/ lunes 6 de julio de 2020

T-MEC: oportunidad condicionada

Ante cinco trimestres consecutivos de descenso en la inversión fija bruta y el panorama de una caída de al menos 8% del PIB este año, el T-MEC podría ser aire fresco en oportunidades de crecimiento a mediano y largo plazos. Pero no esperemos una ola de dinamismo en automático. Sin una visión y una estrategia coherentes, eso no va a darse. Su entrada en vigor debería servir como acicate para un cambio en las actitudes y las políticas erráticas que han frenado y aun ahuyentado a la inversión en México, mucho antes de que llegara la pandemia.

Quizá la nota más importante el T-MEC es, de entrada, que efectivamente se haya dado: que el proceso de integración económica de América del Norte siga en pie, y con potencial de crecer. Esto no era un escenario cierto hace muy poco, cuando la amenaza de cancelarlo era componente fundamental en la retórica electoral y del gobierno de Donald Trump.

Contra las expectativas pesimistas, el acuerdo se logró, con equilibrios relativamente favorables para los tres países. Desde luego, hay costos y riesgos, pero también oportunidades y ventajas, sobre todo en tres de los cambios más significativos.

1. Ajustes en las reglas de origen de varios sectores: destaca, por su gravitación en el comercio y para la economía mexicana, el automotriz. El contenido regional obligatorio para la exportación sin aranceles sube de 62.5% del costo total por unidad al 75 por ciento. Además, 25% debe proceder de plantas con salarios de 16 dólares la hora o más.

Los sueldos en plantas automotrices en México oscilan entre 3.50 y 4 dólares la hora, lo que favorece a nuestros socios del norte. Queda 50% del contenido que nuestro país puede perfectamente asegurar, con gran atracción de inversiones para traer operaciones que, por ejemplo, empresas japonesas, alemanas o coreanas realizan en sus países o en otras partes, las cuales no serían competitivas en Estados Unidos o Canadá.

2. Compromisos laborales: México ha tenido que hacer una importante reforma para compatibilizar legislación y prácticas de relaciones sindicales con sus contrapartes. En los centros de trabajo se han hecho cambios a marcha forzada y es de esperar que haya muchos litigios de inicio, con o sin sustento. Lo que procede es cumplir con la ley y afianzar una plataforma sólida de defensa jurídica.

Necesitamos ser asertivos. Las nuevas condicionantes pueden ser un área de oportunidad en la democratización y modernización de las relaciones laborales, así como motivador para desarrollar a fondo una competitividad menos dependiente de un bajo costo de mano de obra.

3. Nuevo sistema de solución de controversias: el TLCAN contaba con disposiciones para la formación de paneles, pero podían ser fácilmente bloqueados, así que se recurría al sistema de la OMC, que hoy no está funcionando bien, precisamente por el resurgimiento de inclinaciones proteccionistas contrarias al multilateralismo. Lo importante es que ahora habrá esquema con procedimientos explícitos y lineamientos de equidad y resoluciones vinculantes.

Los paneles se conforman con personas escogidas de listas negociada entre los dos países que entren en pugna. Lo fundamental conocer bien los mecanismos y prepararnos, y para esto contamos con capital humano muy competente y un aparato consular y de consulta muy sólido.

Como sea, el TMEC es un gran activo ante un panorama dominado por la retracción de la globalización y la tendencia hacia la regionalización. México puede consolidarse como un polo productivo y puente logístico formidablemente competitivo ante el fin de una época en la cual, durante tres décadas, más de dos terceras partes de los presupuestos de inversión industrial en cadenas productivas transnacionales fue a parar a China.

Muchas de esas empresas ya buscaban depender menos de operaciones a larga distancia, debido al contexto geopolítico, sobre todo las tensiones entre Estados Unidos y China. Esa dinámica se aceleró con el Covid-19.

No es casual que en los últimos dos años China haya perdido hasta cinco puntos porcentuales del mercado de importaciones de Estados Unidos y México ganara más de 1 por ciento. Nuestra cuota de inversión extranjera directa –incluida china– y de exportaciones puede crecer exponencialmente. Pero, nuevamente, nada de eso puede darse en automático.

Necesitamos inversión estratégica en logística de clase mundial: cruces fronterizos, puertos, aeropuertos, ferrocarriles. Sólo así consolidaremos nuestra competitividad geográfica. Hay que asegurar el acceso a energía en condiciones competitivas: abasto seguro, suficiente y a bajo costo. América del Norte cuenta con ventajas inigualables en esto, y México, no debería retroceder a modelos monopólicos y de altos costos. También requerimos una política industrial visionaria y estratégica, consensuada entre el sector público y las empresas.

Sobre todo, hay que enviar un mensaje claro de que queremos inversión y que ésta encontrará seguridad jurídica y estabilidad de las reglas del juego en nuestro país. Una definición clara y confiable respecto a lo que dijo hace poco el Embajador estadounidense: “o un país tiene una política de atraer inversión o un país tiene una política de espantar inversión”.



