/ lunes 22 de noviembre de 2021

Tequio y patrimonio

Hablar de patrimonio comúnmente nos refiere a lo que es de nuestra propiedad o aquello que representa valor histórico y nos da identidad como mexicanos. No hace mucho, nuestras autoridades lanzaron una campaña para evitar la subasta de diferentes piezas arqueológicas en Francia, en tanto que meses antes recuperaron muchas otras en coordinación con la policía de Italia. Es un patrimonio material, sí, que no es el único, porque también hay lugares, platillos y espacios, que son considerados baluartes de la Humanidad, ubicados en México.

Sin embargo, ¿no son también los lugares públicos, las avenidas, las calles, los edificios y andadores un patrimonio civil de todos los que vivimos cerca? Puede ser que tengamos la idea de que el mantenimiento de la localidad donde vivimos es una obligación de la autoridad y no necesariamente estamos equivocados; en lo que posiblemente sí lo estemos es en pensar que nosotros somos ajenos a la preservación y al cuidado del entorno que habitamos.

Mantener cualquier municipio o ciudad limpios es una de las tareas que absorbe más tiempo, número de personas y presupuesto. Entre menos participativa sea la comunidad para evitar tirar basura en las calles o acumularlas en la puerta de su casa, más complejo es proveer un servicio eficaz.

Todas las ciudades en algún momento han sufrido interrupciones en el servicio de limpia, sea por un paro de labores o por otros motivos. En tres días las consecuencias son cercanas a una catástrofe, porque los desechos influyen en los sentidos, tanto como en la percepción. El desorden tiene la cualidad de sacar lo peor de nosotros y de atraer a quienes hacen un negocio de las conductas antisociales.

Además, está el deterioro que se da en edificios o casas por falta de una organización vecinal efectiva que recaude las cuotas correspondientes para que la imagen de los inmuebles y los servicios estén en correcto funcionamiento. Eso afecta la plusvalía, la seguridad y el bienestar de comunidades grandes que ven a sus barrios perder su valor más grande: el sentido de pertenencia.

El patrimonio es nuestro hogar, pero también nuestro hogar es el espacio público inmediato. Barrer la calle podría ser un recuerdo de otras épocas, pero se trata de una acción que demuestra preocupación por lo que sucede en el exterior y a otras personas. Sucede lo mismo con el manejo de los desechos, con estacionarnos en lugares prohibidos o dejar que el parque cercano se llene de graffiti, cuando puede llenarse de arte urbano.

Uno de los principios del Tequio es el trabajo que uno debe prestar a favor de su comunidad. Es gratuito porque los resultados serán disfrutados por todos y significa un compromiso permanente con mejorar las condiciones de vida de quienes comparten espacio con nuestra familia.

Como ciudadanos de este siglo, bien podríamos organizar tequios en nuestras calles, parques y edificios. Es una práctica que reduciría la desconfianza que tenemos hacia otros, nos acercaría como una sola sociedad y daría bases para comunidades que están colaborando para un bien común.

Tenemos clubes, asociaciones, páginas en redes sociales de casi cualquier tema, pasatiempo o afición, podemos hacer lo mismo para citarnos un fin de semana, repartirnos los deberes comunitarios y concluir con una convivencia general que nos permita conocernos.

Las coincidencias que podemos tener con otras personas desarrollan amistades y éstas vínculos de hermandad que superan, a veces, los lazos familiares. Estas se encuentran en la porra de un equipo de futbol o en el gusto por la lectura, solo se trata de impulsar que la mayoría de las personas a nuestro alrededor contribuya y participe de una manera lúdica y corresponsable.

Hace unos años pude atestiguar los milagros que pueden ocurrir cuando se pintan fachadas, se remozan parques o se plasman murales en paredes que antes estaban derruidas y a la par se pintan los juegos infantiles de un parque.

Tenemos el derecho de exigir mejores servicios y un desempeño óptimo de nuestras autoridades inmediatas, pero nuestra obligación es pasar de la protesta a la propuesta y a la acción en donde nos corresponde y eso significa el principal patrimonio de todos: el lugar en el que vivimos.

