/ domingo 23 de mayo de 2021

Tiranía: arcaico cáncer al acecho

No es novedad. Hace 2,400 años lo explicó diáfanamente, en el capítulo IX del libro VIII de su obra Política, ese gran teórico de la antigüedad que fue Aristóteles.

Un tirano (tyrannos), para poder perpetuarse en el poder recurre siempre al empleo de múltiples métodos, todos ellos profundamente perversos, como son: el exterminio de toda superioridad que pueda erigirse en torno suyo; la prohibición de cualquier asociación; la castración educativa y cultural de su pueblo; el sometimiento de sus súbditos para impedir el desarrollo del valor y la confianza en sí; el aislamiento social para evitar que puedan nacer relaciones de respeto mutuo; la restricción de la movilidad, así como la sumisión hasta la ignominia de su ciudadanía; la vigilancia extrema sobre el pensar de cada ciudadano; el espionaje y revelación de todo acto, conducta o manifestación de ideas que pueda ser contraria o peligrosa para la perpetuación de su poderío, tal y como lo hicieron Hierón y las mujeres delatoras en Siracusa; el incoar la discordia y la calumnia entre los ciudadanos; el poner en pugna a unos amigos respecto de los otros; el irritar al pueblo en contra de quienes conforman las altas capas de la sociedad, a quienes se procurará tener previamente confrontados; el empobrecer lo más posible a los súbditos, no sólo para que no cueste la guardia, ante todo para que, ocupados en buscar los medios de su sobrevivencia, no tengan el tiempo ni la cabeza para conspirar.

Las pirámides de Egipto, los monumentos sacros de Cipsélides, el templo de Júpiter Olímpico y las grandes obras de Polícrates en Samos, habían sido la materialización, según recordaba el propio filósofo originario de Estagira, de la concentración ocupacional que los pisistrátidas habían empleado para distraer a sus pueblos depauperados, de la misma manera que los tiranos habían usado como distractores populares la imposición de tasas sobre el valor de las propiedades -como hizo Dionisio- o impulsar la guerra para tener activos a los súbditos e incoar en ellos la necesidad permanente de estar sujetos a un jefe militar. Agregaba, el padre de la política antigua, que así como un rey se apoyaba en sus amigos para gobernar, un tirano lo hacía desconfiando permanentemente de ellos, al saber éste que si bien todos los súbditos lo querrían derrocar, nadie más cercano y potencialmente peligroso a él, que sus propios amigos. Peligrosidad que detentaba también la democracia extrema, pues nadie mejor que un esclavo, para ser partidario de la tiranía y la demagogia.

A este punto, Aristóteles agrega: el tirano requiere de la adulación, pero ésta sólo la puede obtener de los hombres malvados, los únicos que le son útiles. Un hombre de bien ama, no adula, porque su corazón es libre. En cambio, los corazones que se le postran a un tirano son los corrompidos, por ser de almas carentes de dignidad y libertad: cualidades éstas que para un tirano sólo él puede detentar. De ahí que el brillo de la magnanimidad, pureza, arrojo e independencia de cualquier otro ser distinto a él, le moleste y ofenda, porque aborrece la nobleza, sobriedad, templanza y valor que alguien pueda desplegar, porque éstos le obstaculizan para cumplir con sus tres fines: envilecer la moral ciudadana; promover el antagonismo y la desconfianza sociales; debilitar y empobrecer a sus súbditos. Además, el tirano marcará distancia con quienes le antecedieron; se guardará de no aparecer como un déspota ni como un ser inaccesible; de los magistrados esperará que castiguen, mientras él (encarnación de la ley) recompensa, precaviéndose de quienes pudieran tenerle algún resentimiento.

Hubo tiranos demagogos como Clístenes y Cipselo, o que se aprovecharon de disturbios para someter con su yugo como Ortógoras; Pisístrato, que aceptó ser cuestionado para conservar su concentración de poder; Periandro, déspota pero hábil en la guerra. Otros, que se aprovecharon del deterioro de los monarcas precedentes y que se escindieron de la oligarquía. Al final, algunos tuvieron largas tiranías: la mayoría fueron muy breves.

Aristóteles nos legó así el más importante y revelador estudio analógico realizado en torno al cáncer de la tiranía. Analogía que hoy, como entonces, goza de plena vigencia, pues así como él acudió a la historia para explicar su realidad, nosotros también podemos entender nuestro presente remontándonos a sus legendarios ejemplos. Si bien toda tiranía posee su propia idiosincrasia y responde a un contexto social determinado, el hombre sigue siendo hombre y en su naturaleza continúan vivas, en algunos más que en otros, las metástasis de uno de los cánceres más deletéreos que han corroído a la humanidad. Células tiránicas que cuando no somos capaces de detectar y combatir a tiempo, terminan detonando la misma milenaria enfermedad que corroe al cuerpo social hasta que éste es capaz de reaccionar, si antes no sucumbe.

Albert Camus lo dijo: la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas.

