/ miércoles 6 de julio de 2022

Tequisquiapan sinrazón

Salvo algunos casos inciertos, la república mexicana se rige por la lógica. En sus poblados, el agua cae de los cielos y el fuego quema al dar calor. Las cosas cuentan con nombre; basta usarlos para comunicarse con precisión. Un sinfín de acuerdos entre ciudadanos que pocos osan desafiar. A los círculos se les conoce por redondos y las estrellas titilan sin igual. Pero hoy, el orden poco importa. Para concordancias muchos ensayos ya habrá. En su lugar, quiero hablar de la discordia. Voces alternas que hacen propia la realidad. Quiero recordar aquel lugar donde el pueblo demanda y la lógica obedece. Esta es la historia de las excepciones. Esta es la historia de Tequisquiapan.

Llegué un día frío de verano; hasta el clima me daba sorpresas. Sin propósito alguno, amanece nublado en pleno junio. Deambulando hacia el coche, el aire golpea mi cuerpo con punzadas heladas. El cielo susurra «lluvia» sin jamás llegar a entregarla. Un aspecto lúgubre domina la carretera; el estío pareciera promesa ilusa de un mes distante. Dentro, busco otro abrigo ante la sorpresa invernal. «Mejorará con el día», me prometo. «¿Cuándo invocaron pingüinos?», me cuestiono. Tequisquiapan, entonces lo ignoraba, pero ya demostrabas tus poderes. Hiciste sutiles ventiscas cuando el sol debía alzarse sin contrincante.

Al llegar, tus calles se hacen angostas y aparecen puentes sin pensar. Volteo al precipicio esperando raudales incontrolables; solo veo un riachuelo escaso. Sobre un árbol, montada como se pudo, una regla para medir inundaciones. Parece exageración para los escasos chorros que hoy fluyen por debajo. Me cuentan que hace pocos meses, Tequisquiapan, hiciste lo contrario. Que las lluvias arrasaron tus partes bajas; que el agua inundó todo a su paso. Me dijeron que usas fuerzas despiadadas a tu antojo, dejando breves testimonios de la barbarie. Eres poderosa, intrépida. Te niegas a ser controlada por nuestra especie. Si bien pudiste traer frio esta mañana, ¿qué te detiene de crear ríos a tu antojo? Lentamente te voy entendiendo; cada vez me acerco a tu andar ambicioso.

Y aún con tu poder, pueblo olvidado, te presentas tan alegre. Por tus calles se venden dulces; huele a pan recién horneado. Cada casa por la que avanzo es colorida con sus detalles. Entre los edificios, crecen buganvilias a su propio paso. Las calles aledañas a tu centro están bien cuidadas; con piedras ordenadas formando sus caminos. Parece que todo otorgas; ¡hasta tienes una estatua de Cantinflas! Me encuentro así con tus primeros hoteles de aguas termales, admirando sus fachadas renovadas y fuentes secas. Tratas de ocultar tus sinrazones con la apariencia de un pueblo cualquiera. Mas, en algunos momentos, se entrevén piedras ancestrales por debajo de la acera. Has construido sobre ellas; no las supiste ocultar. Ni la mejor de las pinturas, ni el más cuidadoso pavimento, lograron la apariencia de lógica que buscabas dar. Con esta observación me quedo; otras tantas seguirán. Basta un solo indicio de oposición para verla sin cesar.

Como detective atento, comienzo a sospechar tus trampas. Llego así a esas famosas puertas que ahora permanecen cerradas. Parque la Pila anuncian letras doradas en la cima de un arco de piedras. Formando un camino hacia la reja, dos hileras de árboles con sus bases pintadas de blanco. Al encontrarme con un cerrojo y negándome a seguir las reglas, encuentro a un lado una entrada sin cerradura; me escabullo buscando esa pila que tanto promete el nombre. Encuentro flores y arbustos acompañando el lento llegar de calor. Un monumento a los niños héroes; un busto para Zapata. Hay una fuente entera imitando un acueducto, pero se encuentra apagada. Solo entonces aprecio la pila seca; un lago que le falta agua. Preserva el nombre porque Tequisquiapan así lo quiso. Aquí no importa que las palabras sean de mentira; el pueblo ha dado su bendición. Por voluntad pueblerina, el parque seguirá siendo La Pila aún si esta última no existe más que en recuerdos a la deriva.

Llego, tras varias cuadras, a principio de tu centro. Como si fuera una sola hacienda, sus costados se unen para crear un pasillo. En medio, un parque típico de todo poblado con su quiosco verde y parejas de enamorados. Por capricho, una estatua del cura Hidalgo sobresale de entre las hojas. Su placa no ofrece explicación; ningún hecho histórico parece vincularla. Mas en Tequisquiapan poco importa la razón al tomar decisiones; el parque entero lleva el nombre del párroco caído. Su mirada se encuentra con la iglesia del pueblo, restaurada en lo que cabe; mostrando tonos rosados con rocas coloniales. Un solo campanario sobresale a la izquierda. Sus arcos superiores resaltados con amarillo; la torre se alza en un patrón de flores blancas delineadas sobre el rosa. Al centro, mirando hacia arriba, un reloj con números romanos entre columnas amarillas y un techo rojizo. Dicen era más grande; que la ciudad hizo de las suyas para quitarle un patio. Sobreviven una cruz y una fuente que parecieran sin explicación. Monumentos a la voluntad de su pueblo haciéndola de patrón.