Hablar de patrimonio comúnmente nos refiere a lo que es de nuestra propiedad o aquello que representa valor histórico y nos da identidad como mexicanos. No hace mucho, nuestras autoridades lanzaron una campaña para evitar la subasta de diferentes piezas arqueológicas en Francia, en tanto que meses antes recuperaron muchas otras en coordinación con la policía de Italia. Es un patrimonio material, sí, que no es el único, porque también hay lugares, platillos y espacios, que son considerados baluartes de la Humanidad, ubicados en México.

Sin embargo, ¿no son también los lugares públicos, las avenidas, las calles, los edificios y andadores un patrimonio civil de todos los que vivimos cerca? Puede ser que tengamos la idea de que el mantenimiento de la localidad donde vivimos es una obligación de la autoridad y no necesariamente estamos equivocados; en lo que posiblemente sí lo estemos es en pensar que nosotros somos ajenos a la preservación y al cuidado del entorno que habitamos.

Mantener cualquier municipio o ciudad limpios es una de las tareas que absorbe más tiempo, número de personas y presupuesto. Entre menos participativa sea la comunidad para evitar tirar basura en las calles o acumularlas en la puerta de su casa, más complejo es proveer un servicio eficaz.

Todas las ciudades en algún momento han sufrido interrupciones en el servicio de limpia, sea por un paro de labores o por otros motivos. En tres días las consecuencias son cercanas a una catástrofe, porque los desechos influyen en los sentidos, tanto como en la percepción. El desorden tiene la cualidad de sacar lo peor de nosotros y de atraer a quienes hacen un negocio de las conductas antisociales.

Además, está el deterioro que se da en edificios o casas por falta de una organización vecinal efectiva que recaude las cuotas correspondientes para que la imagen de los inmuebles y los servicios estén en correcto funcionamiento. Eso afecta la plusvalía, la seguridad y el bienestar de comunidades grandes que ven a sus barrios perder su valor más grande: el sentido de pertenencia.

El patrimonio es nuestro hogar, pero también nuestro hogar es el espacio público inmediato. Barrer la calle podría ser un recuerdo de otras épocas, pero se trata de una acción que demuestra preocupación por lo que sucede en el exterior y a otras personas. Sucede lo mismo con el manejo de los desechos, con estacionarnos en lugares prohibidos o dejar que el parque cercano se llene de graffiti, cuando puede llenarse de arte urbano.

Uno de los principios del Tequio es el trabajo que uno debe prestar a favor de su comunidad. Es gratuito porque los resultados serán disfrutados por todos y significa un compromiso permanente con mejorar las condiciones de vida de quienes comparten espacio con nuestra familia.

Como ciudadanos de este siglo, bien podríamos organizar tequios en nuestras calles, parques y edificios. Es una práctica que reduciría la desconfianza que tenemos hacia otros, nos acercaría como una sola sociedad y daría bases para comunidades que están colaborando para un bien común.

Tenemos clubes, asociaciones, páginas en redes sociales de casi cualquier tema, pasatiempo o afición, podemos hacer lo mismo para citarnos un fin de semana, repartirnos los deberes comunitarios y concluir con una convivencia general que nos permita conocernos.

Las coincidencias que podemos tener con otras personas desarrollan amistades y éstas vínculos de hermandad que superan, a veces, los lazos familiares. Estas se encuentran en la porra de un equipo de futbol o en el gusto por la lectura, solo se trata de impulsar que la mayoría de las personas a nuestro alrededor contribuya y participe de una manera lúdica y corresponsable.

Hace unos años pude atestiguar los milagros que pueden ocurrir cuando se pintan fachadas, se remozan parques o se plasman murales en paredes que antes estaban derruidas y a la par se pintan los juegos infantiles de un parque.

Tenemos el derecho de exigir mejores servicios y un desempeño óptimo de nuestras autoridades inmediatas, pero nuestra obligación es pasar de la protesta a la propuesta y a la acción en donde nos corresponde y eso significa el principal patrimonio de todos: el lugar en el que vivimos.