Por Miguel Reyes Razo
"Quiero --dispuso el señor Mario Santioscoy, jefe de Información de "El Heraldo de México"-- que todos los reporteros estén aquí en la redacción a las nueve y media de la mañana. A esa hora les entregaré su "orden de trabajo". Y compararemos nuestra información con la de otros periódicos. ¿Entendido?
La "orden de trabajo" era una pequeña, delgada tira de papel revolución. Un centímetro de una cuartilla. La redactaba -orientaba- el jefe de Información. La que me entregó a mi el 2 de octubre de 1968 rezaba: "A las 17 horas. Cubra mítin del Consejo Nacional de Huelga. Plaza de las Tres Culturas. Tlatelolco. Escriba temprano”.
Media hora antes ya estaba ahí. Grupos e individuos se acercaban al edificio Chihuahua de la flamante Ciudad Tlatelolco. El "Chihuahua" era un edificio de 12 pisos. Tres, quizá cuatro elevadores servían a los ocupantes de los departamentos.
A poco inició el esperado mitin. Desde el tercer piso del edificio "Chihuahua" los líderes del Consejo Nacional de Huelga saludaron, encararon a la multitud que, con la cabeza echada hacia atrás, podía observarlos. La tarde era tibia. El ambiente amigable, fraterno.
"Compañeros...Compañeros...- atrajo el orador. Como todos saben, el Ejército, la tropa tomó las instalaciones del Politécnico Nacional en Santo Tomás. Nosotros teníamos en mente marchar de aquí a Santo Tomás para exigir que el Ejército salga de ahí.
"No iremos ya a Santo Tomás. No realizaremos esa marcha. Estamos enterados que la ruta que seguiría nuestra marcha al "Poli" está llena de soldados. Nosotros no estamos decididos a cambiar mentadas de madre por balazos, así que no habrá esa marcha. Realizaremos aquí nuestro mitin. Y nos iremos a nuestra casa...”
Eso escuché. Me separé del grupo que estaba a la entrada del edificio-escenario. Tenía que informar al Jefe de Información. Busqué un teléfono público. En la acera opuesta a la Torre de Relaciones Exteriores existía una panadería. Ahí cambié un peso por monedas de veinte centavos. Marqué 557822.
"Diga, Reyes Razo”- me instó el señor Santoscoy. Lo puse al tanto. "Cubra el mitin. Adiós".
Regresaba a la concentración ante el "Chihuahua", cuando observé que policías preventivos -los de uniforme azulmarino- dejaban sus puestos en Relaciones Exteriores y se concentraban en un pequeño patio. Al mismo tiempo, por un flanco de la Vocacional número 7, a paso veloz, con fusiles embrazados, avanzaban efectivos del Ejército. Rasgó la tarde la voz muy excitada de quien tenía el micrófono :
"No corran, compañeros. No se alteren, compañeros, No...
"Los soldados -pensé- van a repartir culatazos. Van a disolver el mitin a golpes..”
Seguí mi avance hacia el edificio. Escuché disparos.
"Deben ser -pensé- balas de salva. Amedrentarán a los muchachos...”
Ya estaba la muerte. Ya surgían los gritos del espanto. Ya era la confusión. Aparecíó la urgencia. Imperó el desorden. Ansia de escape. Protesta y rendición. Carreras, empellones, atolondramiento. Llanto, búsqueda. Alelamiento, extravío.
"Cruz Roja...Cruz Roja...No disparen -aparecieron temerosos camilleros revestidos con petos y el emblema de centro de urgencias. Cruz Roja...Cruz Roja,...No disparen. Iban en fila india. Detrás llegaban soldados que, a culatazos destruían las luces de los andadores de Tlatelolco.
"Ya me voy a morir" -pensé. Adiós a mis papás y a mis hermanitos. Adiós a Susana -mi esposa- y a mis hijos. Ya me voy a morir".
Seguí a ambulantes. Ayudé a una señora de edad que recibió tiros. Las balas rompieron -fracturaron- tuberías. Salía el agua a chorros. En una caseta telefónica un reportero extranjero transmitía.
"I am press, too...I am press, too -le dije y casi le arrebaté el teléfono.
"Escuche, señor Santoscoy -y alcé el teléfono. Hasta Carmona y Valle 150 redacción y planta de "El Heraldo de México" llegó el fragor del intenso tiroteo.
"Cuídese”- me recomendó Santoscoy
"Mande más reporteros, señor. Esto está muy duro. Yo solo no podré "cubrir" todo.
Ví a individuos que llevaban un guante blanco. Fotógrafos como Eduardo Quiroz -Jefe de fotografía- se habían improvisado uno. Enredaron un pañuelo. En el edificio 2 de Abril una señora -lavandera, planchadora- estaba muy herida. En un edificio contiguo un hombre de edad madura agonizó sobre el granito -terrazo- . No pudo decirme quién era. De su cabeza salía su última sangre. Se extendía con un color bugambilia...
Intensidad de fuego que cesó casi a las siete de la tarde. Llegó Legorreta, mi compañero de redacción. Se supo que Rodolfo Rojas Zea -de El Día- tenía herida la nalga derecha. Un balazo lo redujo. Oriana Fallacci -célebre entrevistadora italiana- sufrió idéntica lesión. Herido su atractivo, alimentó gran rencor contra nuestro país. Una tregua que sirvió para telefonear a la redacción. Llegaron tanquetas y ambulancias. Y al rato aparecían detenidos junto a la iglesia.
Muy noche recomenzó el tiroteo. Ya no estaba la muchedumbre. La losa del dolor y la tensión aplastó ánimo. El traje estaba lleno de barro y mis zapatos "Chester Canada" daban pena. Un militar me detuvo:
"Y tú ¿qué?
"Soy reportero. De "El Heraldo...
"Identifícate...
"No me han dado mi credencial, señor...
"!Cómo que...!
"Déjelo, señor. Es mi reportero -Eduardo Quiroz me rescató. Con fuertes palabrotas y empujones el militar me echó. Por las escaleras del "Chihuahua" se molía a puñetazos, patadas, palabrotas, insultos infames a jóvenes que casi desfallecían. Indefensos...
Por Reforma Norte, junto a unas suites "Tecpan" propiedad de la familia Alarcón -dueña del diario donde trabajaba- salí. Se multiplicaron los empujones. Un taxi y llegué al periódico.
La escritora Elena Poniatowska me comunicó al recibirme en su casa:
"Tú estás en mi libro. "La noche de Tlatelolco"-
Y sí.
Esa tarde creí morir. Vivo para contarlo.