No fue hasta más tarde que logré entender el milagro de tu tesón, Tequisquiapan. Tuve que ver con mis propios ojos tu monumento al decreto. Hace ya más de un siglo, Carranza llegó a tus aguas termales y declaró—sin importarle—que eras el centro de México. Habrá sido un comentario menospreciable, mas tú lo hiciste notar. Erigiste un péndulo gigante sobre un mapa de la república para el que lo quisiese comprobar. Solo que, en él, aparece Zacatecas: el verdadero centro geográfico nacional. Fue el deseo de un presidente y tu voluntad lo que te dieron el título sobre los demás. Aún así, sigues con el monumento en alto; nadie lo ha de dudar. En tu propia razón eres el centro de nuestra patria; el corazón de la nación. Por así quererlo, Tequisquiapan, la realidad se conforma a tus antojos.

Es tal tu poder que concluyo llegando a tus fronteras. Una estación de tren abandonada donde antes iniciaba el pueblo. Sus paredes son de ladrillos; sus techos rojizos. Cubierta por una malla rota, compartes tu encierro con un tranvía de antaño. Lleva el número 3056; el óxido ha hecho tantos estragos. A su costado, oficinas tan viejas que crecen nopales de sus techos. Solo entonces aparece tu letrero fatídico. En lugar de Tequisquiapan, tu estación se llama «Bernal». Fue otro capricho presidencial; esta vez de Porfirio Díaz al venirte a visitar. Cuentan que, al pararse y ver la Peña a la distancia, cambió el nombre del recinto por su antojo. Te hiciste otro pueblo, Tequisquiapan, nuevamente la lógica importó poco.

Así que, entre tus vías férreas, he de decir adiós. Tequisquiapan o Bernal; centro falso de la nación. Nunca te lograré entender. Ese es el punto, después de todo. No es que quieras comprensión; aquí lo que importa es tu poder. Eres un pueblo que se niega a seguir las pautas de la razón; a obedecer el mundo como es. Te admiro, aunque me ría de tus locuras. Dejas mucho que aprender. Pues si un poblado puede lograr lo que quiera, ¿qué excusa me queda para hacer lo mismo con mi ser? Algún día, te prometo, seré tan valiente como tú. Tequisquiapan, ten mis respetos. Espérame pronto en el reino sinrazón.


Salvo algunos casos inciertos, la república mexicana se rige por la lógica. En sus poblados, el agua cae de los cielos y el fuego quema al dar calor. Las cosas cuentan con nombre; basta usarlos para comunicarse con precisión. Un sinfín de acuerdos entre ciudadanos que pocos osan desafiar. A los círculos se les conoce por redondos y las estrellas titilan sin igual. Pero hoy, el orden poco importa. Para concordancias muchos ensayos ya habrá. En su lugar, quiero hablar de la discordia. Voces alternas que hacen propia la realidad. Quiero recordar aquel lugar donde el pueblo demanda y la lógica obedece. Esta es la historia de las excepciones. Esta es la historia de Tequisquiapan.

Llegué un día frío de verano; hasta el clima me daba sorpresas. Sin propósito alguno, amanece nublado en pleno junio. Deambulando hacia el coche, el aire golpea mi cuerpo con punzadas heladas. El cielo susurra «lluvia» sin jamás llegar a entregarla. Un aspecto lúgubre domina la carretera; el estío pareciera promesa ilusa de un mes distante. Dentro, busco otro abrigo ante la sorpresa invernal. «Mejorará con el día», me prometo. «¿Cuándo invocaron pingüinos?», me cuestiono. Tequisquiapan, entonces lo ignoraba, pero ya demostrabas tus poderes. Hiciste sutiles ventiscas cuando el sol debía alzarse sin contrincante.

Al llegar, tus calles se hacen angostas y aparecen puentes sin pensar. Volteo al precipicio esperando raudales incontrolables; solo veo un riachuelo escaso. Sobre un árbol, montada como se pudo, una regla para medir inundaciones. Parece exageración para los escasos chorros que hoy fluyen por debajo. Me cuentan que hace pocos meses, Tequisquiapan, hiciste lo contrario. Que las lluvias arrasaron tus partes bajas; que el agua inundó todo a su paso. Me dijeron que usas fuerzas despiadadas a tu antojo, dejando breves testimonios de la barbarie. Eres poderosa, intrépida. Te niegas a ser controlada por nuestra especie. Si bien pudiste traer frio esta mañana, ¿qué te detiene de crear ríos a tu antojo? Lentamente te voy entendiendo; cada vez me acerco a tu andar ambicioso.