Empresario



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Ante cinco trimestres consecutivos de descenso en la inversión fija bruta y el panorama de una caída de al menos 8% del PIB este año, el T-MEC podría ser aire fresco en oportunidades de crecimiento a mediano y largo plazos. Pero no esperemos una ola de dinamismo en automático. Sin una visión y una estrategia coherentes, eso no va a darse. Su entrada en vigor debería servir como acicate para un cambio en las actitudes y las políticas erráticas que han frenado y aun ahuyentado a la inversión en México, mucho antes de que llegara la pandemia.

Quizá la nota más importante el T-MEC es, de entrada, que efectivamente se haya dado: que el proceso de integración económica de América del Norte siga en pie, y con potencial de crecer. Esto no era un escenario cierto hace muy poco, cuando la amenaza de cancelarlo era componente fundamental en la retórica electoral y del gobierno de Donald Trump.

Contra las expectativas pesimistas, el acuerdo se logró, con equilibrios relativamente favorables para los tres países. Desde luego, hay costos y riesgos, pero también oportunidades y ventajas, sobre todo en tres de los cambios más significativos.

1. Ajustes en las reglas de origen de varios sectores: destaca, por su gravitación en el comercio y para la economía mexicana, el automotriz. El contenido regional obligatorio para la exportación sin aranceles sube de 62.5% del costo total por unidad al 75 por ciento. Además, 25% debe proceder de plantas con salarios de 16 dólares la hora o más.

Los sueldos en plantas automotrices en México oscilan entre 3.50 y 4 dólares la hora, lo que favorece a nuestros socios del norte. Queda 50% del contenido que nuestro país puede perfectamente asegurar, con gran atracción de inversiones para traer operaciones que, por ejemplo, empresas japonesas, alemanas o coreanas realizan en sus países o en otras partes, las cuales no serían competitivas en Estados Unidos o Canadá.

2. Compromisos laborales: México ha tenido que hacer una importante reforma para compatibilizar legislación y prácticas de relaciones sindicales con sus contrapartes. En los centros de trabajo se han hecho cambios a marcha forzada y es de esperar que haya muchos litigios de inicio, con o sin sustento. Lo que procede es cumplir con la ley y afianzar una plataforma sólida de defensa jurídica.

Necesitamos ser asertivos. Las nuevas condicionantes pueden ser un área de oportunidad en la democratización y modernización de las relaciones laborales, así como motivador para desarrollar a fondo una competitividad menos dependiente de un bajo costo de mano de obra.

3. Nuevo sistema de solución de controversias: el TLCAN contaba con disposiciones para la formación de paneles, pero podían ser fácilmente bloqueados, así que se recurría al sistema de la OMC, que hoy no está funcionando bien, precisamente por el resurgimiento de inclinaciones proteccionistas contrarias al multilateralismo. Lo importante es que ahora habrá esquema con procedimientos explícitos y lineamientos de equidad y resoluciones vinculantes.

Los paneles se conforman con personas escogidas de listas negociada entre los dos países que entren en pugna. Lo fundamental conocer bien los mecanismos y prepararnos, y para esto contamos con capital humano muy competente y un aparato consular y de consulta muy sólido.

Como sea, el TMEC es un gran activo ante un panorama dominado por la retracción de la globalización y la tendencia hacia la regionalización. México puede consolidarse como un polo productivo y puente logístico formidablemente competitivo ante el fin de una época en la cual, durante tres décadas, más de dos terceras partes de los presupuestos de inversión industrial en cadenas productivas transnacionales fue a parar a China.

Muchas de esas empresas ya buscaban depender menos de operaciones a larga distancia, debido al contexto geopolítico, sobre todo las tensiones entre Estados Unidos y China. Esa dinámica se aceleró con el Covid-19.

No es casual que en los últimos dos años China haya perdido hasta cinco puntos porcentuales del mercado de importaciones de Estados Unidos y México ganara más de 1 por ciento. Nuestra cuota de inversión extranjera directa –incluida china– y de exportaciones puede crecer exponencialmente. Pero, nuevamente, nada de eso puede darse en automático.

Necesitamos inversión estratégica en logística de clase mundial: cruces fronterizos, puertos, aeropuertos, ferrocarriles. Sólo así consolidaremos nuestra competitividad geográfica. Hay que asegurar el acceso a energía en condiciones competitivas: abasto seguro, suficiente y a bajo costo. América del Norte cuenta con ventajas inigualables en esto, y México, no debería retroceder a modelos monopólicos y de altos costos. También requerimos una política industrial visionaria y estratégica, consensuada entre el sector público y las empresas.

Sobre todo, hay que enviar un mensaje claro de que queremos inversión y que ésta encontrará seguridad jurídica y estabilidad de las reglas del juego en nuestro país. Una definición clara y confiable respecto a lo que dijo hace poco el Embajador estadounidense: “o un país tiene una política de atraer inversión o un país tiene una política de espantar inversión”.



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