/ domingo 17 de julio de 2022

Telarañas Digitales | Crítica vs hate: las redes y la democratización de la opinión

Por décadas, el periodismo de opinión social y cultural estuvo respaldado por casi todos los diarios de la nación y a nivel internacional por asombrosas figuras de autoridad. Los espacios para la crítica eran numerosos y durante el siglo XX fue común contar en los medios con las plumas de los grandes escritores en los periódicos. Con el tiempo, no solo los espacios para la crítica seria y cultural se han ido reduciendo, sino que además la Academia y el periodismo se han separado cada vez más, dando lugar a dos tipos de crítica: por un lado, la de las plumas especializadas que cuentan con una sólida preparación, pero se dirigen a un público sumamente pequeño; por otro, las de comunicadores que, con sus honrosas excepciones, son cada vez más banales y poco profundas.

Aunado, la crítica está enfrentando una crisis que es resultado de la desconfianza que esos mismos grandes medios han generado: en el universo de los nanomedios, donde las plumas independientes cobran cada vez mayor fuerza, los medios de masas son tachados de compartir opiniones sesgadas, producto de poderes externos que condicionan su labor. Entre los jóvenes, la desconfianza es aún mayor. Esas opiniones tienen ciertos fundamentos, pues incluso hoy día muchos medios mantienen nexos con poderes económicos y políticos que se manifiestan en sus páginas. Sin embargo, a pesar de ello, es un hecho que la libertad de expresión debería garantizar que cualquier opinión opuesta a la tendencia de un medio se manifestara y que las críticas no fueran censuradas.

Quizá por ello la Web 2.0 es el ejemplo más concreto de la crisis de credibilidad de los grandes medios. La democratización de los espacios donde todo mundo pueda ejercer su opinión de manera pública y directa ha favorecido a los pequeños espacios, como los blogs, que en su mayoría surgieron como iniciativas individuales o de pequeños colectivos, para informar en la red sin ninguna clase de nexo con los poderes públicos y privados, aunque sí que emplean a su favor la publicidad on-line. En este panorama, la crítica enfrenta una compleja tarea: conciliar una preparación sólida con los intereses y el lenguaje de las masas.

Para devolver la credibilidad a la crítica, es preciso que se manifiesten los lugares sociales donde se inscriben las opiniones, que se argumente con base en razonamientos lógicos y fuentes confiables, que se tenga el respaldo de grupos que sostengan la credibilidad mutua y, sobre todo, que se haga uso de la libertad de expresión renunciando éticamente a los intereses externos, sobre todo porque con la enorme cantidad de la información que circula en internet, al usuario le es cada vez más fácil identificar las mentiras u omisiones que caracterizaron por mucho tiempo a los medios oficiales. El crítico de hoy tiene que estar dispuesto a dialogar con sus lectores.

El mayor enemigo de la crítica bien argumentada, sólida y seria es el llamado hate y el trolleo, todas las opiniones que se fundamentan en gustos, en prejuicios y factores distintos a la lógica, en suma, en la información que no ha pasado por un filtro de selección crítica. Al mismo tiempo que las redes han favorecido la conectividad se han exacerbado el acoso y los discursos de odio. Es común que las notas en línea de los diarios estén llenas de comentarios que aportan poco o nada a la discusión, que manifiestan dogmatismos, fundamentalismos, actitudes de discriminación y un largo etcétera.

Los referentes serios siguen siendo importantes y cumplen una función social, aunque por desgracia, los críticos bien informados no siempre están dispuestos a compartir sus opiniones en los medios masivos, mientras que los que no lo están, van ganando espacios. En todo caso, queda al lector una importante responsabilidad: emplear toda su capacidad crítica para discernir la información valiosa y bien fundamentada de la que no lo es.

Por décadas, el periodismo de opinión social y cultural estuvo respaldado por casi todos los diarios de la nación y a nivel internacional por asombrosas figuras de autoridad. Los espacios para la crítica eran numerosos y durante el siglo XX fue común contar en los medios con las plumas de los grandes escritores en los periódicos. Con el tiempo, no solo los espacios para la crítica seria y cultural se han ido reduciendo, sino que además la Academia y el periodismo se han separado cada vez más, dando lugar a dos tipos de crítica: por un lado, la de las plumas especializadas que cuentan con una sólida preparación, pero se dirigen a un público sumamente pequeño; por otro, las de comunicadores que, con sus honrosas excepciones, son cada vez más banales y poco profundas.

Aunado, la crítica está enfrentando una crisis que es resultado de la desconfianza que esos mismos grandes medios han generado: en el universo de los nanomedios, donde las plumas independientes cobran cada vez mayor fuerza, los medios de masas son tachados de compartir opiniones sesgadas, producto de poderes externos que condicionan su labor. Entre los jóvenes, la desconfianza es aún mayor. Esas opiniones tienen ciertos fundamentos, pues incluso hoy día muchos medios mantienen nexos con poderes económicos y políticos que se manifiestan en sus páginas. Sin embargo, a pesar de ello, es un hecho que la libertad de expresión debería garantizar que cualquier opinión opuesta a la tendencia de un medio se manifestara y que las críticas no fueran censuradas.

Quizá por ello la Web 2.0 es el ejemplo más concreto de la crisis de credibilidad de los grandes medios. La democratización de los espacios donde todo mundo pueda ejercer su opinión de manera pública y directa ha favorecido a los pequeños espacios, como los blogs, que en su mayoría surgieron como iniciativas individuales o de pequeños colectivos, para informar en la red sin ninguna clase de nexo con los poderes públicos y privados, aunque sí que emplean a su favor la publicidad on-line. En este panorama, la crítica enfrenta una compleja tarea: conciliar una preparación sólida con los intereses y el lenguaje de las masas.

Para devolver la credibilidad a la crítica, es preciso que se manifiesten los lugares sociales donde se inscriben las opiniones, que se argumente con base en razonamientos lógicos y fuentes confiables, que se tenga el respaldo de grupos que sostengan la credibilidad mutua y, sobre todo, que se haga uso de la libertad de expresión renunciando éticamente a los intereses externos, sobre todo porque con la enorme cantidad de la información que circula en internet, al usuario le es cada vez más fácil identificar las mentiras u omisiones que caracterizaron por mucho tiempo a los medios oficiales. El crítico de hoy tiene que estar dispuesto a dialogar con sus lectores.

El mayor enemigo de la crítica bien argumentada, sólida y seria es el llamado hate y el trolleo, todas las opiniones que se fundamentan en gustos, en prejuicios y factores distintos a la lógica, en suma, en la información que no ha pasado por un filtro de selección crítica. Al mismo tiempo que las redes han favorecido la conectividad se han exacerbado el acoso y los discursos de odio. Es común que las notas en línea de los diarios estén llenas de comentarios que aportan poco o nada a la discusión, que manifiestan dogmatismos, fundamentalismos, actitudes de discriminación y un largo etcétera.

Los referentes serios siguen siendo importantes y cumplen una función social, aunque por desgracia, los críticos bien informados no siempre están dispuestos a compartir sus opiniones en los medios masivos, mientras que los que no lo están, van ganando espacios. En todo caso, queda al lector una importante responsabilidad: emplear toda su capacidad crítica para discernir la información valiosa y bien fundamentada de la que no lo es.