Pd. Estamos a 14 días de las elecciones.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

No es novedad. Hace 2,400 años lo explicó diáfanamente, en el capítulo IX del libro VIII de su obra Política, ese gran teórico de la antigüedad que fue Aristóteles.

Un tirano (tyrannos), para poder perpetuarse en el poder recurre siempre al empleo de múltiples métodos, todos ellos profundamente perversos, como son: el exterminio de toda superioridad que pueda erigirse en torno suyo; la prohibición de cualquier asociación; la castración educativa y cultural de su pueblo; el sometimiento de sus súbditos para impedir el desarrollo del valor y la confianza en sí; el aislamiento social para evitar que puedan nacer relaciones de respeto mutuo; la restricción de la movilidad, así como la sumisión hasta la ignominia de su ciudadanía; la vigilancia extrema sobre el pensar de cada ciudadano; el espionaje y revelación de todo acto, conducta o manifestación de ideas que pueda ser contraria o peligrosa para la perpetuación de su poderío, tal y como lo hicieron Hierón y las mujeres delatoras en Siracusa; el incoar la discordia y la calumnia entre los ciudadanos; el poner en pugna a unos amigos respecto de los otros; el irritar al pueblo en contra de quienes conforman las altas capas de la sociedad, a quienes se procurará tener previamente confrontados; el empobrecer lo más posible a los súbditos, no sólo para que no cueste la guardia, ante todo para que, ocupados en buscar los medios de su sobrevivencia, no tengan el tiempo ni la cabeza para conspirar.

Las pirámides de Egipto, los monumentos sacros de Cipsélides, el templo de Júpiter Olímpico y las grandes obras de Polícrates en Samos, habían sido la materialización, según recordaba el propio filósofo originario de Estagira, de la concentración ocupacional que los pisistrátidas habían empleado para distraer a sus pueblos depauperados, de la misma manera que los tiranos habían usado como distractores populares la imposición de tasas sobre el valor de las propiedades -como hizo Dionisio- o impulsar la guerra para tener activos a los súbditos e incoar en ellos la necesidad permanente de estar sujetos a un jefe militar. Agregaba, el padre de la política antigua, que así como un rey se apoyaba en sus amigos para gobernar, un tirano lo hacía desconfiando permanentemente de ellos, al saber éste que si bien todos los súbditos lo querrían derrocar, nadie más cercano y potencialmente peligroso a él, que sus propios amigos. Peligrosidad que detentaba también la democracia extrema, pues nadie mejor que un esclavo, para ser partidario de la tiranía y la demagogia.

A este punto, Aristóteles agrega: el tirano requiere de la adulación, pero ésta sólo la puede obtener de los hombres malvados, los únicos que le son útiles. Un hombre de bien ama, no adula, porque su corazón es libre. En cambio, los corazones que se le postran a un tirano son los corrompidos, por ser de almas carentes de dignidad y libertad: cualidades éstas que para un tirano sólo él puede detentar. De ahí que el brillo de la magnanimidad, pureza, arrojo e independencia de cualquier otro ser distinto a él, le moleste y ofenda, porque aborrece la nobleza, sobriedad, templanza y valor que alguien pueda desplegar, porque éstos le obstaculizan para cumplir con sus tres fines: envilecer la moral ciudadana; promover el antagonismo y la desconfianza sociales; debilitar y empobrecer a sus súbditos. Además, el tirano marcará distancia con quienes le antecedieron; se guardará de no aparecer como un déspota ni como un ser inaccesible; de los magistrados esperará que castiguen, mientras él (encarnación de la ley) recompensa, precaviéndose de quienes pudieran tenerle algún resentimiento.

Hubo tiranos demagogos como Clístenes y Cipselo, o que se aprovecharon de disturbios para someter con su yugo como Ortógoras; Pisístrato, que aceptó ser cuestionado para conservar su concentración de poder; Periandro, déspota pero hábil en la guerra. Otros, que se aprovecharon del deterioro de los monarcas precedentes y que se escindieron de la oligarquía. Al final, algunos tuvieron largas tiranías: la mayoría fueron muy breves.

Aristóteles nos legó así el más importante y revelador estudio analógico realizado en torno al cáncer de la tiranía. Analogía que hoy, como entonces, goza de plena vigencia, pues así como él acudió a la historia para explicar su realidad, nosotros también podemos entender nuestro presente remontándonos a sus legendarios ejemplos. Si bien toda tiranía posee su propia idiosincrasia y responde a un contexto social determinado, el hombre sigue siendo hombre y en su naturaleza continúan vivas, en algunos más que en otros, las metástasis de uno de los cánceres más deletéreos que han corroído a la humanidad. Células tiránicas que cuando no somos capaces de detectar y combatir a tiempo, terminan detonando la misma milenaria enfermedad que corroe al cuerpo social hasta que éste es capaz de reaccionar, si antes no sucumbe.

Albert Camus lo dijo: la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas.

Pd. Estamos a 14 días de las elecciones.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli