Hace unos días se hizo viral el trend de TikTok contra la gentrificación, utilizando el audio "Bárbaros" de la película de Disney Pocahontas. Los usuarios grabaron videos de extranjeros, en su mayoría blancos, que se han mudado a vivir en diferentes zonas de nuestro país desplazando a los locales y aprovechando los bajos costos que ofrece la vida en comparación con sus países de origen. Los casos más comunes se encontraban en la Ciudad de México, específicamente en las colonias Condesa y Roma, y en la ciudad de Oaxaca.
Paradójicamente, la realidad de los migrantes de países centroamericanos y africanos que han llegado a instalarse en diferentes puntos de la ciudad es bastante diferente y merece un detenernos en ella. Se trata de oleadas de personas, muchas de ellas latinas y afroamericanas, que se han instalado en parques, calles, puentes peatonales y otros lugares en campamentos; viven en hoteles o alquilan propiedades donde terminan en hacinamiento. El descontento de la población mexicana se manifiesta de maneras más veladas, pero igualmente preocupantes, ya que encierran racismo y discriminación.
Ambos casos parecen generar descontento por diversas razones. Ambos casos se expresan de acuerdo con lo que permite lo "políticamente correcto" y visibilizan problemas graves que no han sido atendidos de manera urgente y contundente, muchos de los cuales trascienden al ámbito local o incluso nacional. Por un lado, la gentrificación se está acentuando cada vez más en la Ciudad de México y en muchos puntos turísticos del país, sin ningún tipo de control ni intervención por parte de las autoridades.
La gentrificación está desplazando a las personas de sus lugares de origen debido al encarecimiento de productos y servicios. Esto constituye una afrenta directa contra las culturas y sus lenguas. Y, aunque suene increíble, genera zonas dentro del propio país donde se reproduce la discriminación hacia los connacionales. Los internautas han solicitado, a través de TikTok, la regulación de los precios de alquiler, la promoción de la lengua española y la protección de las identidades e intereses locales, pidiendo fomentar el turismo, pero no la gentrificación.
Por otro lado, las acciones tomadas para la regulación y protección de las personas en situación de movilidad en nuestro país son tema pendiente. Esto se debe, en parte, a que está ocurriendo algo nuevo, ya que, para muchos de los migrantes, México no es un país de tránsito, sino un destino al que desean convertir en su residencia permanente. De manera contradictoria, los connacionales discriminan a los migrantes procedentes de países centroamericanos y africanos, muchos que están siendo desplazados por las condiciones de pobreza, violencia, corrupción e inseguridad que enfrentan en sus países.
Los migrantes que ocupan el espacio público generan descontento entre los vecinos y residentes locales, ya que no están incorporados a la vida social y viven al margen. Hay familias enteras con niños habitando casas de campaña o de cartón, satisfaciendo sus necesidades en la vía pública—todo tipo de necesidades—y buscando empleo con dificultad o mendigando para sobrevivir. Algunos no hablan español ni ninguna otra lengua romance, lo que complica aún más su adaptación. Las personas que viven así están en un verdadero estado de indefensión, enfrentando condiciones ínfimas y llevando consigo la desarticulación y transgresión de los espacios públicos, que, como en un círculo vicioso, motiva más racismo y discursos de odio.
Ambas realidades exigen una respuesta inmediata de las autoridades, sociedad civil y los organismos internacionales; reproducen los prejuicios raciales y la discriminación, fomentan un modelo de sociedad desigual e injusta y son intolerables. La gentrificación debe frenarse, pero también urge encontrar soluciones para garantizar los derechos humanos de las personas migrantes procedentes de países pobres y en vías de desarrollo.