Y aún con tu poder, pueblo olvidado, te presentas tan alegre. Por tus calles se venden dulces; huele a pan recién horneado. Cada casa por la que avanzo es colorida con sus detalles. Entre los edificios, crecen buganvilias a su propio paso. Las calles aledañas a tu centro están bien cuidadas; con piedras ordenadas formando sus caminos. Parece que todo otorgas; ¡hasta tienes una estatua de Cantinflas! Me encuentro así con tus primeros hoteles de aguas termales, admirando sus fachadas renovadas y fuentes secas. Tratas de ocultar tus sinrazones con la apariencia de un pueblo cualquiera. Mas, en algunos momentos, se entrevén piedras ancestrales por debajo de la acera. Has construido sobre ellas; no las supiste ocultar. Ni la mejor de las pinturas, ni el más cuidadoso pavimento, lograron la apariencia de lógica que buscabas dar. Con esta observación me quedo; otras tantas seguirán. Basta un solo indicio de oposición para verla sin cesar.

Como detective atento, comienzo a sospechar tus trampas. Llego así a esas famosas puertas que ahora permanecen cerradas. Parque la Pila anuncian letras doradas en la cima de un arco de piedras. Formando un camino hacia la reja, dos hileras de árboles con sus bases pintadas de blanco. Al encontrarme con un cerrojo y negándome a seguir las reglas, encuentro a un lado una entrada sin cerradura; me escabullo buscando esa pila que tanto promete el nombre. Encuentro flores y arbustos acompañando el lento llegar de calor. Un monumento a los niños héroes; un busto para Zapata. Hay una fuente entera imitando un acueducto, pero se encuentra apagada. Solo entonces aprecio la pila seca; un lago que le falta agua. Preserva el nombre porque Tequisquiapan así lo quiso. Aquí no importa que las palabras sean de mentira; el pueblo ha dado su bendición. Por voluntad pueblerina, el parque seguirá siendo La Pila aún si esta última no existe más que en recuerdos a la deriva.

Llego, tras varias cuadras, a principio de tu centro. Como si fuera una sola hacienda, sus costados se unen para crear un pasillo. En medio, un parque típico de todo poblado con su quiosco verde y parejas de enamorados. Por capricho, una estatua del cura Hidalgo sobresale de entre las hojas. Su placa no ofrece explicación; ningún hecho histórico parece vincularla. Mas en Tequisquiapan poco importa la razón al tomar decisiones; el parque entero lleva el nombre del párroco caído. Su mirada se encuentra con la iglesia del pueblo, restaurada en lo que cabe; mostrando tonos rosados con rocas coloniales. Un solo campanario sobresale a la izquierda. Sus arcos superiores resaltados con amarillo; la torre se alza en un patrón de flores blancas delineadas sobre el rosa. Al centro, mirando hacia arriba, un reloj con números romanos entre columnas amarillas y un techo rojizo. Dicen era más grande; que la ciudad hizo de las suyas para quitarle un patio. Sobreviven una cruz y una fuente que parecieran sin explicación. Monumentos a la voluntad de su pueblo haciéndola de patrón.

No fue hasta más tarde que logré entender el milagro de tu tesón, Tequisquiapan. Tuve que ver con mis propios ojos tu monumento al decreto. Hace ya más de un siglo, Carranza llegó a tus aguas termales y declaró—sin importarle—que eras el centro de México. Habrá sido un comentario menospreciable, mas tú lo hiciste notar. Erigiste un péndulo gigante sobre un mapa de la república para el que lo quisiese comprobar. Solo que, en él, aparece Zacatecas: el verdadero centro geográfico nacional. Fue el deseo de un presidente y tu voluntad lo que te dieron el título sobre los demás. Aún así, sigues con el monumento en alto; nadie lo ha de dudar. En tu propia razón eres el centro de nuestra patria; el corazón de la nación. Por así quererlo, Tequisquiapan, la realidad se conforma a tus antojos.

Es tal tu poder que concluyo llegando a tus fronteras. Una estación de tren abandonada donde antes iniciaba el pueblo. Sus paredes son de ladrillos; sus techos rojizos. Cubierta por una malla rota, compartes tu encierro con un tranvía de antaño. Lleva el número 3056; el óxido ha hecho tantos estragos. A su costado, oficinas tan viejas que crecen nopales de sus techos. Solo entonces aparece tu letrero fatídico. En lugar de Tequisquiapan, tu estación se llama «Bernal». Fue otro capricho presidencial; esta vez de Porfirio Díaz al venirte a visitar. Cuentan que, al pararse y ver la Peña a la distancia, cambió el nombre del recinto por su antojo. Te hiciste otro pueblo, Tequisquiapan, nuevamente la lógica importó poco.

Así que, entre tus vías férreas, he de decir adiós. Tequisquiapan o Bernal; centro falso de la nación. Nunca te lograré entender. Ese es el punto, después de todo. No es que quieras comprensión; aquí lo que importa es tu poder. Eres un pueblo que se niega a seguir las pautas de la razón; a obedecer el mundo como es. Te admiro, aunque me ría de tus locuras. Dejas mucho que aprender. Pues si un poblado puede lograr lo que quiera, ¿qué excusa me queda para hacer lo mismo con mi ser? Algún día, te prometo, seré tan valiente como tú. Tequisquiapan, ten mis respetos. Espérame pronto en el reino sinrazón.


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