ciudadanos de las naciones más ricas y tecnológicamente avanzadas del mundo, encontrarán creciente dificultad en mantenerse al nivel de las incesantes exigencias de cambio que caracterizan nuestro tiempo. Para ellas, el futuro llegará demasiado pronto”.

Desde entonces, la inminencia del cambio abrumó a numerosos grupos de población que se negaban a afrontar nuevos modelos de vida. La adaptación al cambio era, y sigue siendo, el tema fundamental en las conversaciones. En el quehacer cotidiano hablamos de cómo nuestra existencia sigue cambiando y cómo nos cuesta trabajo encarar las realidades que encontramos con solo abrir los ojos, parar los oídos, agudizar los sentidos. Hoy en día, esas realidades son impresionantes al vernos dependientes completamente de la tecnología.

Hace más o menos 70 años, nació la televisión. Ésta empezó su labor de acogernos en su seno, y nos presentó y nos heredó a su hija la computadora, y ésta a su vez nos presentó y nos heredó a los celulares y a las tabletas, etc. Miles de millones de seres humanos vivimos hoy pendientes de un zumbido, de un llamado, de una imagen. Estamos inmersos en la digitalización. Y ya no podremos evadirnos.

A partir de la asimilación del libro, los valores y las costumbres cotidianas empezaron a ser analizados, así como los productos que compramos y los que rechazamos, los sitios que dejamos atrás, las corporaciones e instituciones en las que pasamos gran parte de la existencia; las personas que transcurrieron por nuestra vida, cada vez más de prisa.

El futuro, lo sabemos, puede ser como una ola turbulenta con procesos irracionales de irritación, abandono y olvido de nuestras raíces, o bien el viento suave que vuelque la realidad en un nuevo caleidoscopio que condicione a la humanidad para que interprete roles diferentes, más sanos y creativos.

Pero aquí viene lo más importante, para mí, del libro. Y como manifiesto al inicio, no me refiero a ningún estudio científico sino a lo que expresa el autor según su entender.

Nos dice que actualmente estamos viviendo la octingentésima generación de la humanidad. O sea, somos la generación número 800. Significa que, si los últimos 50 mil años de existencia del ser humano se dividiesen en generaciones de unos sesenta y dos años, habrían transcurrido, aproximadamente, 800 generaciones. ¿Porqué cincuenta mil años? Pues porque hay rastros y evidencias de la presencia del hombre. Y hasta hoy esta teoría de Toffler no ha sido desmentida.

Claro que acepto los famosos descubrimientos del esqueleto de Lucy en Etiopía, y que vivió hace más de 3 millones de años, y otros como el Zinjanthropus descubierto por Robert y Mary Leakey en las llanuras de Olduvai, también en África, y que vivió hace más de un millón de años. Pero eran antropoides y usaban algunos utensilios primarios.

Hace 50 mil años se produjeron los primeros asentamientos humanos en diversas regiones del mundo, empezó la edad de piedra en África, y el ser humano produjo una aguja de coser, se fabricaron flautas de hueso, y hay evidencia de tecnología de pesca avanzada en altamar.

Por lo anterior, Toffler deduce que aquellas fueron las primeras generaciones de las 800 que calcula hasta hoy. Y no ha sido desmentido.

Y aquí viene lo interesante: sólo durante las últimas cuatro ha sido posible medir el tiempo con precisión. Sólo durante las dos últimas se ha utilizado el motor eléctrico. Y la inmensa mayoría de los artículos materiales que utilizamos en la vida cotidiana adulta ha sido inventada dentro de la generación actual, que es la que hace el número 800.

Pero, continúa Toffler, a pesar de toda esta retórica, nuestras escuelas miran hacia atrás, hacia un sistema moribundo, más que hacia delante, donde está la nueva sociedad naciente. Todas sus enormes energías tienden a formar al «hombre industrial», un hombre preparado para sobrevivir en un sistema que morirá antes que él. Para contribuir a evitar el “shock” del futuro debemos crear un sistema de educación super industrial. Y para conseguirlo debemos buscar nuestros objetivos y métodos en el futuro, no en el pasado.

¿Será?

Fundador de Notimex

Premio Primera Plana

pacofonn@yahoo.com.mx



No me estoy refiriendo a ningún estudio científico, sino a un libro que causó furor hace ya algunas décadas. Muchos lo leímos hace tiempo y cuyo contenido en su momento nos asombró. Pero es aún más interesante que iniciando la tercera década del siglo 21 esos textos nos sigan impactando por su precisión al dejar claros temas del dominio público. Me refiero a El Shock del Futuro, de una vigencia que asombra de tan certera y vigorosa, escrito por el norteamericano Alvin Toffler hace cincuenta años.

