/ lunes 27 de noviembre de 2017

Tapadismo y regreso al pasado

Es impresionante la cantidad de información de mera chismografía que por estos días circula. Y fluye tanto por los medios tradicionales, que aún están presentes y siguen siendo fuente casi única de datos para amplias capas de la población, como a través de los nuevos que son las redes sociales y similares, en torno a la sucesión presidencial del año próximo. Parece apenas creíble que un tema de tanta importancia se aborde, casi siempre y por casi todos, con bárbara frivolidad.

El juego (¿será juego, proceso, método o simple vacilada con su correspondiente tomadura de pelo?) del llamado tapadismo, vuelve a captar la atención –más bien de distracción- como en los mejores tiempos del priiato. Está de retorno esta práctica que muchos ingenuos creían definitivamente superada y cosa del pasado.

Para que se vea claramente que en el ámbito del grupo en el poder la regresión democrática es real, no hipótesis gratuita ni invento de sus adversarios, tenemos nuevamente en todo su esplendor este fenómeno del tapadismo, que ni remotamente es posible calificar de corte democrático.

El reloj de la historia se retrasa con el tapadismo cuando menos medio siglo. Es inconcebible que la generación que no lo vivió ni lo observó y mucho menos lo practicó, hoy lo viva, lo observe, lo comente y le dé seguimiento como si se tratara de algo natural, lógico y hasta legítimo. Es decir, que el presidente de la República, en chusco juego de espejos, en el clandestinaje y por razones que se reserva en su real pecho, designe sin más al candidato presidencial de su partido. Y todo el mundo, ese mundillo del oficialismo, calle y obedezca.

No faltarán, de hecho no faltan, los pistoleros intelectuales de siempre, al servicio de ese grupo y que por fortuna la opinión pública tiene bien identificados, que levantan el dedo y pontifican, que hay una diferencia radical entre el tapadismo de antaño y el tapadismo de hogaño. Que en el pasado el presidente saliente designaba no solo al candidato presidencial de su partido sino a quien de hecho fatalmente sería el próximo presidente de la República y hoy solo selecciona al candidato de su partido, nada más.

Con tan sesuda distinción, quienes así razonan no solo tratan de justificar un procedimiento que les parece inofensivo sino hasta legitimable, con el falaz argumento de que a nadie perjudica, en la medida en que ahora, a diferencia de lo que sucedía en el pasado, la decisión final no es del Presidente sino del electorado. Electorado que hoy, en notorio contrate con lo que sucedía en décadas anteriores, ahora sí tiene para escoger –dicen- opciones competitivas, de las que antes carecía.

Argumento falaz, porque calla lo que es obvio: Que toda regresión democrática tiende a ser integral, porque ningún sentido tendría reimplantarla sólo de manera parcial, pues finalmente les resultaría, si no es completo, un ejercicio ineficaz e inconducente. Y es integral porque estamos viendo que así es, como queda de manifiesto en el control que el grupo del tapadismo ya tiene, como en el pasado, de los organismos electorales (INE, en buena medida, Trife, Fepade), derroche de recursos en la compra de votantes y otras prácticas del pasado que sólo el que no quiera ver, se observa que están de regreso.

Es impresionante la cantidad de información de mera chismografía que por estos días circula. Y fluye tanto por los medios tradicionales, que aún están presentes y siguen siendo fuente casi única de datos para amplias capas de la población, como a través de los nuevos que son las redes sociales y similares, en torno a la sucesión presidencial del año próximo. Parece apenas creíble que un tema de tanta importancia se aborde, casi siempre y por casi todos, con bárbara frivolidad.

El juego (¿será juego, proceso, método o simple vacilada con su correspondiente tomadura de pelo?) del llamado tapadismo, vuelve a captar la atención –más bien de distracción- como en los mejores tiempos del priiato. Está de retorno esta práctica que muchos ingenuos creían definitivamente superada y cosa del pasado.

Para que se vea claramente que en el ámbito del grupo en el poder la regresión democrática es real, no hipótesis gratuita ni invento de sus adversarios, tenemos nuevamente en todo su esplendor este fenómeno del tapadismo, que ni remotamente es posible calificar de corte democrático.

El reloj de la historia se retrasa con el tapadismo cuando menos medio siglo. Es inconcebible que la generación que no lo vivió ni lo observó y mucho menos lo practicó, hoy lo viva, lo observe, lo comente y le dé seguimiento como si se tratara de algo natural, lógico y hasta legítimo. Es decir, que el presidente de la República, en chusco juego de espejos, en el clandestinaje y por razones que se reserva en su real pecho, designe sin más al candidato presidencial de su partido. Y todo el mundo, ese mundillo del oficialismo, calle y obedezca.

No faltarán, de hecho no faltan, los pistoleros intelectuales de siempre, al servicio de ese grupo y que por fortuna la opinión pública tiene bien identificados, que levantan el dedo y pontifican, que hay una diferencia radical entre el tapadismo de antaño y el tapadismo de hogaño. Que en el pasado el presidente saliente designaba no solo al candidato presidencial de su partido sino a quien de hecho fatalmente sería el próximo presidente de la República y hoy solo selecciona al candidato de su partido, nada más.

Con tan sesuda distinción, quienes así razonan no solo tratan de justificar un procedimiento que les parece inofensivo sino hasta legitimable, con el falaz argumento de que a nadie perjudica, en la medida en que ahora, a diferencia de lo que sucedía en el pasado, la decisión final no es del Presidente sino del electorado. Electorado que hoy, en notorio contrate con lo que sucedía en décadas anteriores, ahora sí tiene para escoger –dicen- opciones competitivas, de las que antes carecía.

Argumento falaz, porque calla lo que es obvio: Que toda regresión democrática tiende a ser integral, porque ningún sentido tendría reimplantarla sólo de manera parcial, pues finalmente les resultaría, si no es completo, un ejercicio ineficaz e inconducente. Y es integral porque estamos viendo que así es, como queda de manifiesto en el control que el grupo del tapadismo ya tiene, como en el pasado, de los organismos electorales (INE, en buena medida, Trife, Fepade), derroche de recursos en la compra de votantes y otras prácticas del pasado que sólo el que no quiera ver, se observa que están de regreso.