Joan Manuel Serrat, las artes y los algoritmos
Como acto previo a la entrega del Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024, Joan Manuel Serrat ofreció en Oviedo una rueda de prensa donde compartió con los medios algunas preocupaciones en torno a la transformación vivida en el campo de la música con el predominio de las plataformas que han venido a reemplazar a los discos. Según Mario de las Heras, Serrat, feliz y emocionado, estaba deseoso de expresar sus sentimientos y de hablar sobre “el tiempo que nos toca vivir”.
En la entrevista, Serrat admitió que su labor no se ha detenido, pero que hoy en día es mucho más introspectiva y consciente de que: “Los discos ya no existen. Han sido sustituidos por las plataformas, y la difusión de las canciones que yo hago no está muy presente. Priman otros géneros”. Para Mario de las Heras, es destacable que Serrat haya expresado que, “si el futuro es el de las redes sociales y el de los algoritmos, […] el futuro desaparece”.
Serrat no desdeñó ningún género musical, pero sí recalcó que hay cosas interesantes y otras banales dentro de un horizonte donde está todo mezclado. Acto seguido recordó una frase de la canción Cocinero, Cocinero de Antonio Molina: “el futuro es muy oscuro trabajando en el carbón”. La pieza musical a la que Serrat hizo referencia narra una ocasión de júbilo donde un trabajador se puede dar el lujo de preparar una buena comida a pesar su dur]o trabajo y su futuro incierto.
Trabajar en el carbón es una labor ardua, guarda grandes peligros y, por supuesto, ofrece una retribución económica precaria que no corresponde con el esfuerzo. Trabajar en el carbón es enfrentar un sistema complejo, doloroso, pesado y que oprime, donde se sobrevive sin expectativas de mejoría. Serrat, como siempre, con su estilo poético pero sutil, hace referencia a los pormenores que enfrenta un músico atrapado entre dos generaciones, navegando una transformación que se ha convertido en un vórtice donde se está redefiniendo el papel de las artes.
Tiene razón Serrat al aclarar que los discos no existen más, pues no se trata únicamente de una referencia al objeto físico, sino de una alegoría a la narratividad en la construcción de un todo que, solo visto con una mirada general, tiene sentido y se conecta dialécticamente con quien escucha. Es eso que Paul Ricoeur gritaba y que ya no puede ser obviado: que el receptor no es pasivo, interactúa con la obra y la dota de sentido. En este caso, la obra de arte estaba conectada en un espacio narrativo que al menos de antaño, era establecido por el objeto físico y sus limitaciones temporales.
No es que los músicos no escriban álbumes completos con la misma intención de antes, pero debemos admitir que el modelo se ha modificado. Nos encontramos en la era de las listas de reproducción, no de los álbumes; las historias se han fragmentado, los sentidos se traslapan en otros y se conectan fuera de sí mismos con aquello que las audiencias consideran pertinente, pero más aún, que los algoritmos construyen en función de elementos genéricos que suelen dejar de lado todo lo no dicho con palabras, pero implicado en el conjunto.
Pero la narratividad no es lo único que está en juego; hay otra dimensión más pragmática, pero igual de urgente. Con las plataformas, los músicos suelen recibir una cantidad ínfima por cada reproducción, mucho menor en comparación con la venta directa de álbumes. Muchos de ellos dejan de lado la producción en sí para enfocarse en la construcción de su propia marca, dando como resultado la reducción de la calidad, incluso los artistas no enfocados en la música comercial. El control de la distribución escapa a sus decisiones, se promueve la sobreoferta y la relación con las audiencias se vuelve cada vez menos personal.
Lo fragmentario ha triunfado, no solo en la música, sino en todo el horizonte cultural de la posmodernidad. Instantes intensos e inconexos, elementos aislados; se atomiza la experiencia, se diluye la frase en la palabra. Las personas consumen fragmentos dispares, los viralizan, se los apropian de acuerdo con sus experiencias y necesidades, modifican y transgreden la intención final del autor. A sabiendas de que es inevitable, el algoritmo obliga al autor a fragmentar sus propios mensajes, a reducir las unidades de significado para mantenerse a flote “trabajando en el carbón”.
Serrat es símbolo de una época; hemos podido leerlo entre líneas a través de sus álbumes y su siempre intrépida interpretación de los grandes poetas que están en el fondo de su pluma, ya no podemos pensar en Antonio Machado sin Serrat. Ha sido consagrado, y su trabajo colmará la memoria del futuro, allende el mar, allende el Mediterráneo, independientemente del algoritmo y su viralidad. Su sagacidad representa las vicisitudes de un tiempo que, como una luz golpeando el agua, se refracta en millones de colores.
Hilo de telaraña. En 1968, Joan Manuel Serrat fue elegido para representar a España en el Festival de Eurovisión con su canción La, la, la. Se retiró cuando le prohibieron cantar en catalán, su lengua materna. Un acto de reivindicación cultural y de protesta ante las restricciones del franquismo.