El primer párrafo del primer capítulo dice, a la letra: “En los tres decenios escasos que median entre ahora y el siglo 21, millones de personas psicológicamente normales, sufrirán una brusca colisión con el futuro. Y para ello se debe estar preparado. Muchas de ellas, ciudadanos de las naciones más ricas y tecnológicamente avanzadas del mundo, encontrarán creciente dificultad en mantenerse al nivel de las incesantes exigencias de cambio que caracterizan nuestro tiempo. Para ellas, el futuro llegará demasiado pronto”.

Desde entonces, la inminencia del cambio abrumó a numerosos grupos de población que se negaban a afrontar nuevos modelos de vida. La adaptación al cambio era, y sigue siendo, el tema fundamental en las conversaciones. En el quehacer cotidiano hablamos de cómo nuestra existencia sigue cambiando y cómo nos cuesta trabajo encarar las realidades que encontramos con solo abrir los ojos, parar los oídos, agudizar los sentidos. Hoy en día, esas realidades son impresionantes al vernos dependientes completamente de la tecnología.

Hace más o menos 70 años, nació la televisión. Ésta empezó su labor de acogernos en su seno, y nos presentó y nos heredó a su hija la computadora, y ésta a su vez nos presentó y nos heredó a los celulares y a las tabletas, etc. Miles de millones de seres humanos vivimos hoy pendientes de un zumbido, de un llamado, de una imagen. Estamos inmersos en la digitalización. Y ya no podremos evadirnos.

A partir de la asimilación del libro, los valores y las costumbres cotidianas empezaron a ser analizados, así como los productos que compramos y los que rechazamos, los sitios que dejamos atrás, las corporaciones e instituciones en las que pasamos gran parte de la existencia; las personas que transcurrieron por nuestra vida, cada vez más de prisa.

El futuro, lo sabemos, puede ser como una ola turbulenta con procesos irracionales de irritación, abandono y olvido de nuestras raíces, o bien el viento suave que vuelque la realidad en un nuevo caleidoscopio que condicione a la humanidad para que interprete roles diferentes, más sanos y creativos.

Pero aquí viene lo más importante, para mí, del libro. Y como manifiesto al inicio, no me refiero a ningún estudio científico sino a lo que expresa el autor según su entender.

Nos dice que actualmente estamos viviendo la octingentésima generación de la humanidad. O sea, somos la generación número 800. Significa que, si los últimos 50 mil años de existencia del ser humano se dividiesen en generaciones de unos sesenta y dos años, habrían transcurrido, aproximadamente, 800 generaciones. ¿Porqué cincuenta mil años? Pues porque hay rastros y evidencias de la presencia del hombre. Y hasta hoy esta teoría de Toffler no ha sido desmentida.

Claro que acepto los famosos descubrimientos del esqueleto de Lucy en Etiopía, y que vivió hace más de 3 millones de años, y otros como el Zinjanthropus descubierto por Robert y Mary Leakey en las llanuras de Olduvai, también en África, y que vivió hace más de un millón de años. Pero eran antropoides y usaban algunos utensilios primarios.

Hace 50 mil años se produjeron los primeros asentamientos humanos en diversas regiones del mundo, empezó la edad de piedra en África, y el ser humano produjo una aguja de coser, se fabricaron flautas de hueso, y hay evidencia de tecnología de pesca avanzada en altamar.

Por lo anterior, Toffler deduce que aquellas fueron las primeras generaciones de las 800 que calcula hasta hoy. Y no ha sido desmentido.

Y aquí viene lo interesante: sólo durante las últimas cuatro ha sido posible medir el tiempo con precisión. Sólo durante las dos últimas se ha utilizado el motor eléctrico. Y la inmensa mayoría de los artículos materiales que utilizamos en la vida cotidiana adulta ha sido inventada dentro de la generación actual, que es la que hace el número 800.

Pero, continúa Toffler, a pesar de toda esta retórica, nuestras escuelas miran hacia atrás, hacia un sistema moribundo, más que hacia delante, donde está la nueva sociedad naciente. Todas sus enormes energías tienden a formar al «hombre industrial», un hombre preparado para sobrevivir en un sistema que morirá antes que él. Para contribuir a evitar el “shock” del futuro debemos crear un sistema de educación super industrial. Y para conseguirlo debemos buscar nuestros objetivos y métodos en el futuro, no en el pasado.

¿Será?

Fundador de Notimex

Premio Primera Plana

pacofonn@yahoo.com.mx