/ sábado 26 de diciembre de 2020

Teatrikando | Netflix nos debe el documental del teatro

Por: Benjamín Bernal

Estoy viendo en Netflix Rompan todo: La historia del rock en América Latina, y me hizo surgir una reflexión acerca del teatro y este ritmo: más o menos al mismo tiempo empecé a conocer ambas expresiones del arte mexicano. Había una desesperanza en cuanto al control de los discos por los papás en las fiestas: había que oír Glenn Miller, Ray Conniff, tríos de México, chachachá, danzón, tropical, hasta que llegó el rock. Chubby Checker, Elvis, Los Beatles, Animals, Alex Lora y se que estoy dando saltos de canguro en este recuento.

Lo mismo pasó con el teatro, empecé por montar mis propias obras y ver todo lo que se dejaba y era barato, teatro caro no podía ver y yo hacía como que no me gustaba, era una estética que en poco ayudaba a entender el mundo. Yo estaba joven y me interesaba percibir un poco, unas gotas, un poco de mi época. No de México solamente, sino de atisbar otras latitudes.

Vi mil grupos que no volví a frecuentar. Vi teatro institucional más o menos moderno, todo lo que se presentaba en el de avenida Chapultepec (UNAM), el del monumento a la madre, una moda que no volverá: las casas de la cultura. Vi cine en el mismo lugar, siempre atrevido, punzante, quería lograr un momento de reflexión, de crítica social y política. El mundillo cultural quería ser un puerto de llegada al nuevo sueldo, al financiamiento de su obra, de los egos exacerbados.

Queríamos cambiar al mundo, criticar el sistema, así como los gringos tenían su guerra de Vietnam para criticar y tomar posición, nosotros teníamos el 68, el halconazo, los múltiples presos políticos que se iban dando e intercambiando periódicamente.

Los grupos de rock congregaban multitudes que podían hacer, representar, un verdadero movimiento político. El teatro era más reducido en número, pero también podía hacer un cambio, más no fue así, no hubo tal movilización.

Manuel Bauche Alcalde hacía teatro político, que analizaba con humor las diversas clases de mensajes publicitarios. Qué bonita es la guerra en el teatro Chapultepec. Héctor Azar con sus montajes bellos, pero medio cultos. Con repercusión sólo en su público. Quizá Alexandro Jodorowsky resultó ser el más atrevido con música falsamente hindú y mensajes críptico esotéricos. Después vendrían el Bar Guau y el Miau, de farsa política, pero era con drinks que no eran baratos (turismo izquierdista), relato en mi libro La Crítica de Teatro en México.

Cuando había una beca, un subsidio estatal, la crítica se apagaba y venía (casi) una plegaria de alabanzas al sistema, con ciertas salpicaduras de ácido “pa’ que no digan”.

Se cantaba el rock en inglés, se decía que el rock para ser rock debía de ser en ese idioma. Nada más transcultural y falso, porque el Tri souls in my mind (después simplemente Tri) demostró que podía haber chunga y algo como crítica en nuestro lenguaje y el slang, el caliche propio de las prepas, de los porros, del barrio.

Había diversos niveles de rebeldía provocada por esas modas, la ropa era una de ellas, las chamarras con letreros eran atrevidas, los suéteres de colores eran más fresas, los mocasines con calcetines blancos eran uf, súper modernos. Las chicas con faldas debajo de la rodilla, después minifaldas, los pantalones entallados, los acampanados, los zapatos de tacón y tenis eran una demostración de valentía ante las críticas de los mayores (la momiza). Lo que cambiaba radicalmente cuando era necesario entrar a trabajar en ciertas empresas: había que ponerse camisas blancas, corbatas, saco, vestiditos serios y nada llamativos.

En el mundo del teatro el código de vestimenta era más liberal, había un poco más de la nueva moda, como acudir a las ceremonias con ropa de trabajo (tenis y playera, ellos y ellas) hasta que entraban a Televisa o empresas teatrales de “primer nivel” en que se tenían que disfrazar como lo que siempre habían atacado y criticado -con cerebro oxidado-.

Los chavos acostumbraban en su mayoría vivir con sus familias hasta casarse, en esta época surgió la necesidad de vivir con los amigos o con la pareja. Sólo las más cuadradas pidieron matrimonio antes de la sana convivencia.

Hubo música de protesta, con un poco de teatro de protesta. Se presentía una cierta libertad interior, que quedaría anulada por la necesidad de vivir y ganar dinero.

