/ lunes 13 de junio de 2022

Tiempo, streaming y televisión

La relación con el contenido de entretenimiento se ha modificado en las últimas décadas. Quienes crecimos en los tiempos donde la televisión ostentaba orgullosa el título de “cuarto poder”, hemos sido testigos de transformaciones que han modificado la relación del espectador con el contenido, donde una nueva lógica temporal se ha impuesto como parte de las prácticas que caracterizan a la posmodernidad y nos habla de las necesidades de la nueva sociedad.

Es verdad que el tiempo es nuestro recurso más preciado, la finitud solo se compara con la inevitabilidad de volver sobre nuestros pasos. Por mucho tiempo, la televisión abierta implementó en la organización de sus contenidos una lógica basada en las actividades sociales de los espectadores: había canales y horarios para niños con programaciones matutinas, para las madres de familia que en su mayoría eran amas de casa y disfrutaban de telenovelas y programas de celebridades, fines de semana dedicados a los deportes pensando en los padres que tradicionalmente tomaban el rol de proveedores, mientras que las noches estaban reservadas para el contenido de adultos y los noticieros.

Las dos principales televisoras de México utilizaban un modelo similar, siendo en sus canales y contenido casi análogas. Las televisoras culturales tenían una audiencia menor, pero significativa, aunada a las emisoras locales. Esas estructuras de entretenimiento mostraban un tipo de sociedad, unas necesidades específicas y en diversos sentidos una identidad nacional.

Las fronteras de la información han caído y el triunfo de YouTube desde hace más de una década es también el del streaming, síntoma de la nueva sociedad y su relación con el tiempo. Si bien es cierto que las grandes televisoras no han desaparecido y aún mantienen poder e influencia, lo es también que el nuevo gigante del streaming on demand está ganando espacio en los hogares de México y el mundo, lo que fue incentivado por el confinamiento.

Numerosos estudios económicos han señalado el éxito del streaming como modelo de negocio: en la búsqueda de subscriptores, las plataformas se han dedicado a ganar los mejores contenidos—cuando no a producirlos—buscando llegar a diferentes tipos de público, contar con originalidad, permanencia y mostrándose alternativos y sin censura, a diferencia de los contenidos tradicionales a los que se accede de manera gratuita. Las plataformas más famosas como Netflix, HBO, Disney+, Amazon Prime, Star, Apple TV, entre otras, tienen contenidos para todas las edades y han desplazado por mucho el interés en las emisoras de televisión, incluyendo a las ofrecidas por cable.

Lo que garantiza esta preferencia—y por ello algunas compañías han optado por flexibilizar su modelo—es la relación de los espectadores con el tiempo. El tiempo se gestionaba en el pasado por la emisora y de manera vertical, a partir del contrato con los anunciantes mediante el que decidían en qué momento y con que intención favorecer cada uno. Al asumir el costo del contenido, el usuario tiene la posibilidad de decidir cuando y con qué frecuencia accede a él, puede llevar a cabo los famosos maratones o repetir una escena tantas veces como lo desee. Esta transformación responde a las directrices de una sociedad que se transforma en roles diferentes a los tradicionales, necesitada de experiencias, que vive en el instante y requiere tomar el control, por lo que desafía la coercitividad que caracterizaba a los noventa.

La relación con el contenido de entretenimiento se ha modificado en las últimas décadas. Quienes crecimos en los tiempos donde la televisión ostentaba orgullosa el título de “cuarto poder”, hemos sido testigos de transformaciones que han modificado la relación del espectador con el contenido, donde una nueva lógica temporal se ha impuesto como parte de las prácticas que caracterizan a la posmodernidad y nos habla de las necesidades de la nueva sociedad.

Es verdad que el tiempo es nuestro recurso más preciado, la finitud solo se compara con la inevitabilidad de volver sobre nuestros pasos. Por mucho tiempo, la televisión abierta implementó en la organización de sus contenidos una lógica basada en las actividades sociales de los espectadores: había canales y horarios para niños con programaciones matutinas, para las madres de familia que en su mayoría eran amas de casa y disfrutaban de telenovelas y programas de celebridades, fines de semana dedicados a los deportes pensando en los padres que tradicionalmente tomaban el rol de proveedores, mientras que las noches estaban reservadas para el contenido de adultos y los noticieros.

Las dos principales televisoras de México utilizaban un modelo similar, siendo en sus canales y contenido casi análogas. Las televisoras culturales tenían una audiencia menor, pero significativa, aunada a las emisoras locales. Esas estructuras de entretenimiento mostraban un tipo de sociedad, unas necesidades específicas y en diversos sentidos una identidad nacional.

Las fronteras de la información han caído y el triunfo de YouTube desde hace más de una década es también el del streaming, síntoma de la nueva sociedad y su relación con el tiempo. Si bien es cierto que las grandes televisoras no han desaparecido y aún mantienen poder e influencia, lo es también que el nuevo gigante del streaming on demand está ganando espacio en los hogares de México y el mundo, lo que fue incentivado por el confinamiento.

Numerosos estudios económicos han señalado el éxito del streaming como modelo de negocio: en la búsqueda de subscriptores, las plataformas se han dedicado a ganar los mejores contenidos—cuando no a producirlos—buscando llegar a diferentes tipos de público, contar con originalidad, permanencia y mostrándose alternativos y sin censura, a diferencia de los contenidos tradicionales a los que se accede de manera gratuita. Las plataformas más famosas como Netflix, HBO, Disney+, Amazon Prime, Star, Apple TV, entre otras, tienen contenidos para todas las edades y han desplazado por mucho el interés en las emisoras de televisión, incluyendo a las ofrecidas por cable.

Lo que garantiza esta preferencia—y por ello algunas compañías han optado por flexibilizar su modelo—es la relación de los espectadores con el tiempo. El tiempo se gestionaba en el pasado por la emisora y de manera vertical, a partir del contrato con los anunciantes mediante el que decidían en qué momento y con que intención favorecer cada uno. Al asumir el costo del contenido, el usuario tiene la posibilidad de decidir cuando y con qué frecuencia accede a él, puede llevar a cabo los famosos maratones o repetir una escena tantas veces como lo desee. Esta transformación responde a las directrices de una sociedad que se transforma en roles diferentes a los tradicionales, necesitada de experiencias, que vive en el instante y requiere tomar el control, por lo que desafía la coercitividad que caracterizaba a los noventa.