/ domingo 24 de julio de 2022

Telarañas Digitales | De filtros y otras inseguridades

Los filtros se han popularizado desde hace varios años entre los jóvenes, sobre todo en la creación de video. Su auge vino con Snapchat, pero en nuestros días son más comunes en TikTok y en los reels de Instagram. Se ha desarrollado una enorme cantidad de filtros, muchos de ellos conmemorativos, otros lúdicos, otros más incluso permiten ver dinosaurios en el techo de la habitación o el espacio exterior, pero sin duda alguna, los más comunes están diseñados para “mejorar” la apariencia física del usuario.

De entrada, los filtros obligan al exceso de blanquitud, algunas aplicaciones incluyen en su foto estándar un filtro que hace ver la piel del usuario un par de tonos más clara de lo que en verdad es. La mayoría de los filtros para mejorar la apariencia no sólo agregan maquillaje, sino que producen imágenes irreales basadas en estándares inalcanzables. Cambian los rasgos faciales, siempre por otros más occidentales: narices más finas, ojos claros, labios rosados. También atentan contra la edad desapareciendo las arrugas por completo al igual que cualquier otra imperfección o marca en la piel.

Algunos filtros distorsionan también los cuerpos, forzando cinturas, marcando brazos o incluso aumentando el busto. La creatividad de los diseñadores es infinita, pero también las consecuencias para los usuarios, quienes en su mayoría pertenecen a las poblaciones adolescentes y jóvenes. Imponer estándares de belleza irreales no es algo nuevo y el capitalismo se ha servido de ello como nunca antes. Sin embargo, los filtros en las redes sociales traen problemáticas nuevas, como la llamada Dismorfia corporal o de Snapchat.

Mientras que en el pasado los ideales de belleza perfecta se ubicaban siempre fuera del individuo, los filtros obligan a imaginar un yo perfecto que no corresponde con la realidad. A través de los filtros el usuario alcanza la apariencia que desea tener, y por ello se convence de que es posible. Muchos buscan cirugías cosméticas o tratamientos de diversa índole, mientras que se ha popularizado el uso de técnicas de maquillaje que reescriben los rasgos, aunque ciertamente es imposible alcanzar una imagen libre de arrugas e imperfecciones.

Los jóvenes son especialmente susceptibles al tema, y la baja autoestima que producen los filtros se ha relacionado con una tendencia creciente al aislamiento. Muchos tienen una vida activa en redes sociales empleando e incluso se han convertido en personajes con cierta influencia, pero al mismo tiempo, evitan aparecer en público o tener encuentros personales donde muestren su imagen real. También es común que se obsesionen con defectos imaginarios, o que concedan excesiva atención a cómo la gente percibe tales defectos inexistentes.

El rechazo de la imagen propia en el espejo está creando identidades alternativas que niegan a los sujetos reales, pues la autoexigencia de una imagen perfecta promovida por las redes es una nueva manifestación de valores sociales arraigados sumamente destructivos que no han logrado superarse. El racismo es el más evidente, pues favorecer los rasgos occidentales como ideal de belleza resulta sumamente peligroso entre las sociedades latinas cuyo pasado indígena está en el fenotipo de la mayoría y es también bello.

Con los filtros se promueve el rechazo a lo indígena, los cuerpos extremadamente delgados o de gimnasio, senos y otros atributos operados, la juventud como única época de la vida deseable, entre otros rasgos. Por eso, es imprescindible mantener una actitud crítica ante esos estándares y comunicar a las juventudes sus peligros, atendiendo a tiempo la salud mental y fomentando la autoestima

Los filtros se han popularizado desde hace varios años entre los jóvenes, sobre todo en la creación de video. Su auge vino con Snapchat, pero en nuestros días son más comunes en TikTok y en los reels de Instagram. Se ha desarrollado una enorme cantidad de filtros, muchos de ellos conmemorativos, otros lúdicos, otros más incluso permiten ver dinosaurios en el techo de la habitación o el espacio exterior, pero sin duda alguna, los más comunes están diseñados para “mejorar” la apariencia física del usuario.

De entrada, los filtros obligan al exceso de blanquitud, algunas aplicaciones incluyen en su foto estándar un filtro que hace ver la piel del usuario un par de tonos más clara de lo que en verdad es. La mayoría de los filtros para mejorar la apariencia no sólo agregan maquillaje, sino que producen imágenes irreales basadas en estándares inalcanzables. Cambian los rasgos faciales, siempre por otros más occidentales: narices más finas, ojos claros, labios rosados. También atentan contra la edad desapareciendo las arrugas por completo al igual que cualquier otra imperfección o marca en la piel.

Algunos filtros distorsionan también los cuerpos, forzando cinturas, marcando brazos o incluso aumentando el busto. La creatividad de los diseñadores es infinita, pero también las consecuencias para los usuarios, quienes en su mayoría pertenecen a las poblaciones adolescentes y jóvenes. Imponer estándares de belleza irreales no es algo nuevo y el capitalismo se ha servido de ello como nunca antes. Sin embargo, los filtros en las redes sociales traen problemáticas nuevas, como la llamada Dismorfia corporal o de Snapchat.

Mientras que en el pasado los ideales de belleza perfecta se ubicaban siempre fuera del individuo, los filtros obligan a imaginar un yo perfecto que no corresponde con la realidad. A través de los filtros el usuario alcanza la apariencia que desea tener, y por ello se convence de que es posible. Muchos buscan cirugías cosméticas o tratamientos de diversa índole, mientras que se ha popularizado el uso de técnicas de maquillaje que reescriben los rasgos, aunque ciertamente es imposible alcanzar una imagen libre de arrugas e imperfecciones.

Los jóvenes son especialmente susceptibles al tema, y la baja autoestima que producen los filtros se ha relacionado con una tendencia creciente al aislamiento. Muchos tienen una vida activa en redes sociales empleando e incluso se han convertido en personajes con cierta influencia, pero al mismo tiempo, evitan aparecer en público o tener encuentros personales donde muestren su imagen real. También es común que se obsesionen con defectos imaginarios, o que concedan excesiva atención a cómo la gente percibe tales defectos inexistentes.

El rechazo de la imagen propia en el espejo está creando identidades alternativas que niegan a los sujetos reales, pues la autoexigencia de una imagen perfecta promovida por las redes es una nueva manifestación de valores sociales arraigados sumamente destructivos que no han logrado superarse. El racismo es el más evidente, pues favorecer los rasgos occidentales como ideal de belleza resulta sumamente peligroso entre las sociedades latinas cuyo pasado indígena está en el fenotipo de la mayoría y es también bello.

Con los filtros se promueve el rechazo a lo indígena, los cuerpos extremadamente delgados o de gimnasio, senos y otros atributos operados, la juventud como única época de la vida deseable, entre otros rasgos. Por eso, es imprescindible mantener una actitud crítica ante esos estándares y comunicar a las juventudes sus peligros, atendiendo a tiempo la salud mental y fomentando la autoestima