Pero, les decía que estoy viendo en Netflix Rompan todo, un relato bien estructurado.

Por: Benjamín Bernal

Estoy viendo en Netflix Rompan todo: La historia del rock en América Latina, y me hizo surgir una reflexión acerca del teatro y este ritmo: más o menos al mismo tiempo empecé a conocer ambas expresiones del arte mexicano. Había una desesperanza en cuanto al control de los discos por los papás en las fiestas: había que oír Glenn Miller, Ray Conniff, tríos de México, chachachá, danzón, tropical, hasta que llegó el rock. Chubby Checker, Elvis, Los Beatles, Animals, Alex Lora y se que estoy dando saltos de canguro en este recuento.

Lo mismo pasó con el teatro, empecé por montar mis propias obras y ver todo lo que se dejaba y era barato, teatro caro no podía ver y yo hacía como que no me gustaba, era una estética que en poco ayudaba a entender el mundo. Yo estaba joven y me interesaba percibir un poco, unas gotas, un poco de mi época. No de México solamente, sino de atisbar otras latitudes.

Vi mil grupos que no volví a frecuentar. Vi teatro institucional más o menos moderno, todo lo que se presentaba en el de avenida Chapultepec (UNAM), el del monumento a la madre, una moda que no volverá: las casas de la cultura. Vi cine en el mismo lugar, siempre atrevido, punzante, quería lograr un momento de reflexión, de crítica social y política. El mundillo cultural quería ser un puerto de llegada al nuevo sueldo, al financiamiento de su obra, de los egos exacerbados.

Queríamos cambiar al mundo, criticar el sistema, así como los gringos tenían su guerra de Vietnam para criticar y tomar posición, nosotros teníamos el 68, el halconazo, los múltiples presos políticos que se iban dando e intercambiando periódicamente.

Los grupos de rock congregaban multitudes que podían hacer, representar, un verdadero movimiento político. El teatro era más reducido en número, pero también podía hacer un cambio, más no fue así, no hubo tal movilización.

Manuel Bauche Alcalde hacía teatro político, que analizaba con humor las diversas clases de mensajes publicitarios. Qué bonita es la guerra en el teatro Chapultepec. Héctor Azar con sus montajes bellos, pero medio cultos. Con repercusión sólo en su público. Quizá Alexandro Jodorowsky resultó ser el más atrevido con música falsamente hindú y mensajes críptico esotéricos. Después vendrían el Bar Guau y el Miau, de farsa política, pero era con drinks que no eran baratos (turismo izquierdista), relato en mi libro La Crítica de Teatro en México.

Cuando había una beca, un subsidio estatal, la crítica se apagaba y venía (casi) una plegaria de alabanzas al sistema, con ciertas salpicaduras de ácido “pa’ que no digan”.

Se cantaba el rock en inglés, se decía que el rock para ser rock debía de ser en ese idioma. Nada más transcultural y falso, porque el Tri souls in my mind (después simplemente Tri) demostró que podía haber chunga y algo como crítica en nuestro lenguaje y el slang, el caliche propio de las prepas, de los porros, del barrio.

Había diversos niveles de rebeldía provocada por esas modas, la ropa era una de ellas, las chamarras con letreros eran atrevidas, los suéteres de colores eran más fresas, los mocasines con calcetines blancos eran uf, súper modernos. Las chicas con faldas debajo de la rodilla, después minifaldas, los pantalones entallados, los acampanados, los zapatos de tacón y tenis eran una demostración de valentía ante las críticas de los mayores (la momiza). Lo que cambiaba radicalmente cuando era necesario entrar a trabajar en ciertas empresas: había que ponerse camisas blancas, corbatas, saco, vestiditos serios y nada llamativos.

En el mundo del teatro el código de vestimenta era más liberal, había un poco más de la nueva moda, como acudir a las ceremonias con ropa de trabajo (tenis y playera, ellos y ellas) hasta que entraban a Televisa o empresas teatrales de “primer nivel” en que se tenían que disfrazar como lo que siempre habían atacado y criticado -con cerebro oxidado-.

Los chavos acostumbraban en su mayoría vivir con sus familias hasta casarse, en esta época surgió la necesidad de vivir con los amigos o con la pareja. Sólo las más cuadradas pidieron matrimonio antes de la sana convivencia.

Hubo música de protesta, con un poco de teatro de protesta. Se presentía una cierta libertad interior, que quedaría anulada por la necesidad de vivir y ganar dinero.

Pero, les decía que estoy viendo en Netflix Rompan todo, un relato bien estructurado.