/ viernes 22 de mayo de 2020

Sonidos de la pandemia

La pandemia no ha silenciado los sonidos de las flautas, metales, percusiones, voces y cuerdas, ni mucho menos los aplausos del público que hacen sentir vivo desde hace 19 años al director de orquesta Luis Manuel Sánchez. No niega que extraña el primer contacto visual con la partitura al entrar al escenario, y que le indicará cómo administrar las frecuencias de los ensambles instrumentales.

El tono de su voz armoniza la palabra maravilloso, que significa silenciar la adrenalina durante un concierto, mirar la coordinación del trabajo en equipo de sus más de 100 músicos e interpretar las reacciones de la gente. Desde hace dos meses el Covid-19 le prohibió dirigir a la Banda Sinfónica de la Facultad de Música de la UNAM, pero lo que no le prohibió, es soñar con la música.

Luis Manuel es uno de los más de 118 mil músicos que hay en México, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo de la STyPS y el INEGI, esté número de artistas podrían llenar 11 veces el Auditorio Nacional en la CDMX. Luis Manuel imagina que, en el primer concierto de la nueva normalidad, se producirán sentimientos catárticos y un vuelco de emociones. “Los sonidos de los violines, timbales, trompetas y platillos sanarán nuestras almas.”

Admite que su “trabajo implica la cercanía entre los músicos, pero no queremos que nos pase lo mismo que al Coro mixto de Ámsterdam, que a causa de un concierto, 102 de los 130 cantantes dieron positivo en coronavirus”. Actualmente las autoridades y artistas evalúan los espacios para poder ensayar y ofrecer conciertos. Los músicos tendrán que pensar en ensambles atractivos con una distancia adecuada. Luis Manuel confía en que esto no será eterno, pero al mismo tiempo piensa cómo administrará los espacios de los ensambles de 70 a 100 personas que dirige.

Pasará mucho tiempo para que podamos observar en vivo la interpretación de la Sinfonía n.º 9 de Beethoven porque se necesitan muchos músicos y solo con un gran espacio podrían entonarla. Hay un temor por los grupos de instrumentos de viento, ya que tienen más riesgo de contagio que los ensambles de cuerda, debido al peligro que representa la propagación de las gotículas. Pero esto es una oportunidad para la música del periodo barroco y de cámara, ya que no se necesitan tantos instrumentos y los ensambles son más pequeños, sin que la calidad se vea afectada.

A mil 400 km de distancia el buen amigo Paco, integrante de una banda de música Sinaloense, comenta que muchas agrupaciones piensan que, tal vez, en octubre habrá bailes en los pueblos con el ruido de los tamborazos, el ambiente, el empujón, el tradicional salud y choque de vasos con el vecino; aunque no descarta regresar hasta enero del próximo año. “Sé que la industria del business se está reuniendo con las autoridades para trabajar una nueva Ley de espectáculos”. En promedio un evento para 10 mil personas cuesta en producción un millón de pesos por iluminación, renta de bocinas, venta de boletos, etcétera. Un grupo taquillero realiza al mes de 12 a 20 eventos, “imagínate todo lo que hemos perdido. Nosotros al año echamos toquin en más de 180 bailongos”.

¿Cómo será la nueva normalidad? Para Paco “será imposible tener eventos masivos. Mira compita me imagino un escenario con una cabina de policarbonato separada con acrílicos. En Europa están practicando el ocio nocturno con conciertos de música electrónica en formato de auto cinemas. Y pues mira papi el show tiene que continuar”. Desde la dirección de orquesta y los tamborazos sinaloenses, dicen que los sonidos de la pandemia les han enseñado a reinventarse y aprender a valorar muchas cosas. A veces trabajas ciegamente y no valoras que las cosas más sencillas son las más hermosas, como el sonido de un instrumento musical y los aplausos del público.


Comunicólogo político y académico de la FCPyS UNAM

@gersonmecalco

La pandemia no ha silenciado los sonidos de las flautas, metales, percusiones, voces y cuerdas, ni mucho menos los aplausos del público que hacen sentir vivo desde hace 19 años al director de orquesta Luis Manuel Sánchez. No niega que extraña el primer contacto visual con la partitura al entrar al escenario, y que le indicará cómo administrar las frecuencias de los ensambles instrumentales.

El tono de su voz armoniza la palabra maravilloso, que significa silenciar la adrenalina durante un concierto, mirar la coordinación del trabajo en equipo de sus más de 100 músicos e interpretar las reacciones de la gente. Desde hace dos meses el Covid-19 le prohibió dirigir a la Banda Sinfónica de la Facultad de Música de la UNAM, pero lo que no le prohibió, es soñar con la música.

Luis Manuel es uno de los más de 118 mil músicos que hay en México, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo de la STyPS y el INEGI, esté número de artistas podrían llenar 11 veces el Auditorio Nacional en la CDMX. Luis Manuel imagina que, en el primer concierto de la nueva normalidad, se producirán sentimientos catárticos y un vuelco de emociones. “Los sonidos de los violines, timbales, trompetas y platillos sanarán nuestras almas.”

Admite que su “trabajo implica la cercanía entre los músicos, pero no queremos que nos pase lo mismo que al Coro mixto de Ámsterdam, que a causa de un concierto, 102 de los 130 cantantes dieron positivo en coronavirus”. Actualmente las autoridades y artistas evalúan los espacios para poder ensayar y ofrecer conciertos. Los músicos tendrán que pensar en ensambles atractivos con una distancia adecuada. Luis Manuel confía en que esto no será eterno, pero al mismo tiempo piensa cómo administrará los espacios de los ensambles de 70 a 100 personas que dirige.

Pasará mucho tiempo para que podamos observar en vivo la interpretación de la Sinfonía n.º 9 de Beethoven porque se necesitan muchos músicos y solo con un gran espacio podrían entonarla. Hay un temor por los grupos de instrumentos de viento, ya que tienen más riesgo de contagio que los ensambles de cuerda, debido al peligro que representa la propagación de las gotículas. Pero esto es una oportunidad para la música del periodo barroco y de cámara, ya que no se necesitan tantos instrumentos y los ensambles son más pequeños, sin que la calidad se vea afectada.

A mil 400 km de distancia el buen amigo Paco, integrante de una banda de música Sinaloense, comenta que muchas agrupaciones piensan que, tal vez, en octubre habrá bailes en los pueblos con el ruido de los tamborazos, el ambiente, el empujón, el tradicional salud y choque de vasos con el vecino; aunque no descarta regresar hasta enero del próximo año. “Sé que la industria del business se está reuniendo con las autoridades para trabajar una nueva Ley de espectáculos”. En promedio un evento para 10 mil personas cuesta en producción un millón de pesos por iluminación, renta de bocinas, venta de boletos, etcétera. Un grupo taquillero realiza al mes de 12 a 20 eventos, “imagínate todo lo que hemos perdido. Nosotros al año echamos toquin en más de 180 bailongos”.

¿Cómo será la nueva normalidad? Para Paco “será imposible tener eventos masivos. Mira compita me imagino un escenario con una cabina de policarbonato separada con acrílicos. En Europa están practicando el ocio nocturno con conciertos de música electrónica en formato de auto cinemas. Y pues mira papi el show tiene que continuar”. Desde la dirección de orquesta y los tamborazos sinaloenses, dicen que los sonidos de la pandemia les han enseñado a reinventarse y aprender a valorar muchas cosas. A veces trabajas ciegamente y no valoras que las cosas más sencillas son las más hermosas, como el sonido de un instrumento musical y los aplausos del público.


Comunicólogo político y académico de la FCPyS UNAM

@gersonmecalco